Buena iniciativa

Los adultos mayores, la población por encima de los 65 años, tienden a crecer en el país, lo que sugiere que viene mejorando la expectativa de vida de los dominicanos. A esa edad se concibe también el retiro, pero muchos mayores prefieren seguir activos, y desempeñan sus habilidades en sus áreas de conocimiento.

Los adultos mayores, la población por encima de los 65 años, tienden a crecer en el país, lo que sugiere que viene mejorando la expectativa de vida de los dominicanos. A esa edad se concibe también el retiro, pero muchos mayores prefieren seguir activos, y desempeñan sus habilidades en sus áreas de conocimiento.

¿Por qué prefieren continuar activos? Porque temen a quedarse muy viejos sin los medios para la sobrevivencia. En los casos de las personas que han laborado durante todo el curso de sus vidas, el factor que debe causarles mayor perturbación es la certidumbre de que el sistema de protección social no les garantizará lo esencial para la vida.

Mientras el sistema de protección previsto en la ley 87-01 no esté funcionando a plenitud, y se temen imponderables de sostenibilidad a largo plazo, persistirán esos temores, lo que no significa que igual miles de personas habrán obrado con un plan de vida que les permita, aún sea por sus propios medios, o con las limitantes que les reserva el sistema, llegar a la vejez con el decoro y la dignidad propios de la raza humana.

Pero si nada de esa formalidad funcionara, entonces la base en que se asienta la sociedad, que es la familia, tendría que expresarse en su verdadera dimensión, para que no haya adultos mayores en situación de riesgo o en condiciones infrahumanas por falta de protección.

Por eso se justifica la iniciativa de la Fundación Manos Arrugadas para que se instituya por ley la obligación de los hijos adultos a cumplir con la manutención de sus padres.

Ese mecanismo ha sido puesto a funcionar en otras sociedades, incluso en algunas de oriente, donde los vínculos familiares son mucho más sólidos que en estas latitudes. Los cambios de una generación a otra lamentablemente han corroído el amor filial y no es extraño enterarse de hijos irresponsables que se desentienden afectiva y materialmente de sus obligaciones con sus progenitores.

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