Atenas, Edad de Pericles.

A los atenienses no nos gusta mucho el trabajo por considerarlo “una mortificación de la dignidad humana”. En cambio, nos encanta la digresión, animamos el pensamiento y alimentamos discusiones sobre todos los temas posibles, tanto divinos como humanos. Para nosotros el ocio es “la más noble actividad y la primera condición de todo progreso espiritual y cultural”. Sin dudas, esa apertura intelectual y empuje hacia cosas superiores serán nuestro aporte a la humanidad.

Por esto los sofistas, creación nuestra, son tan bien vistos, pues son maestros de sabiduría que enseñan “un método en virtud del cual seamos capaces de argumentar sobre cualquier problema que se proponga para discusión, a partir de premisas probables, siendo capaces al mismo tiempo de evitar contradecirnos”. Ahora, si es mal utilizado este conocimiento, llevaría a procurar ganar cualquier debate sin importar, en el fondo, quien lleve razón en la disputa.

Los sofistas han estudiado con importantes filósofos, ellos mismos muchas veces llegan a tener su propia escuela. Y, además de la enseñanza en paseos, jardines o en la plaza pública, por lo cual cobran muy bien, también suelen dedicarse a la escritura. Algunos logran obras importantes sobre un tema en particular, siendo considerados expertos, o se dedican al debate escrito con hojas sueltas que algunos amanuenses transcriben y luego reparten en el Ágora.

Hasta aquí todo está bien. Los sofistas se han ganado el respeto de toda Atenas. El problema surge cuando asumen la defensa de tesis coyunturales, perdiendo coherencia y llegando a contradecirse con lo que habían enseñado o escrito antes, construyendo discursos opuestos a sus ideas docentes. Ganando influencias políticas, sin dudas, pero perdiendo respeto académico. Como Proteo, se transforman en todas las formas posibles.

Algunos sofistas, en la discusión, se creen ungido por el manto de Atenea y piensan que solo ellos tienen acceso a “la verdad” y quien ose contradecirlos lo descalifican ad hominen y pasan sin rubor del silogismo científico a las refutaciones sofisticas (falacias).

En la disputa abusan de citas de “autoridades”. Muchas de sus hojas repartidas en el Ágora son un conjunto de citas, no de razones. Incluso las mismas, en otras circunstancias, las utilizan para defender tesis opuestas. Obviamente, se cuidan siempre de sonar “eruditos y profundos”.

En el fondo no argumentan: pontifican, sus “sentencias son inapelables” y no soportan “no llevar la razón cuando la verdad está de otra parte”. Y como en toda pugna se esconde un tema clasista, además del político: los sofistas no quieren permitir que ningún otro Ateniense “saque la cabeza” y pueda afectar los beneficios de “La Logia” de la cual son parte. Lo cual, en el fondo, es hasta entendible, la individualidad ateniense nos hace poner, a veces, los intereses pasajeros por delante de las ideas y de la ciudad.

“Estoy afligido –(Sal 88, 15, 9)-, mis ojos se consumen con la pena” de ver el debate rebajado, sin ideas, sin coherencia, dominado por intereses grupales.

Notas de: La Biblia, Montanelli; Aristóteles y Shopenhauer. l

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