Aquella atroz proclama del general Santana contra la figura del patricio es un manifiesto inicial del conservadurismo y del caudillismo nacional, encarnando la independencia y el bienestar general a una figura divina que representaba el hatero. En la misma, con el mayor descaro, el “hombre necesario en aquella hora de la patria”, afirma: “(…) he aquí mis principios y mi profesión de fé; he aquí los sentimientos de un corazón que no respira sino patriotismo, que no encierra otra ambición, que la de ver afianzada sobre bases sólidas y estables la felicidad de nuestra cara Patria”.

Y como él era la espada necesaria de la república naciente, procura inspirar confianza y adhesión en el pueblo con estas palabras: “Nada temáis, compañeros de armas, en todas las ocasiones peligrosas, vuestro General se encontrará siempre á vuestro lado, para guiaros otra ves á la victoria, ó recibir honrosa muerte juntos (…) Nada temáis, ciudadanos pacíficos, el gobierno vela por vosotros: estad prontos á prestarle el apoyo a vuestro brazo cada vez que las circunstancias lo exijan, el hará lo demás: nada temáis, os lo repito, el reyno de las pasiones y del desorden pasó para no volver jamás, el de la ley empieza ahora (…) (sic)”.

Sin dudas, como afirmara el mismo Santana “(…) la verdad, hija del tiempo, acaba por triunfar tarde ó temprano de la mentira y del error”. La historia lo pondría en su justo lugar y aquella misiva parecería una declaración de la abyección que cometería después.

Y si aquel julio de 1844, en vida del patricio fue tenebroso para él, otro mes de julio, pero de 1978, 134 años después, lo fue para su memoria y legado histórico, cuando el día 23, otro “hombre necesario”, trasladó “los restos mortales del Libertador General Pedro Santana”, al Panteón Nacional.

Santana (1801-1864), murió de forma repentina en la Ciudad de Santo Domingo, sin prestigio, bajo las órdenes del ejército español al que le había anexado la patria. Sus restos vagaron sin lugar seguro, ante el peso imponente de su cuestionada figura, hasta que aquella tarde de julio el entonces presidente Joaquín Balaguer lo lleva al salón donde reposan las más señeras figuras de la historia nacional.

En aquel discurso, realmente memorable, el consumado orador, en la justificación de aquella inconsulta y personal medida, hace de acusador y, a la vez, de defensor radical de Santana. Lanza apotegmas fulminantes contra su figura y legado histórico, y luego contra argumenta magistralmente elogiando las acciones del general y tildándolas de necesarias e imprescindibles en aquel momento histórico.

Balaguer le llama: apostata, monstruo, vasallo y traidor, y dice sentir “hondos escrúpulos de conciencia” con aquella acción. Pero luego de alabarlo no duda en inclinarse “reverentemente ante tu estatua sin pedestal”, y de colocarlo en “un sitial preeminente en el Olimpo de nuestros Dioses”.

Otro julio, el 15 de 1876, muere en Venezuela. Sin dudas aciago ha sido el mes de julio, tanto en vida como en la muerte, para el Padre de la Patria, nuestro atribulado Juan Pablo Duarte.

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