Para Russell el poder sacerdotal tiene varios pilares de sustentación, uno es “la propaganda”, como influencia constante sobre la psiquis de los ciudadanos para que acepten como válido unas ideas determinadas. Consideraba que “el poder que depende de la propaganda exige generalmente (…) un valor excepcional y el sacrificio propio en sus comienzos; pero –considera- cuando se ha conseguido el respeto gracias a esas cualidades, pueden ser descartadas y el respeto puede ser utilizado como un medio para conseguir ventajas en todo el mundo” (p. 58). El problema, con este tipo de poder, podría estar en la misma costumbre y confianza que aleja la innovación y la discusión de nuevas ideas, entonces, plantea el autor, “con el tiempo el respeto decae y se pierden las ventajas que había conseguido. Unas veces el proceso dura pocos años, otras veces centenares de años, pero en su esencia es siempre el mismo”.

A este natural proceso histórico que afecta la credibilidad de la institución, se debe agregar las acciones mundanas de muchos pontífices. Gregorio VII, según Russell, no era pacifista y “su texto favorito era: “Maldito sea el hombre que preserve a su espada de la sangre”, pues era común que los pontífices fueran guerreros despiadados, con el monopolio del sentimiento divino. “San Francisco, cita Russell, predicó la pobreza apostólica y el amor universal, pero pocos años después de su muerte sus seguidores actuaban como soldados reclutados en una guerra feroz para defender las propiedades de la Iglesia”. En este periodo histórico, donde hubo pugnas a muerte entre la Iglesia y el Estado, muchos papas utilizaron “su autoridad en asuntos de moral” y transformaron el “deber de la propaganda en poder económico”.

Este poder “moral”, que muchos pontífices utilizaron en su provecho personal, era sin dudas el principal “poder” de la Iglesia sobre cualquier otra institución mundana. Incluso, en las luchas en contra de las monarquías, la Iglesia predicaba “el desprecio de las cosas de este mundo” y ser el camino para poder transitar las sendas de la salvación y del paraíso, con lo cual se imponían a los monarcas y ganaban el apoyo popular.

Esta lucha que hemos referido y las posturas terrenales asumidas por los papas en sus funciones, se puede sintetizar en este párrafo de la “Historia Medieval de Cambridge (vol. VI, pág. 176)”, que cita Russell en las páginas 60-61, veamos: Inocencio IV “su concepción del papado era más profana que la de cualquier otro papa anterior. Veía su utilidad como político y sus remedios eran políticos. Utilizaba constantemente sus poderes espirituales para conseguir dinero, comprar amigos, perjudicar a los enemigos (…) Sus dispensas eran escándalo. (…) utilizaba las dotaciones de la Iglesia como beneficios papales y medios de recompensa política. (…) Tenía buenas intenciones, pero no buenos principios.”

La utilización política (terrenal) del poder moral de la Iglesia sobre sus creyentes ha sido una constante histórica y también, en gran medida, una de las vías para sostenerse en más de dos mil años de presencia en occidente.

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