Parte III

La realidad de lo que ocurre en los 311 kilómetros de frontera que aún se estima que existen entre República Dominicana y Haití, registra una considerable cantidad de intereses y con ellos interpretaciones, conforme a esos mismos intereses que allí tienen su razón de ser.

Por esa razón, se escuchan voces disímiles en cada episodio que se registra y las constantes visitas de altos cargos militares, de funcionarios civiles, de legisladores y de extranjeros enfocados en la unificación de la isla, cuyo trabajo no tiene descanso ni de noche ni de día.

Cuando se hace una denuncia fuerte, surgen de inmediato las comisiones y los cuerpos castrenses exhiben su poderío en la frontera, pero tan pronto se retiran, la calamidad fronteriza regresa, los haitianos siguen entrando, los negociantes haciendo su agosto y los llamados misioneros y responsables de Organizaciones No Gubernamentales, viviendo de sus acciones.

Si el país tuviera la suerte de Haití para encontrar tantos defensores que viven de su miseria, tendríamos autoridades empeñadas en controlar la frontera y hasta un muro físico, fuera una hermosa realidad hoy.

La frontera realmente no existe, solo hay restricciones para los dominicanos, pero los haitianos tienen licencia para depredar, entrar y salir cuando quieran, muchos cometer actos delictivos y nadie pone un alto, pero cuando un dominicano comete un error en Haití, la resistencia es extrema y la desidia de las autoridades se pone de manifiesto.

El ministro de Defensa, los jefes castrenses y todo el que quiera puede viajar a la frontera cuantas veces desee, pero el problema de la ocupación masiva, de los abusos contra la soberanía no se detendrá hasta que se manifieste una intención de Estado, la voluntad política de defender la patria.

Todo lo que vemos es pura pantalla, apresan 100 y entran mil, entre ellos los mismos cien que sacan, pero el negocio tiene que seguir. Saque su propia conclusión.

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