¿Cuál cambio escogeremos para la República Dominicana?

El mundo se encuentra actualmente en uno de los más importantes procesos de cambio desde la caída del muro de Berlín hace ya casi 30 años. Hemos visto como los paradigmas que sostuvieron el sistema político y económico durante décadas hoy están&#8

El mundo se encuentra actualmente en uno de los más importantes procesos de cambio desde la caída del muro de Berlín hace ya casi 30 años. Hemos visto como los paradigmas que sostuvieron el sistema político y económico durante décadas hoy están en un momento de cuestionamiento que pone en juego su mera supervivencia. Los discursos extremistas que tomaron el poder en distintas latitudes ya no son una excepción y por el contrario, país por país, se vislumbra un auge demagógico que amenaza con deshacer un sistema que la gente ve como indolente ante sus necesidades y que solo pareciera servir para que quienes ostentan el poder, se afiancen en él con todos sus privilegios.

La República Dominicana, un territorio tradicionalmente pasivo, no es ajena a esta realidad y aquí también vemos como el terreno se hace cada vez más fértil al extremismo fruto de las fallas de nuestra frágil democracia. La realidad es que la democracia nunca llega a ser perfecta y que en su mejor estado, lo que llega a ser es perfectible, siempre avanzar para mejorar. Lamentablemente, en muchas materias de gran importancia, no solo pareciera que nuestro sistema se encuentra estancado, sino que incluso retrocede. Esto eleva las frustraciones del pueblo que se da cuenta como sus actores políticos y los partidos en que se sostienen, se quedan firmes bien atrás, a mediados del siglo XX, en un mundo que ya no existe.

Sucesos recientes han golpeado aún más a la ciudadanía, viendo con sus propios ojos la degradación política que vuelve a lo que Duarte llamó la más noble de las ciencias, en un club de poderosos. Si vamos país por país, podemos ver muchos casos donde este tipo de ambientes han traído como fruto los gritos agoreros que en definitiva, son un cambio radical, pero muchas veces para peor al dar un cheque en blanco a quienes no creen en ningún concepto democrático sino que tienen la improvisación y el autoritarismo como modelo a seguir. Esto desde Europa (Con personajes como Le Pen y Wilders) a América Latina (con el chavismo) y desde Asia (con Rodrigo Duterte) a Norteamérica (con Donald Trump). Pero como rayos de luz, también tenemos ejemplos de quienes con un modelo institucional, han logrado formar mayorías como es el caso reciente de Enmanuel Macron en Francia.

Ante esto, quienes creemos en rescatar el sistema, en perfeccionarlo, no
desecharlo ni destruirlo, tenemos la responsabilidad en esta coyuntura de llevar un mensaje serio, coherente y creíble. Nos toca interpretar las frustraciones de la gente y apelar no a sus miedos, si a sus esperanzas, no a sus dudas, sí a su confianza.

Caer en el populismo que siembra odio y resentimiento entre las personas, puede ser lo más fácil. Pero quienes tenemos responsabilidad pública, estamos en el deber de encontrar soluciones. Si todo está mal, nos corresponde trabajar junto a la ciudadanía para corregirlo. La historia da lecciones que debemos recordar y una de ellas es que la participación activa de la gente en la cosa pública, más allá de en elecciones, en el día a día vigilando el funcionamiento democrático, es la clave para un sistema libre, próspero y seguro.

El pueblo espera la merecida sanción para quienes violaron el juramento constitucional de servirle a la nación y no servirse de ella. Así deberá actuar la justicia de forma que pueda enmendarse la realidad de que las leyes parecieran aplicársele solo a los más débiles. Nos encontramos todos ante la gran encrucijada de si rescataremos la institucionalidad, o dejaremos que se pierda por completo.

A nuestra República Dominicana le urge un cambio, pero toca escoger muy bien ese cambio. Estamos ante un fin de ciclo y las decisiones que tomemos en el futuro inmediato, definirán por lo menos las próximas tres generaciones. Cada quien deberá saber qué rol asumir, de forma tal, que de las frustraciones pasadas podamos sembrar y cosechar los éxitos del futuro.

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