Las autoridades dominicanas han puesto marcado interés en fortalecer los valores de la educación como herramienta genuina para impulsar el desarrollo sostenido y sacar al país de la miseria del analfabetismo y el oscurantismo social.

Sin embargo, al parecer no se están dando los pasos de rigor para lograr que ese propósito se alcance comenzando por la preparación exigente de maestros con calidad, formación y vocación genuina, sobre todo, alejados de la práctica partidista directa.

El maestro del futuro debe ser previamente formado en los valores humanos, los principios patrióticos, el valor de la nacionalidad y de la identidad dominicana, sobre todo, a partir de la ética, la moral y el civismo. Un maestro tiene que ser de nuevo un referente social y no cualquiera colocado por sus servicios políticos a los partidos de turno en el Gobierno.

Lo académico debe primar por encima del negocio y de los intereses políticos o, de lo contrario, los valores del país serán cada vez más débiles propiciando generaciones sin interés en la patria ni en los valores de la nacionalidad dominicana, menos aún, en el valor de la identidad.

Los estudiantes dominicanos cada vez saben menos sobre la historia del país, la geografía nacional, la orografía y sobre la rica hidrología con que fue premiada nuestra naturaleza, como hay pocos maestros interesados en ello, al paso del tiempo el interés se ha perdido.

Con este planteamiento no queremos contrarrestar el valor de la denominada Revolución Educativa, pero no puede haber una revolución perfecta si sus alcances no tienen como resultados una verdadera democracia y una correcta fuente de conocimiento.

Las escuelas de pedagogía están llenas de estudiantes sin vocación, sin evaluación previa y por esa razón, en ellos no hay esperanza de cambio, porque a pesar de estar terminando la carrera, su preparación es muy pobre y, no puede enseñar quien no sabe. Ojalá lo piensen bien.

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