Los eventos masivos requieren de una logística muy particular para su éxito, engañosa estrategia, que hace suponer a muchos contar con capacidad para organizarlo, como si se tratara de “velada” cualquiera de vecindario. Ayer viví una peculiar experiencia como “padrino”, en una graduación de bachilleres adultos, con amplísimo menú de yerros organizacionales que hicieron que los convocados para las 9:00 de la mañana, sufrieran los infinitos desatinos hasta las 2:00 de la tarde. En pleno agosto, con su carga de verano pegajoso, y una aburrida mezcla de hastío, sudor y hambre, para “disfrutar” plenamente de un “abuso” de quienes, sin consideración, prepararon un absurdo programa. Las instrucciones parecían contradictorias, con notoria ausencia de quienes lograran organizar los grupos que habrían de “desfilar”, en loca caravana, a más de 300 estudiantes con sus acompañantes. Alguien expresó, con sobrada razón, acerca de que sólo los graduandos tendrían capacidad y obligación de soportar el tedio de un programa sobrecargado de menciones de personajes, con el título de “magister”, por un peculiar maestro de ceremonias, de norte extraviado, que salpicó el evento de decenas de frases “célebres” motivando al público a aplaudir de manera más propia para actos de farándula, que para la formalidad de una graduación, capaz de presentar la mesa principal, incluyendo a los invitados que no concurrieron. La participación artística no pudo ser menos oportuna y carente de sentido ni relación con el tema principal: graduación, como logro de metas de adultos que concluían en medio de escollos y dificultades, retomando las oportunidades que la vida los llevó a desaprovechar en sus tiempos. Un recargado programa de reconocimientos mutuos y la sobreactuación de un director que, como peculiar cura en misa, daba recurrentes “boches”, recordando ensayos y confusas indicaciones, pero capaz de permitir el desarrollo de más de la mitad del evento al margen del programa, para tener que repetir luego, para fines de fotografías, la presencia sobre el escenario de “padrinos y madrinas”, personajes suprimidos en graduaciones modernas, por falta de función práctica de este personaje del pasado. La ausencia de protocolo ceremonial y del uso apropiado y eficiente del tiempo, hacen de estos eventos de graduaciones actos súper aburridos, que hastían a familiares e “invitados” y saturan a los participantes, a quienes no les queda otra ruta que “tirarse” la ceremonia, guardando sonrisas y soporte, sacados del almacén de paciencias, que como reservas, todos guardamos. Estos anacronismos deben ser revisados y en respeto de los presentes, forzados de alguna manera, resulten actos ágiles, dinámicos y alegres, que sirvan de hermoso recuerdo como culminación de un proceso de capacitación y sean estímulo para continuar, sin la cicatriz del tedio y las horas en asientos de por más insufribles.

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