La lista de “cosas” atesoradas en la memoria, es larga. El aparato de teléfono, siempre negro, de pasta, con un dial con números y de pesado puño, que alcancé con cuatro dígitos. El bidet, artefacto para la “higiene” femenina de familias “pudientes”, que dejó de utilizarse por baja calidad del agua servida y por la escasez de espacio en el baño de hoy.

La “jigüera” para batir pudines y bizcochos y su prima la “jigüerita” para “jondiase” encima el agua de baño, de la “ponchera”, o palangana, y el tanque, hoy. La lámpara de “gá”, con su tubo de cristal, evitando que se “aume” al subir la mecha, así como el “recorte” periódico obligado de la propia mecha. En el campo la “jumiadora”, versión criolla, económica, para “alusarse”, formada por una lata, con asa y mecha de pabilo que usaba también querosén. La tinaja, elemento de barro cocido que mantiene fresca el agua de beber, con su sacador de agua y una batería de vasos coloridos, bocabajo en un soporte de madera. La nevera con el motor arriba, de cierre mecánico como los de los carros, y patas curvas similares a las de las bañeras, que obligaba a “descarcharse” cada semana. La “bomba’e flí”, atomizador mecánico de bajo costo y amplio uso, que desapareció sin nunca enterarse de la capa de ozono. El ‘verde parí” (acetoarsenito de cobre), quizás el primer insecticida comercial, muy efectivo contra el comején, prohibido por su efecto sobre mamíferos. El peine y la plancha de carbón: una para “alisar” pasas y moños malos y la otra para “planchar” la ropa. En la medicina y el aseo personal, los elementos resultan infinitos: El Padrax en polvo y el Tiro Seguro, contra lombrices. Los purgantes, drásticos en desuso: el aceite de ricino, el de castor y el Sen, recursos de terribles efectos. Las Tres Sales: de Epson, de Glober y de bórax, con efectos “depurativos”. El Cofrón 12, antitusivo y expectorante; Mejor, mejora Mejoral, decía la publicidad del analgésico más conocido; el Compuesto Vegetal de la Sra. Muller y el de la Dra. Lydia Pinkham, ambos “milagrosos” para “las enfermedades propias de la mujer”. El Penetro, mentol multiuso y su inhalador “destupidor”. Las píldoras de Vida del Dr, Ross, “chiquitas pero cumplidoras”, rosadas, que venían en frasco cilíndrico con un minitapón de corcho. Trabajaban en hígado y riñones, según el fabricante, además del efecto laxante. Compitiendo con ella las Píldoras de Reuter. El Tricófero de Barry, tónico para el pelo que aún se mercadea. El “azul en bolita”, esfera de añil para destacar la blancura de la ropa, antes de que apareciera el detergente en polvo. El “gorro de hielo” con su boca ancha y el “de agua caliente” que también servía de recipiente para el agua con jabón de Castilla, en las desagradables “enemas”. Esas y muchas cosas más, subsisten en algún rincón de mi inquieta memoria.

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