Una verdad en tiempo de postverdad

En tiempos normales, que no son precisamente los que corren, decir una verdad no hubiese clasificado como noticia. Pero en la era Trump por la que la humanidad comienza a adentrarse, la verdad es rara, casi un artículo de lujo, siendo sustituida…

En tiempos normales, que no son precisamente los que corren, decir una verdad no hubiese clasificado como noticia. Pero en la era Trump por la que la humanidad comienza a adentrarse, la verdad es rara, casi un artículo de lujo, siendo sustituida por el reinado de la post-verdad, y los llamados por la Casa Blanca como “datos alternativos de la realidad”. Donald Trump es un sofista redomado, o peor aún, un simulador consciente. Su equipo electoral, y ahora su gabinete, está formado por individuos políticamente impresentables, de esos que mienten a conciencia y no tienen el menor remordimiento por ello. Cuando la realidad no le es favorable, lo que a menudo sucede, como en los viejos tiempos de otro simulador legendario llamado Richard Nixon, se le da un golpe bajo y de manera imperturbable, se le sustituye por un embuste mondo y lirondo.

No les tiembla el pulso, no se les enrojecen las orejas, y duermen de noche como benditos celestiales. Son los paradigmas de la era Trump, abanderados de un mundo ficticio, como aquel de jardines y cascadas virtuales que ocultaba las ruinas del mundo real en el film “The Matrix”.

Precisamente por ello, cuando alguien del entorno Trump dice una verdad, es necesariamente noticia. Así acaba de ocurrir con Mark Hall, un inversionista inmobiliario de Boston que lleva 28 años haciendo negocios en República Dominicana, y no solo forma parte de su entorno cercano, sino que perteneció a su equipo de transición.

El Listín Diario del viernes 20 de enero, en titular de su primera plana y destacada la noticia en su página 6ª, recoge las declaraciones del señor Hall acerca de la pésima ejecutoria que deja tras de sí James Brewster, el embajador saliente de los Estados Unidos. El titular de la entrevista no puede ser más llamativo, y a la vez, más atinado: “Brewster deterioró vínculos entre Estados Unidos y República Dominicana”.

Era un secreto a voces. Desde la prensa escribimos al respecto y denunciamos la agenda disociadora e indelicada con la que el ex embajador Brewster había sustituido sus deberes diplomáticos. También la manera irresponsable en que acometía la promoción descocada de sus preferencias sexuales, un asunto estrictamente privado y solo de su personal incumbencia. Por desgracia, el ex presidente Obama tuvo entre nosotros un pésimo representante, desaprovechando así las enormes posibilidades de un diálogo creativo y fructífero con nuestra nación. Las declaraciones de Hall vienen a corroborar nuestras denuncias.

Pero para no perder la costumbre, el señor Hall, en algún momento de su entrevista, equivoca el norte de la objetividad en un gesto Trump, y vuelve, como sus compañeros, a las andadas. “El nuevo embajador (norteamericano en República Dominicana)-afirmó- debe ser un paralelo del presidente Trump y el equipo que lo acompaña, que son personas orientadas al comercio, los negocios y la libre competencia”. Al decir de algunos en corrillos locales, el nuevo embajador será este señor.

Absolutamente falso. Tanto Trump como sus asesores, entre los que actúa desde las sombras un golpista y genocida de la talla de Henry Kissinger, son exponentes tardíos de lo peor y más retrógrado del aislacionismo egoísta y arbitrario de esa nación; de la tendencia a cerrar fronteras y usar subsidios y aranceles para resucitar una competitividad norteamericana hace rato de capa caída; de renunciar a tratados comerciales internacionales, como el Acuerdo Transpacífico, por chovinismo suicida y parroquial; de obstaculizar con medidas draconianas y desvergonzadas , no solo el libre flujo de personas mediante un muro medieval y condenado al fracaso, sino también el libre flujo del comercio mundial en un mundo globalizado.

De ser un reflejo de su presidente, el nuevo embajador norteamericano en República Dominicana apoyaría la trasnochada y absurda propuesta de construir un muro en la frontera con Haití, que sin dudas tendría su simpatía y acogida de los sionistas criollos, que han estado alentados por el gobierno israelí a través de su Embajada en la R.D.; y alentaría medidas de carácter proteccionista, que no solo limitarían nuestro comercio internacional, sino que alejarían a amigos y aliados, sumiéndonos en el aislamiento y la pobreza de la época de las devastaciones de Osorio.

Es una verdad como un templo que James Brewster fue uno de los peores y más estériles embajadores de Estados Unidos que República Dominicana ha sufrido, pero también lo es que Donald Trump y su equipo falaz no presagia nada mejor. Dios nos coja confesados. 

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