¿Cuánto de tales imaginarios no son sino adaptaciones de esos mitos según los cuales una humanidad o un territorio irredentos esperan por unos imprescindibles salvadores, libertadores o protectores? Mas —¡ay!— resulta que en el Caribe no lejos del redentor se encuentran, agazapados o camuflados, el autócrata, el opresor o el caudillo. Por ello, lejos de constituir una categoría moral virtuosa e intachable —como implicaría la propuesta de TorresSaillant—, el letrado ha existido con frecuencia, no enfrentado a él, sino maridado o amancebado con el poder. Dada esa condición, ¿cómo podrían los intelectuales cumplir una función protectora o redentora? ¿Cómo ejercer esa labor si, como sector, en esencia, conviven en amasiato con el poder y con los mandamases, sean estos encorbatados, ceremoniosos y pomposos Señores Presidentes, aguerridos e histriónicos Comandantes en Jefe de atuendo militar, enguayaberados Gobernadores coloniales, u otoñales patriarcas grotescamente enfundados en coloridos uniformes deportivos? Porque el caso es que la tramposa predisposición a “hablar por el Otro”, a asumir —sin mandato expreso— su representación, constituye una de las aporías de la función intelectual. Entre otras secuelas, esa pretensión —en el Caribe y en todas partes— sustenta, más que impugna, los fundamentos ideológicos y éticos de la autoridad, de forma que el letrado, con más frecuencia de la esperada, termina siendo otro de los artilugios del poder, uno más de sus hologramas, cuando no otro de sus secuaces y lacayos
Pedro San Miguel

Como ya señalamos en el artículo anterior, el jueves 24 de mayo de 2018 reinstauramos formalmente la Cátedra Carlos Dobal Márquez, con una conferencia pronunciada por el amigo historiador Pedro L. San Miguel. Bajo el sugestivo título “Consideraciones intempestivas sobre los estudios caribeños”, el amigo-hermano de Puerto Rico hizo un balance crítico sobre las nuevas propuestas para interpretar el mundo caribeño. Dotado de una formación profunda, única, envidiable, San Miguel hace un recuento exhaustivo de las últimas apuestas teóricas. El texto es amplio y ameno, salpicado de un cinismo fino. Está dividido en cuatro partes: Islas, alteridades y sujetos históricos; El Caribe entre el “choque de civilizaciones”, Calibán, Maquiavelo y el cruzado; La seducción del exotismo y coda: Caribeñismo y destinos intelectuales.

En esta entrega trabajaremos con la tercera parte que San Miguel tituló “La seducción del exotismo”, en la cual hace una lectura crítica del libro de la historiadora norteamericana Lauren Derby, titulado Lauren Derby The Dictator’s Seduction: Politics and the Popular Imagination in the Era of Trujillo (2009) y que hace poco publicó la Academia Dominicana de la Historia.

Con ironía y mucho sustento teórico, San Miguel señala que “Del exotismo, pues, no consigue evadirse ningún historiador —incluyo, por supuesto, a las historiadoras—, empeñados como estamos en ofrecer elucubraciones, disquisiciones y reflexiones acerca de eso que impávidamente llamamos el pasado. Todos —y todas— somos culpables de leso exotismo. Mas reconocernos entre los culpables y los réprobos no debe perturbarnos, ni provocarnos el llanto y los lamentos, mucho menos movernos a la flagelación, la penitencia o la expiación”.

En la conferencia invitaba a los historiadores a “reflexionar acerca de nuestras prácticas heurísticas, epistemológicas y discursivas. Que esto es también asumir posiciones políticas ya que remite a nuestro poder —es decir, al de los letrados— sobre los sujetos cuyas vidas escrutamos y que discursivamente representamos. El fenómeno que refiero —el de intelectuales, académicos, escritores y artistas que elaboran representaciones acerca de regiones extrañas, de alteridades sociales y culturales— es harto común”.
Su punto clave de crítica a la interesante obra de Derby es que ella utiliza categorías que se adaptan a África, una región y una realidad diametralmente opuesta a la caribeña. “En este libro, la autora se aboca a escudriñar las fuentes más profundas del poder político en República Dominicana entre 1930 y 1961, cuando en este país existió un régimen que, como pocos en América, alcanzó dimensiones totalitarias, encabezado por Rafael Leónidas Trujillo. La originalidad de Derby radica en que hurga en cómo los imaginarios populares contribuyeron a sostener y a enraizar el totalitarismo trujillista. Tal propuesta resulta novedosa en el contexto dominicano, si bien remite a la añeja noción de que, en última instancia, los pueblos tienen los gobiernos que se merecen; o al menos aquellos cuya cultura hace factible. Gracias a los elementos de la cultura popular por ella escrutados, la omnipresencia de Trujillo en la sociedad y el territorio dominicanos se convirtió en un “mito central del Estado”; dicha omnipresencia terminó transubstanciando al tirano en un símbolo de la identidad nacional. En suma, el argumento central de Derby gira en torno a cómo la cultura popular propició la existencia de un régimen despótico, haciendo de Trujillo una especie de poderoso hechicero, capaz de mantener bajo su embrujo a toda una nación. Esta concepción va a contrapelo de buena parte de la literatura más reciente acerca de la subalternidad, que parte de la premisa de que la cultura popular está definida en esencia por estrategias de resistencia al poder. (…) El estudio de Derby parece arrancar de la premisa de que esas diversas sociedades comparten un mismo “primitivismo”, por lo que resalta las dimensiones míticas, fetichistas y “mágicas” del poder. Doy por descontado que, debido a los fuertes vínculos culturales del Caribe con África, resulte pertinente recurrir a obras sobre este continente para estudiar a la región caribeña. Pero ese tránsito debe estar mediado por una ponderación cuidadosa y rigurosa; y esto conlleva tener presente los riesgos y las dificultades que ello implica. De otra forma, podríamos caer en la falacia de que todo es conmensurable con todo, que toda realidad es comparable con cualquiera otra; por ende, a obviar o menospreciar las especificidades, las singularidades, aquello que distingue a unas sociedades y culturas de otras; en fin, a construir lo “humano” como una abstracción que, como toda abstracción, no existe en ninguna parte ni en ninguna época.

Finalizaba su intervención con un último acápite titulado “Caribeñismo y destinos intelectuales”. El Caribe admite fórmulas, representaciones y encarnaciones múltiples y variadas. Cabe figurarlo, por ejemplo, como una comarca cuya existencia y evolución histórica son determinadas por las potencias foráneas, las que, alegadamente, lo habrían constituido y moldeado como entidad social, política y cultural. En no pocos relatos acerca de la región, esas fuerzas externas son concebidas cual fenómenos naturales que regularmente inciden sobre ella, llegando a definir así sus rasgos más distintivos. Ya de forma manifiesta, ya de manera velada, en obras de tal índole el Caribe es esbozado como una creación, una realidad engendrada por unos hacedores externos que, luego de haber fabricado a su criatura, continúan obstinadamente moldeando y pautando sus comportamientos. Percibido usualmente como víctima de sus artífices —crueles demiurgos que castigan a su retoño—, el destino del Caribe queda prefijado así de manera indeleble. Sólo de manera excepcional logra alguno de sus miembros escapar —y esto no sin pasar grandes tribulaciones y sufrimientos inenarrables— de ese hado retorcido al cual habría sido sometido por sus demiurgos y creadores.

Una conferencia para reflexionar. De eso no cabe la menor duda.

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