Muchas personas ajustan su presente y lo adecuan en función de un futuro lleno de condicionamientos que podría o no llegar. Si bien esto es en cierta medida saludable, la inflexibilidad y el exceso de estructuras podrían contribuir justamente a que no se consigan los resultados deseados.

Cuando hay desesperación por lograr algo, esta crea la paradoja o lo opuesto a la intención inicial, conduciendo usualmente al fracaso y posteriormente a la frustración. Si hay ansiedad obsesiva, dicha energía tiende a alejar el objetivo.

Lo mejor ocurre cuando se deja ir la urgencia y se elige la tranquilidad y la paz. Sacrificar el presente por una lista de metas futuras que podría o no lograrse es una condena segura a una vida de insatisfacción.

Vivir en la tristeza y el dolor por lo que está ausente o lo que no se ha alcanzado sin dudas evita disfrutar el día a día y sentir plenitud con el momento actual. La idea de que “algo que está por llegar” es lo que dará satisfacción a la vida hace percibir lo que ya está como insuficiente.

Si se cambia la felicidad de hoy por la miseria que resulta de la incertidumbre del mañana, de manera inconsciente se afecta la posibilidad de recibir lo bueno que venga. Y si se pierde la consciencia de lo que se tiene para dar paso a un sentido de vacío y necesidad, probablemente se pierda con ello el poder de triunfar.

Esto aplica a prácticamente todas las facetas de la vida. Desde aspectos laborales y académicos hasta relaciones familiares y sentimentales pueden ser objeto de la aplicación de la ley de la paradoja de la intención.

En el amor esto adquiere, sin dudas, una particular importancia. Sólo en Estados Unidos, por ejemplo, hay cerca de 96 millones de personas solteras (aproximadamente el 43% de la población), muchas de las cuales parecen llevar en la frente un letrero invisible que dice “soy miserable porque estoy sola. Estoy desesperada por una pareja”, lo que indiscutiblemente es poco atractivo y tiende a ser muchas veces la causa eficiente de la soltería.

En mi particular opinión, la moraleja de todo esto es muy sencilla: Hay que vivir, que no es lo mismo que estar vivo.

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