La incapacidad histórica del Estado de cumplir con las expectativas ciudadanas, los graves problemas vinculados a la desigualdad, la inseguridad ciudadana y la corrupción, han provocado una suerte de desencanto, o peor aún, de frustración con la política. Esto ha llevado a que una parte de la población de países en democracia, incluyendo a la República Dominicana, entienda que la causa de todos los males son los políticos. De esta forma expresiones como: “todos los políticos son corruptos”, “el poder solo sirve para enriquecer a unos pocos” o “la política es sucia, no sirve para nada”, se van haciendo parte de un discurso que termina desprestigiando la política.

En el debate actual se habla de la antipolítica. Una de sus consecuencias es que los individuos se coloquen al margen de la política y por lo tanto, el poder se ejerza por aquellos que buscan obtener beneficios particulares. Este propósito malsano se facilita, sin ciudadanos implicados en lo público, es decir, si la política se hace sin ningún tipo de control social. Otra consecuencia que puede ser aún más peligrosa, es la emergencia, potenciada por las redes sociales, de proyectos políticos extremistas sustentados en la antipolítica. En la región, los fenómenos Trump y Bolsonaro son algunos ejemplos.

La gravedad de la situación es que el desprestigio de la política está conduciendo a un quiebre de la democracia. Esta realidad va ganando cada vez más terreno a nivel global. Es tal el descontento con la política, los políticos y el sistema democrático, que muchos ciudadanos están dispuestos a depositar sus esperanzas de cambio en líderes políticos que representan una ruptura con los valores democráticos. Sobre la base de su supuesta honestidad y de su diferencia con los líderes tradicionales, estos políticos ganan cada vez más aceptación, sobre la base de proyectos xenófobos, misóginos, homofóbicos, racistas y autoritarios. Esta es la principal amenaza de la democracia hoy.

Por esta razón, se plantea con insistencia la necesidad de reinventar la política. Esto pasa por conciliar la ética con la política, al tiempo de que esta logre ser más eficiente en el combate de los principales males que afectan a los ciudadanos. La democracia debe tener respuestas a situaciones como la seguridad ciudadana, la salud, la educación y la generación de empleos de calidad. Se sabe que con las TIC hay una revolución de las expectativas, gran parte de las cuáles no pueden ser atendidas por el Estado, al menos en el corto plazo. Esto implica aprovechar esa misma tecnología para involucrar cada vez más a la gente en los asuntos públicos de su competencia.

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