Siempre es doloroso despedir a un ser querido, pero lo es aún más cuando se trata no solo de una persona joven y llena de vida, sino de un excelente ser humano, capaz de entregarse sin reservas, de hacerse presente para todo el que lo necesitara y de conquistar almas a fuerza de cariño, sinceridad y solidaridad; y eso es simplemente lo que era Fernandito, una persona de bien, que sumaba, contagiaba, retaba y marcaba a todo el que tuvo la dicha de encontrarlo en su camino por la vida.

No era alguien que pasaba inadvertido, por el contrario, su presencia, su voz firme, su mente ágil, su espíritu crítico y su corazón más grande que su cuerpo se hacían sentir siempre, era el alma de cualquier grupo en el que participara, el cuestionador que provocaba los más encendidos debates y el espíritu entusiasta que sabía disfrutar los placeres más simples de la vida.

Describir a Fernandito es hablar de autenticidad, integridad, generosidad, sencillez, pero es también hablar de combatividad, compromiso con su país, intolerancia a la corrupción y a lo mal hecho, valentía para expresar sus ideas y voluntad para defender sin dobleces sus derechos o lo que entendía justo, todo lo cual hacía de él una persona sin estereotipos dispuesta a defender sus valores y a actuar sin compromisos, sin poses y sin formalismos.

Nada tan deseado como el nacimiento de una persona y nada tan indeseado como su muerte, sobre todo cuando el azar nos sorprende arrancando la vida de alguien que entendíamos tenía todavía mucho que vivir, que dar y que recibir; y eso es lo que muchos sentimos, que nos arrebataron a un ser especial al que tantos queríamos y a quien no estábamos preparados para despedir, aunque nos consuela saber que aunque pensemos que se fue a destiempo, por su forma de vivir estaba preparado para irse en paz.

El mayor regalo que recibimos en el transcurso de la vida es ir tejiendo lazos de afecto en cada una de sus etapas y poder escoger, fuera del importante núcleo familiar, aquellos seres con quienes queremos compartir sueños, aficiones, ideas, proyectos y luchas.

Por eso ante el dolor de la partida de un amigo entrañable sentimos a la vez un profundo agradecimiento por haber tenido la oportunidad de conocerle, de haber compartido buenos y malos momentos, de habernos nutrido con el cariño mutuo y de haber aprendido no solo a comprenderlo sino a dejarnos permear por su espíritu, pues la amistad tiene el maravilloso poder de transformarnos y de hacer que lo que antes nos era ajeno se convierta en propio gracias al afecto.

Doy gracias no solo por su vida sino porque la suya y la mía se encontraran hace ya muchos años, porque la creencia en que merecíamos mejores autoridades, más institucionalidad y menos impunidad, nos hizo pasar de compañeros a amigos, aunque jamás perdiéramos la esencia y ningún encuentro o conversación estuviera desprovisto de comentarios sobre lo que andaba mal en el país o en el mundo o lo que debíamos hacer para intentar corregirlo; aunque a veces no compartiéramos los métodos pues la fogosidad que lo caracterizaba no estaba dispuesta a recibir lentas respuestas, como si hubiese sospechado la brevedad de su paso por este mundo.

Decir Fernando será siempre sinónimo de decir amigo y hoy me sirve de consuelo poder dar gracias por los años compartidos, por haber tenido la oportunidad de ese último encuentro víspera de su partida y por tener un arsenal de recuerdos, muchos temas que lo harán estar siempre presente y un compromiso de mantener hasta el encuentro eterno, la incansable lucha por un país mejor.

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