Muchas veces somos muy críticos en cuanto a la forma en que deben hacerse las cosas. Creemos que los procedimientos establecidos y el estado imperante con ciertas actuaciones no son del todo buenas. Que se puede mejorar, que puede cambiarse… Sin embargo, a la hora de debatir sobre posibles soluciones nos encerramos solamente en nuestro pensamiento, y en vez de proponer de manera constructiva, nos quedamos en la simple, fácil y gustosa crítica destructiva.

En adición a lo anterior, para que nuestras ideas sean escuchadas recurrimos a métodos de protesta que siendo retrógradas y desfasadas para la época en que se vive, carecen de un fin específico, es decir, acudimos a la postura de “criticar por criticar”. En estos casos no comprendemos que los métodos de lucha y de disentimiento contra el orden establecido deben ir acompañado, primero de una coherencia de pensamiento-acción (hacer de lo que se habla ejemplo de comportamiento), y segundo, hacer que ese pensamiento-acción tenga una ideología o fin destinado a mejorar o cambiar aquello que se considera no funcional dentro de dicho orden establecido.

Con el impacto tecnológico del siglo XXI, la forma de hacer protestas y propuestas ha cambiado. Ya no existe la necesidad de realizar huelgas o grandes paros. Basta con expresar nuestros pensamientos sea a través de 140 caracteres, sea mediante imágenes con mensajes claros de lo que se quiere transmitir. Como seres sociales que buscan la mejoría de un conglomerado, debemos de acompañar las quejas con soluciones. Pensar en beneficios colectivos. Pensar en que nuestras acciones dejan dicho nuestras intenciones. Si nos enfocamos en el interés particular antes que el general, y si sólo refutamos sin proponer, pasará lo siguiente: seremos consumidos por el sistema y nos tildarán de anarquistas o rebeldes sin causa.

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