Las licencias artísticas en el cine suelen obtener resultados imprecisos, absurdos y, tácitamente, insostenibles en las exposiciones inspiradas en acontecimientos históricos que aspiran mostrar, retratar o contar.

Los mismos productores y realizadores de la película Rubirosa, entregada al público en tres partes, afirman que se tomaron “licencias artísticas” para realizar lo que ellos llaman una trilogía que cuenta 50 años de historia dominicana, supuestamente. De esas hemos visto la primera parte que se titula Rubirosa: el tíguere, que marca su vida desde su niñez hasta su matrimonio con Flor de Oro Trujillo, la hija primogénita del sátrapa.

Antes de entrar en la crítica propiamente, debemos tomar en cuenta que eso de “El tíguere” retrotrae al marco teórico del periodista, profesor universitario y escritor dominicano Lipe Collado, en su libro La impresionante vida de un seductor: Porfirio Rubirosa. De cómo un dominicano se convirtió en “chulo” del jet set internacional; recorre su vida de depredador sexual y sicario de Trujillo.

“El tíguere” en nuestra cultura

En el contenido de ese libro se encuentra el capítulo El tíguere Rubirosa, seguido de otro artículo, titulado Trujillo y Rubirosa: dos tígueres.

Entonces, la primera parte de Rubirosa, con su título El tíguere, se acerca o probablemente se haya inspirado en el marco teórico y conceptual de Collado, quien también escribió el libro El tíguere dominicano, en donde habla de los distintos tipos de tígueres, siendo que el que mejor define a Porfirio Rubirosa es “El tíguere cinturita”, un mujeriego y bailarín. Lo define como un experto bailador de son, danzón y merengue, de buen vestir, inclinado a usar joyas y valiente, como tíguere al fin. Dotado de una labia insuperable, “El tíguere cinturita” se ufana del número de mujeres entre sus redes amorosas. En su conceptualización, basada en estudios de tres décadas, Collado afirma que el “tíguere” presenta “una serie de rasgos a veces pintorescos y en otras propiamente conceptuales. Es muy dado a la parolina, gesticula mucho, habla claro, se ejercita, usa la mentira, se vale de cualquier arma para salir bien parado, viste bien, se mueve en un grupo reducido, es intuitivo y divide a la gente en amigos y enemigos.

Pues bien. Esa primera parte, llamada El tíguere, de la trilogía Rubirosa, procura definirlo como tíguere. Desde que inicia, la voz en off de Porfirio Rubirosa narra su autodefinición como tíguere, igual cita a su jefe Trujillo como un tiguerazo. Procura en ese sentido mantenerse fiel a la denotación de tíguere hecha por Lipe Collado, y no conocemos otro autor dominicano que lo haya hecho con tal rigurosidad como lo hace este escritor en sus dos libros citados.

Inmediatamente, los autores de la película se toman “licencias artísticas” –que son puros clichés harto vistos– para construir una trama que riñe con los acontecimientos históricos dominicanos. Van construyendo ante nuestros ojos a otro Rafael Leonidas Trujillo Molina, y a otro, mucho más distante del real, Porfirio Rubirosa Ariza.

Muy a pesar de mostrar “inspiración” en marcos teóricos del escritor Collado, los guionistas Ana María Londoño y Rafael Noguera tergiversan y empiezan a fantasear la idea del tíguere con la de un revolucionario, patriota y defensor de los derechos humanos que es como nos presenta a Rubirosa, e incluso los productores afirman que el personaje de la chica de quien se enamora Rubirosa está inspirado en Minerva Mirabal. Y van mucho más lejos con un Rubirosa, según los autores, miembro de la resistencia antitrujillista de los primeros años. Y Rubirosa tiene un plan para llegar a Trujillo y matarlo: conquista a la hija Flor de Oro, con quien se casa.

Ya a esa altura del juego dramático, la película aborda una narrativa novelesca. A medidas que pasan los minutos, cada escena se desconecta de la anterior, y sobrevienen escenas de efecto, pierde el ritmo, boicotea cualquier interés que pueda tener el público (a quien se le dijo que es historia dominicana, pero con licencias artísticas). Y, por supuesto, viene la decepción. Uno se halla que le toman el pelo, que todas las actuaciones van de mal en peor a anodinas, incluso esos primeros personajes protagónicos con un elenco de actores y actrices foráneos, cuyo casting no pudo ser peor. Un Porfirio Rubirosa sin gracia, caucásico, y un Trujillo chiquino y remilgadamente afectado. Parece broma, pero no, es como conciben la historia.

Faltan dos partes

De ser la biografía de un depredador sexual asistimos a una hagiografía. Mayor ligereza e irresponsabilidad artística no hay. Ni mayor burla al público dominicano ha habido en toda la historia de películas de corte histórico que han hecho cineastas extranjeros. Esta es la primera parte, faltan dos partes más, y tendremos oportunidad de constatar el nivel de ineptitud de productores de esa pretendida trilogía de dudoso contenido histórico.

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