En una de mis vacaciones de estudiante, me regalaron un catálogo de una exposición del maestro Ramón Oviedo; quedé fascinada con la forma en que aplicaba el color, la fuerza decisiva en sus configuraciones, pero, sobre todo, su gran compromiso con la función social que debían exhibir sus trabajos. Desde entonces, me han impresionado las obras del maestro, las cuales había repasado con tal cuidado que empecé a seguir con interés todo lo que encontraba bajo su firma.

Ya de regreso a Santo Domingo, al incorporarme a la Galería de Arte Nader, tuve el privilegio de encontrarme con Ramón Oviedo en 2010, quien nos visitara con ocasión de la muestra que presentábamos del artista cubano Raúl Emmanuel Pozo. Ese día conversamos mucho, se sorprendió de que conociera tantos detalles de su producción visual. A partir de entonces, lo veía con más regularidad, casi siempre acompañado de su nieto, el también artista: Omar Molina. Recuero con cariño las veces que iba a su casa, me contaba, con su acostumbrada paciencia, sobre sus años en la gráfica y cómo poco a poco se fue formando de manera autodidacta. A mi juicio, pocos han logrado establecer una línea en el dibujo tan sutil y coherente como la de Oviedo, de un trazo anacrónico, pero, a su vez, armonioso y diáfano. El pasado jueves 7 lamenté no asistir al segundo piso de Blue Mall para disfrutar de la muestra in memoriam al maestro, pero mi corazón estaba ahí entre la multitud, celebrando el color y la fuerza de un artista cuya obra lo ha inmortalizado. Ramón Oviedo es y será siempre uno de los creadores más representativos del arte dominicano. Es el pintor de las causas más nobles y justas, de la reivindicación del hombre que encuentra en la praxis el estímulo para elevar el espíritu. En las obras de este coloso del arte nacional, descansa la democracia y la soberanía; él es el pintor de la justicia, de la paz, de nuestra gloriosa Revolución de Abril de 1965. Continuará.

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