¿Por qué el político se enferma tanto?

¿Por qué el político se enferma tanto? Me hice esa pregunta luego de la lamentable partida de Hatuey De Camps. Su padecimiento se propaga con velocidad. Su promedio de vida debe ser menor que el de los demás.

¿Por qué el político se enferma tanto? Me hice esa pregunta luego de la lamentable partida de Hatuey De Camps. Su padecimiento se propaga con velocidad. Su promedio de vida debe ser menor que el de los demás. Recuerdo que a raíz de la muerte de Néstor Kirchner, en Argentina tomó vigencia el libro “Enfermos de poder”, del periodista y médico Nelson Castro. Esto así, porque desde el año 1983, cuando esa nación volvió a la libertad, tres de sus presidentes sufrieron episodios cerebro-vasculares que pusieron en peligro sus vidas: Carlos Menem, Fernando de la Rúa y el propio Kirchner, quien no resistió la mala jugada de su corazón. En nuestro país, en la etapa democrática iniciada en el año 1978, tres líderes se fueron a destiempo, pues no superaron el cáncer: José Francisco Peña Gómez, Jacobo Majluta y Jacinto Peynado. Ahora Hatuey.

La actividad política aceleró sus afecciones, las convirtió en indomables. Y para nadie es un secreto que a todos les pidieron que “bajaran la guardia”, que lo tomaran “más suave”, que descansaran, y ni caso hicieron. Eran, en el buen sentido, tercos como mulas.

Todos tenían los mejores galenos y centros médicos del mundo a su disposición. Contaban con especialistas en alimentación. Podían hacer ejercicios sin problemas, con excelentes entrenadores en la materia. Pero, por más esfuerzo que realizaran y por más que se cuidaran, la adicción a la política los vencía, y el estrés, inoperable hermano siamés de la política, se adueñaba inmisericorde de sus cuerpos y mentes.

La ansiedad es común en estas personas, especialmente en naciones como la nuestra, donde en el accionar político se debe hacer de tripas corazón y vencer miles de obstáculos, sobre todo si se pretende actuar correctamente, sin negar que entre los inescrupulosos también el sosiego se derrumba, pues no hay nada más tormentoso para el alma y dañino para los órganos que hacer daño y no cumplir el deber. La política, además, suele alterar la paz y perturbar el pensamiento, tanto a laboriosos, honestos y con vocación de servicio, como a vagos, charlatanes y supremos egoístas. En ese ámbito las conciencias no reposan. A nuestros políticos les salen canas en un santiamén. Pierden el pelo con facilidad. Les nacen herpes por la tensión. Sus casas y oficinas son centros de batallas, de pedideras desde el amanecer. La palabra “privacidad” no está en sus diccionarios.

Naturalmente, hay excepciones, políticos destacados que vivieron hasta la vejez, como, por ejemplo, Juan Bosch y Joaquín Balaguer, cada uno con ética distinta, dos polos opuestos. Este artículo también lo asumo, pues me encanta la política. Concluyo: debo cuidar más mi salud.

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