Muchos indicios apuntan a un inevitable relevo del liderazgo político, fenómeno natural en todo proceso democrático. Pero el desplazamiento de los partidos tradicionales como entes dominantes del quehacer partidista, no parece tener fecha todavía y dependerá de factores imposibles de predecir por el momento. Incluso no está claro todavía si las elecciones del 2020 sean el punto de partida para el surgimiento de los nuevos actores que por ley natural deberán ocupar los lugares de quienes, para bien o para mal, han dominado el escenario político por varias décadas.

El relevo generacional no siempre significa necesariamente un cambio de partido en el poder. Y la única garantía del desplazamiento del liderazgo que el proceso habrá de generar dependerá también de la capacidad que exhiban los partidos para impulsar las reformas internas que en el ámbito político imponen y seguirán imponiendo las transformaciones a nivel mundial en la política y la economía.

Existe ya un sentimiento creciente a favor de un clima mayor de transparencia, a nivel del gobierno y la sociedad. Por supuesto, las transformaciones de una sociedad como la nuestra no están supeditadas únicamente a la voluntad que expresen los actores políticos para impulsarlas. Factores ajenos a su voluntad y deseos influirán en la medida en que los imperativos de la geopolítica y las condiciones de los mercados las impongan.

Las fuerzas internas tienen el poder para lograr que los cambios futuros resulten de procesos menos traumáticos. Las reformas económicas e institucionales en discusión pueden allanar el camino hacia esa meta. Pero la percepción generalizada del relevo existente puede conducir al error de creer que un cambio real solo se logra con gente nueva y sin experiencia. El cambio debe traer consigo estabilidad y confianza, porque se cosecha lo que se siembra y el pesimismo es tierra estéril.

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