Cuando escribo sobre temas serios, trato de hacerlo de la forma más divertida posible. Y cuando me refiero a asuntos chistosos, los visto con cierta sobriedad. En ambos casos intento que el mensaje llegue al lector, importando más el fondo que la forma.
Hoy me referiré a la “plepla”, palabra de uso común al menos en los coloquios cibaeños. Su significado lo define el ambiente, el tono en que se expresa, quiénes la pronuncian y a quiénes va dirigida.

Empecemos.

¡Qué entretenido es hablar plepla! ¡Es una terapia extraordinaria! ¡No se imaginan lo grato que es pasarse horas y horas diciendo tonterías y escuchando asuntos sin importancia! Créanlo: esto constituye una de las grandes satisfacciones humanas. La plepla nos hace libres y nos desinhibe, nos convierte en seres silvestres y naturales, nos regresa a la niñez o nos acelera a la vejez.

En un encuentro de pleplosos todos somos hermanos y cómplices del disparate verbal, nadie piensa mal cuando expresamos nimiedades o si nos reímos como locos cuando nos cuentan una historia sin argumento, sin principio, sin fin.

Y no se toca nada serio, ningún tema profundo o complicados juicios de valores, cero filosofía o cosas por el estilo. También está prohibido ofenderse, incomodarse o marcharse bravito del escenario, por más que desnuden nuestros risibles actos o por más detalles que ofrezcan sobre las vergüenzas que hemos pasado.

En un encuentro de pleplosos cada cual debe platicar plepla. La pleplería es solidaria. También es comunista, donde podemos exclamar: ¡pleplosos del mundo, uníos!

Y nadie es superior a otro. O todos son pleplosos o ninguno. Si solo es uno, haría el ridículo y sería motivo de burla. Y si alguno se queda como simple observador, sería mal visto por los asistentes y hasta su cortadita de ojos recibiría.

La plepla es diferente al chisme. No os confundáis, que podría complicado. El chisme siempre trata sobre personas, se nutre de los defectos que atribuimos al prójimo, que Fulanito es esto y Zutanita aquello. Es nocivo, corroe el alma y marchita la conciencia. En cambio, la plepla, ¡ah, caramba!, qué benigna e inofensiva es, pues se refiere a cuestiones baladíes.

Los pleplosos parlotean, por ejemplo, sobre el rompecabezas que nunca formaron, las consecuencias de las “jarturas” de habichuelas con dulce, lo feo que se veían con sarampión, los “pantalones campana”, la “barriguita cervecera”, ver “a Dios comiendo arroz” o “sacar batata de la pantorrilla”.

¡Viva la plepla! Pero, cuidadito, que la plepla tiene su momento, es una distracción temporal y no un estilo de vida. Por ello, oféndase si en un ambiente no pleploso le dicen que usted habla mucha “plepla”.

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