El robo más lindo del mundo

En los días en que se acercaba el fin de la guerra de Vietnam nosotros estábamos en la segunda planta de Odontología, en la UASD, al lado del “Marión”.

En los días en que se acercaba el fin de la guerra de Vietnam nosotros estábamos en la segunda planta de Odontología, en la UASD, al lado del “Marión”.Allí funcionaba el local del Movimiento Cultural Universitario (MCU) y debajo se acababa de inaugurar el Economato. Y, mientras los teóricos de la literatura estábamos reunidos, oímos un ruido extraño. Casi una algarabía.

De pronto, dos hombres aparecieron empujando a un muchacho.
–¡Es un ladrón! –gritó uno.
–Y dice que es miembro del MCU –argumentó el otro.
El aludido, de unos veinte años, no reaccionaba. Estaba conturbado. Avergonzado. En un limbo.

Así lo notaron Héctor Martínez, Mateo Morrison y Héctor Amarante, quienes no se imaginaban que ese muchacho, más tarde, brillaría bien alto en el firmamento de las letras dominicanas. Tampoco, Fernando Sánchez Martínez, Andrés L. Mateo ni Magno Rodríguez Grullón, mientras Leonel Fernández y José de la Rosa Saldaña, que habían ido allí por primera vez, no entendían lo que estaba pasando.

–Lo atrapamos con las manos en la masa.
–¿Y qué fue lo que robó? –les pregunté.
Los del Economato se miraron. Y fue el mismo ladrón quien confesó:
–Un libro.
–Así es –añadió uno de los hombres– Y dice que es miembro del MCU. Es por ello que lo hemos traído aquí para que ustedes le den el castigo que merece.
Y lo dejaron con nosotros.
–¿Por qué lo hiciste? –le pregunté. –¿Por qué?
No respondía. La cabeza baja, las manos le caían, casi a punto de llorar. Atribulado. Desolado. Abatido. Él, que tampoco sabía que años más tarde sería un gran publicista, profesor universitario, dramaturgo y cineasta.
Pero ahora, había hecho quedar mal al MCU, quebrantando la moral revolucionaria que enarbolábamos, pues éramos la organización vanguardia en el mundo cultural dominicano durante los Doce Años. En el ámbito literario había heredado a la mayoría de los miembros de los grupos La Isla y La Antorcha, que habían tenido una duración efímera, al igual que El Puño. La Máscara, que era acusada de derechista, duró más por el concurso de E. León Jimenes. El MCU, pues, era el grupo más sólido, publicaba poemarios, libros de cuento, un boletín e, incluso, tenía abierto un concurso de cuento y de poesía. Y ahora este muchacho venía a meter la pata.

–¿Qué te pasó? –Insistí, sintiendo que, aunque quisiese, las palabras no le saldrían.
Los demás teóricos seguían mirándole con angustia: Norberto James, José Ulises Rutinel y Wilfredo Lozano, quienes no tenían idea de que este chico, años después, ganaría numerosos premios de teatro, cuento y poesía. Tampoco lo intuían Alexis Almonte, Rafael Peralta Romero, Domingo de los Santos, Marcos Tejada Céspedes ni Eduardo Oller.
-¿Por qué lo hiciste?, volví a enfrentarle –¿No sabes, no entiendes, que el Economato es propiedad del pueblo? ¿Cómo osas quebrar las leyes de la revolución? Debes saber que hay un gran espacio entre lo nuestro y lo de la burguesía. Si quieres, ve a la biblioteca Lincoln, que está en la calle El Conde, frente al parque Colón. Y roba allí los libros que tú quieras. Así, le darás un golpe al imperialismo, comprendiendo la lucha de clases, defendiendo al proletariado y siguiendo a los clásicos Marx, Engels, Lenín, Stalin y Mao Tse-tun. O llégate a una biblioteca de la burguesía. Y bla,bla,bla, bla,bla…
Seguí mi perorata por un rato, fiel a los dictados de la época, y al final le pregunté:
¿Qué libro robaste?
Levantó la cabeza y su respuesta fue un susurro. Una cuita. Una tribulación:
–“Cuentos escritos en el exilio”, del profesor Juan Bosch… Yo quería leer la introducción: “Apuntes sobre el arte de escribir cuentos”, pero no tenía con qué comprarlo.
El silencio fue total. Intenso. Profundo y penetrante.
Fue ahora cuando reparamos en su indumentaria. En sus limitaciones. En su pobreza. En todo aquello, doloroso y difícil, que ahora no quiero describir.
El muchacho volvió a bajar la cabeza, esta vez, como a la espera del hacha del verdugo. Inmóvil. Inerte. Petrificado.
Tony Raful, Domingo de la Cruz y Enrique Eusebio disimularon una lágrima. Pero, Johnny (Alexis) Gómez, Héctor Martínez y Rafael Peralta Romero sacaron sus pañuelos. Roberto Marcallé Abreu, Pedro Germosén, Rafael Abreu Mejía y Diómedes Núñez Polanco prefirieron bajar la cabeza.
Se sintió, también, uno que otro suspiro. Con aires de súplica. Con aroma de plegaria. Con perfume de oración.
-Siéntate, –le dije –mientras ponía una mano sobre su hombro. Ahora, parecía “un ángel caído en primer plano”.
Abajo, cruzando entre la Biblioteca y Medicina, un grupo de estudiantes, enarbolando banderas diversas, cantaban esta consigna:
– “¿Quién mató a Amín Abel?/ El maldito…”.

En el MCU, por un instante, siguió el silencio.

Después, interpretando el sentir de todos, me dirigí a Roberto Marcallé Abreu:
-Baja al Economato, compra el libro “Cuentos Escritos en el exilio” y copia en un stencil, como una separata, “Los apuntes sobre el arte de escribir cuentos”. Lo distribuiremos al precio de diez centavos, que es el costo. Y lo llevaremos a los clubes, a los grupos de teatro, a los de poesía coreada y a cualquier lugar donde haga falta para que ningún joven, interesado en ello, se quede sin leerlo.

El jovencito, llamado Aquiles Julián, entendió entonces el sentido de la frase atribuida al presidente Mao Tse-tung: “De una cosa mala, puede sacarse una cosa buena”. Y en su rostro, brillando, apareció una tenue sonrisa.

No sé de dónde nos llegó la melodía y las voces de Simon y Gartfunkel, con lo que ustedes, ahora, pueden oír pinchando este enlace.

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