Por nuestra paz interior

Siempre se ha dicho que el cielo y el infierno están dentro de cada uno de nosotros, que es en la tierra, mientras estamos vivos, que se disfruta lo bueno y se padecen los sufrimientos más terribles.

Siempre se ha dicho que el cielo y el infierno están dentro de cada uno de nosotros, que es en la tierra, mientras estamos vivos, que se disfruta lo bueno y se padecen los sufrimientos más terribles.En verdad, el día a día se torna difícil, múltiples problemas y complicaciones hacen que la vida deje de parecernos hermosa. La tristeza, la desesperanza y aquellas cosas que deseamos y no podemos lograr, ver que los años pasan y saber que aquello que es normal para el común de las personas se torna cada vez más lejano para nosotros, nos hace caer en un estado desesperante, sentimos que el tiempo se va y con él nuestras ilusiones y sueños de tener una vida sencilla, llena de amor y con lo necesario para vivir. Sentirse así es no vivir. Por el contrario, si estamos cerca de quien amamos, si nosotros y nuestros seres queridos tienen salud, si disfrutamos de tiempo de calidad con la gente que queremos, si nada se interpone entre nosotros y nuestra felicidad, si no hay ruidos que entorpezcan ese momento íntimo del amor, cualquier espacio en el que estemos se transformará en el más bello paraíso. Entonces, sentimos que todo es perfecto y no lo cambiaríamos por nada.

Por esta razón, es bueno que cada quien luche por construir su felicidad, por hacer la diferencia en cada uno de los momentos felices que la vida le regala.

El bien y el mal están presentes en el interior de cada uno de nosotros. Todos, en algún momento, escuchamos voces, unas que nos detienen cuando queremos obrar mal y otras que nos instan a no detenernos. De la misma manera, debemos disfrutar en grande de los momentos felices, guardarlos en nuestra memoria, atesorarlos y de vez en cuando, traerlos de vuelta a nuestros pensamientos.

Es comprensible que cuando una persona nos lastima nos invada el deseo de desquitarnos, de causarle el mismo dolor que nos causó, pero entonces nada tendríamos que criticarle a aquel que ha hecho mal, pues nosotros hemos hecho exactamente lo mismo.

La agonía que nos producen el malestar, el resentimiento y la sed de venganza, nos aleja cada vez más de la paz y sosiego al que todos aspiramos y que solo podemos alcanzar con nuestro propio esfuerzo.

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