El Dinosaurio de Monterroso y la política en Santo Domingo. Tengo suspicacia con la crítica literaria y pictórica; muchas veces, los críticos imaginan cosas que los autores jamás pensaron.

Tengo suspicacia con la crítica literaria y pictórica; muchas veces, los críticos imaginan cosas que los
autores jamás pensaron.

Aunque su labor sirve para decantar la maleza del tronco fuerte y de profundas raíces. Llegando, incluso, a crear, en los ensayos, obras maestras en sí mismas.

Esta ambigüedad, me embarga cada vez que leo (o pienso), en “El Dinosaurio” de Augusto Monterroso y las críticas producidas sobre este (nano), cuento de apenas siete palabras:
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.

Vargas Llosa dice que quizás sea “el más corto (y uno de los mejores), del mundo”, dedicándole en su libro “Cartas a un joven novelista” (1997), un concienzudo análisis, estudiando a fondo su “punto de vista temporal” y afirmando que es un “perfecto relato (…) con un poder de persuasión imparable, por su concisión, efectismo, color, capacidad sugestiva y limpia factura”.

Es decir, a un cuento de apenas una línea, Vargas Llosa le dedica casi cinco páginas de un libro, y más aún donde solo analiza un aspecto del mismo.

Como este dinosaurio, en la política dominicana hay muchos especímenes de épocas pasadas, que aún no se jubilan y pretenden estar siempre “allí”, a la vista de todos, en medio del salón y sin ceder un palmo de su terreno ganado por “los años en servicio”.

Son grandes saurios que dejan pocas cosas vivas a su paso. Y se niegan a ceder espacio en la selva política nacional a un grupo más joven, preferiblemente de menor tamaño, con nuevas ideas para adaptarse al entorno, que trabaje en equipo, y que serían los lógicos sucesores de aquellos.

Los partidos nacionales están llenos de dinosaurios, tanto en su “dirigencia” como en sus “estructuras”. Que ha provocado, tanto por falta de visión como de adaptación, un alejamiento considerable con la ciudadanía.

Nuestros partidos políticos, como afirma Vargas Llosa, se van convirtiendo “en juntas de notables o burocracias profesionalizadas, con pocas o nulas ataduras al grueso de la población, de la que un partido recibe el flujo vital que le impide apolillarse”. (El lenguaje de la pasión: 2002, pág. 35).

Esta realidad se manifiesta también en las estructuras u órganos de dirección partidarios: complejos, muy grandes, lo que dificulta hasta la convocatoria de los miembros, o representando intereses ajenos a su origen partidario y compromiso social.

Lo mismo en los partidos “alternativos” y de “izquierdas”, tengo varias décadas viendo los mismos “compañeros” dirigiendo, y así no se llega a ninguna parte.

Lógicamente, el traspaso de la antorcha no debe ser brusco, más bien lento, tal vez muy lento, pero debe producirse, a fin de que los partidos políticos vuelvan a ser instrumentos capaces de “asegurar, de un lado, el pluralismo de ideas y propuestas, la crítica al poder y la alternativa de gobierno; y de otro, para mantener un diálogo permanente entre gobernados y gobernantes…” (Op, cit, pág. 35).

Ojalá, al despertar, estén allí los dinosaurios, pero a un lado, a la sombra, en una esquina del escenario político nacional.

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