Earvin “Magic” Johnson tiene una oportunidad especial para hacer maravillas con la franquicia de sus amores, que a la vez es el amor de muchos sobre la faz de la tierra: los Lakers de Los Ángeles.

No llegará fácil ni, en lo personal, creo que será con pura magia.
Y fuera de lo que muchos piensen con relación a apretar el gatillo con todo lo que hay en el ambiente en estos días en la NBA, entiendo que una organización se maneja con la urgencia del que dice “vísteme despacio que voy de prisa”.

Los mismos Lakers son un ejemplo del oneroso precio que se paga cuando se adoptan decisiones desesperadas en tiempo de desespero. No se rompió a tiempo el núcleo del último equipo campeón (2010) y la liga cambió ante sus narices. Lo de Luol Deng y Timoféi Mozgov ha pesado más que dos toneladas de alas de albatros. Ese fue un soberano disparate gerencial y creo que soy elegante con este calificativo.

Ahora mismo existe mucho y nada a la vez. Kawhi Leonard quiere irse a los Lakers, según se ha reportado, pero San Antonio no está obligado a cambiarlo para la segunda organización con más coronas en la historia del mejor baloncesto del mundo (17 los Celtics, 16 los Lakers). De Paul George también se dice que quisiera vestir de amarillo y morado, pero es otro imponderable.

Eso no es verdad que LeBron James, el mejor del planeta, jugará con muchachos en la campaña de 2018-19. Me inscribo en el grupo que piensa que no le será tan fácil dejar a Cleveland. No es obligado que sea agente libre, si lo hace es para tener ventaja en negociaciones, un derecho que le asiste, y segundo, puede esperar que otros se decidan para dar el salto en uno que otro equipo que le interese. No tiene que ser el primero en firmar con nadie. Puede esperar y mucho.

Esto dice que “Magic” camina en una línea delicada porque los Lakers no están a ley de un jugador ni de dos para aspirar al trono de Golden State, un gran ejemplo de sapiencia administrativa.

Hay talento, futuro, y por ende se debe trabajar en construir una filosofía ganadora. Eso toma tiempo. Para romper ese núcleo hay que pensarlo y bien.

Más valen pasos cortos y firmes que largos y sin equilibrio.

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