El apóstol de América y la República Dominicana

Santo Domingo, R.D.- Dos días después de que el Fundador de la Patria dominicana, Juan Pablo Duarte, cumpliera 40 años de edad, nacía José Martí, en una modesta casita de La Habana: era el 28 de enero de 1853, y nunca llegarían…

Santo Domingo, R.D.- Dos días después de que el Fundador de la Patria dominicana, Juan Pablo Duarte, cumpliera 40 años de edad, nacía José Martí, en una modesta casita de La Habana: era el 28 de enero de 1853, y nunca llegarían a conocerse personalmente.

Sin embargo, en su constante peregrinar de proscripto por tierras europeas y americanas, el que llegaría a convertirse en Apóstol de la independencia de Cuba fue adquiriendo conocimiento sobre la brava nación que había defendido su libertad a brazo partido contra los principales imperios de la época. El conocimiento se fue convirtiendo en respeto, admiración y más tarde veneración por la historia del pueblo hermano de las Antillas contra cuyo coraje y decisión se habían estrellado los más poderosos ejércitos de Europa, y había mantenido a raya al vecino haitiano que, una vez alcanzada la independencia preparada por Duarte y sus compañeros de La Trinitaria, continuaba intentando someter el lado español de la isla.

En 1884 Martí lee en Nueva York, donde vivió por quince años, la novela Enriquillo, de Manuel de Jesús Galván, y confesó que esa era la manera en que él concebía que debiera contarse la historia hispanoamericana.  Elogió al autor, y conservó en la memoria los principales pasajes de aquel poema en prosa que describía como un himno la rebeldía de los habitantes originarios antillanos y sus descendientes. Varias fueron las ocasiones en que, refiriéndose a las virtudes de las culturas primigenias de nuestra América, invocó pasajes enteros, citó personajes o parafraseó momentos de la obra del novelista dominicano.

En mayo de ese mismo año escribirá en la revista La América, de Nueva York, su breve pero esencial ensayo Maestros ambulantes, en respuesta a la pregunta que desde Santo Domingo le hace un amigo suyo, el poeta José Joaquín Pérez, sobre cómo sería posible implementar en la práctica ese programa de educación popular. En octubre conocerá en esa urbe norteamericana a uno de los hombres que más había admirado de la Guerra de los Diez Años, el general dominicano Máximo Gómez, quien, junto a Antonio Maceo, se encontraba de paso por aquella ciudad para recaudar fondos a fin de llevar a Cuba las expediciones señaladas en el Plan de San Pedro Sula trazado por ambos combatientes de la independencia cubana. Aquel primer acercamiento terminó en desastre como bien se conoce, por razones de forma, jamás de esencia. El espíritu cívico de Martí no se avenía mucho con el rudo apego al principio de autoridad del estratega banilejo. Y el choque resultó de dimensiones épicas, al punto de que muchos cercanos atribuyen en gran medida el fracaso del minucioso proyecto militar al alejamiento de Martí de aquellos trabajos germinales. 

Será luego de varios fracasos de tentativas militares patriotas que Martí se diera a la tarea de organizar a los cubanos y puertorriqueños que pugnaban por la independencia de ambas Antillas en una organización política que, al mismo tiempo que organizar y sostener la guerra contra el ejército colonialista español, fuera capaz de sentar las bases de una república cuyo principio fundamental sería “Con todos y para el bien de todos”. Esa organización surgió en Nueva York el 10 de abril de 1892, bajo el nombre de Partido Revolucionario Cubano.

Las labores organizativas del partido martiano alcanzaban a los principales centros de emigrados cubanos y puertorriqueños en los Estados Unidos, centro y sur América, y por supuesto también dentro de las Antillas. Así se organizaron clubes en Haití, Jamaica, República Dominicana, Puerto Rico, Costa Rica, entre otros. En esas labores llega Martí por primera vez al territorio dominicano entrando por Montecristi, pues venía a poner en conocimiento a Máximo Gómez de la decisión a que había llegado la consulta realizada por el partido entre los principales jefes militares cubanos sobre quién debía encargarse de la jefatura del ejército libertador. En esta ocasión se reunieron en la casa del viejo general en la finca La Reforma, y allí Martí le explicó con lujo de detalles la proyección política del movimiento que encabezaba y cuyos principales oficiales lo habían señalado a él como el más capacitado para comandar las fuerzas militares. La respuesta de Gómez fue aceptar, como se suponía, a pesar de que algunos de poca fe creían imposible semejante acuerdo atendiendo a los sucesos mencionados de 1884.

El viaje del Apóstol cubano continuó hacia la ciudad primada de América, pasando por La Vega cuyas fiestas populares dejó resumidas en el Diario de Campaña. Al llegar a la ciudad del Ozama, el 19 de septiembre de 1892, sería recibido por sus amigos Federico y Francisco Henríquez y Carvajal, el poeta José Joaquín Pérez y Manuel de Jesús Galván.  Visitara al Canciller del gobierno de Lilís, y visitara en la escuela de señoritas dirigida por la insigne pedagoga Salomé Ureña de Henríquez, quien se encontraba de viaje por problemas de salud. El 20 en la tarde visitara los restos de Colón en la catedral y en la noche sería homenajeado en la Sociedad de Amigos, ocasión en la que realizó tres cautivantes discursos ampliamente reseñados por la prensa dominicana al día siguiente. A la media noche fue acompañado por sus anfitriones hasta el muelle del Ozama donde abordó el velero Lépido rumbo a Barahona y, luego de una breve y fructífera estancia de un día en aquella comarca, se dirigió por las montañas del Bahoruco hacia tierras haitianas camino a Puerto Príncipe.

En 1893 Martí llegara por segunda vez a tierra dominicana, en esta ocasión por unas breves horas en la ciudad de Montecristi para una conferencia personalmente con Gómez. Sin embargo, de cada viaje va recogiendo enseñanzas sobre la nación americana que más amenazada vio siempre su idiosincrasia hispana y la que con más denuedo supo defenderla y sostenerla contra todas las banderas.   

En 1894 Máximo Gómez visita fugazmente Nueva York para cerciorarse por sí mismo del estado de los trabajos organizativos del movimiento, cuya dirección militar había aceptado. En esta ocasión, el Generalísimo se hizo eco en aquella populosa urbe de los empeños que realizaban sus compatriotas de Santo Domingo para recaudar fondos con qué erigir la primera estatua al fundador Juan Pablo Duarte. A Martí dirigió, por su condición de director del periódico Patria, la siguiente carta el 17 de abril:

Sr. Director de PATRIA.

Confiando en la bondad de usted, me permito rogarle se sirva insertar en su periódico las siguientes líneas, y acepte el testimonio anticipado de mi agradecimiento.

Todos los pueblos de América libre tienen simbolizado en un nombre los esfuerzos, la abnegación y los sacrificios que les costó su emancipación de la metrópoli europea a que estuvieron mucho tiempo sometidos. Washington, simboliza la independencia de la república del Norte, el Cura Hidalgo, simboliza la independencia de México, Bolívar y San Martín, la de las repúblicas hispanoamericanas del Sur.

En todos esos países se han alzado monumentos a eternizar el recuerdo de sus libertadores, como tributo de justicia que se les debe. Por eso hoy la República Dominicana se propone pagar la deuda de gratitud que tiene contraída con el benemérito patricio que fundó su nacionalidad, y ha resuelto erigir una estatua que perpetúe en nombre de Juan Pablo Duarte.

Yo, que soy hijo de Santo Domingo, y que además experimento como religiosa veneración por todos los que en América han combatido por romper del hierro del coloniaje español, no puedo resistir el impulso que me mueve a invocar los nobles sentimientos de los patriotas cubanos, fuera y dentro de la Isla, con la esperanza de que contribuyan con su óbolo a la suscripción que encabezo, destinada a aumentar los fondos que en Santo Domingo se colectan para llevar a cabo el pensamiento nacional de erigir a Juan Pablo Duarte una estatua digna de su memoria. Mi gratitud será eterna para todos los que me ayuden en esta obra meritoria.

En usted saluda a todos los hijos de Cuba, su amigo

Máximo Gómez.

A la cual José Martí respondió positivamente y de inmediato esgrimiendo argumentos como éstos:

“Y Patria, general, que en el valor de los hombres y en la lealtad de las mujeres ve erguida para siempre en la conciencia dominicana, por sobre tránsitos y apariencias, la vigilancia indómita con que alzó a su pueblo caído el fundador Duarte.

Patria, que lo contempla aún, creador sagaz, iluminar con la palabra ardiente, acusada de ilusa y demagógica, a la juventud que en las humildades de “La Trinitaria” aprendió de él a desoír el vil consejo de la soberbia acomodada, o el miedo corruptor, que a la salud de la libertad, inquieta siempre en la niñez, prefieren las barragonías de la deshonra.

Patria, que lo ve urdir, con el poder de su consejo, -y sin más brazos que la idea, madre de brazos, – la rebelión que, de una pechada de héroes, echó atrás al haitiano, tan grande cuando defendía su libertad como culpable cuando oprimía la ajena.

Patria, que ve aún, con el júbilo del alma hermana, encenderse en el aire el fogonazo del trabuco de Mella, y caer, en pie, a un pueblo invencible, de los pliegues que desriza, abriéndose a la muerte, la bandera de Sánchez, allá en la Puerta del Conde famosa, en aquel día de las entrañas, el 27 de febrero.

Patria, que lo vio luego, víctima de sus propios hijos, echado del poder, que era en sus manos como el arca de la República, y morir en la expatriación, triste y pobre, como servicio último a la patria, ante cuyos apetitos y desmayos se debe erguir la libertad, a fin de preservarse mejor, con la poesía del sacrificio.

Patria, con sus dos manos extendidas, pide a los cubanos y puertorriqueños su tributo para el monumento a Duarte: el tributo de los americanos a un mártir de la libertad que redime y edifica: -el tributo de la gratitud de los cubanos a la patria de los héroes que cargaron su cruz en el hombro ensangrentado, y con el casco de sus caballos fueron marcando en Cuba el camino del honor.

Patria, en su próximo número, abre la lista del tributo de Cuba al monumento de Duarte”.

Más de tres décadas después, en 1930, cuando finalmente se inauguró el primer monumento al patricio, las palabras escritas por Martí vibraron en los aires de Santo Domingo recordadas en el discurso de su entrañable amigo Federico Henríquez y Carvajal.

La tercera y última ocasión en que pisó la tierra de Duarte sería entre febrero y abril de 1895, cuando salió clandestino de Nueva York, perseguido por las agencias de inteligencia norteamericanas y el espionaje español, para reunirse con Gómez una vez más en Montecristi y, desde allí, salir el primer día de abril rumbo a la Guerra Necesaria que él había organizado y en uno de cuyos primeros combates perdería la vida y ganaría la gloria, el 19 de mayo al mediodía, en los potreros de los Ríos.  

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