339 Amín Abel Hasbún

Pericles Mejía, en el papel del Dr. Marino Ariza Hernández, Procurador General de la República, dirige el interrogatorio durante la investigación del asesinato de Amín Abel Hasbún en el etzelente docudrama que dirige Etzel Báez. “339 Amín…

Pericles Mejía, en el papel del Dr. Marino Ariza Hernández, Procurador General de la República, dirige el interrogatorio durante la investigación del asesinato de Amín Abel Hasbún en el etzelente docudrama que dirige Etzel Báez. “339 Amín Abel Hasbún, memoria de un crimen”.

El docudrama, dice un diccionario, o el llamado docudrama de ficción, es un “Género de radio, cine y televisión que trata hechos reales propios de un documental, con técnicas dramáticas”, y me parece que esta definición se ajusta de cuerpo entero a la opera prima de Etzel Báez. Un docudrama de suspenso.
La lectura que de éste propongo también es docudramática, cargada de mala leche, como la obra en sí. Y es también literal. Una lectura de la obra como es, no como debería ser.

El film abre con la presentación de los créditos comerciales y de autoría, unos muy efectivos efectos sonoros y unas tenebrosas informaciones sobre los servicios de la no menos tenebrosa Agencia Central de Inteligencia durante el gobierno de los doce años del Dr. Joaquín Malaguer (dije Malaguer). Está basado en el libro “Amín Abel, un gigante dormido”, de Fidel Santana, y en papeles de la Procuraduría General de la República y de la propia CIA.

En la primera escena, en una voz en off muy bien timbrada, se escucha el mensaje, la comunicación oficial en que Balaguer ordena al procurador el esclarecimiento del crimen, “esta insólita ocurrencia” en que “no sólo participaron las autoridades policiales sino también miembros del Departamento de Justicia”.

Es la misma comunicación en la que pide, exige, reclama entre comillas “una investigación a fondo que sea llevada a cabo con energía y con rectitud para que los responsables de cualquier exceso, sí en realidad lo ha habido, sean severamente sancionados en justo desagravio a la sociedad y a la ley”.

La “insólita ocurrencia” no era, en realidad, tan insólita, era ordinaria, era común y corriente durante el reinado de Balaguer. Lo insólito (lo inexistente) era la severa sanción “en justo desagravio a la sociedad y a la ley”, como pregona la voz en off.

La voz en off se escucha mientras el procurador Mejía-Ariza lee a su vez la comunicación en silencio, sentado a su escritorio.

Damaris Espaillat, en el papel de la secretaria Pura Rosa, y un agente de policía intercambian miradas de inteligencia. Algo se cuece en el ambiente. La secretaria se sienta en primer plano, de perfil. El Procurador, al fondo, continúa la lectura. Aparece el documento en un plano cerrado. Cuando el mensaje de voz alude a “los responsables de cualquier exceso”, un perverso movimiento de cámara apunta (apunta, sí, apunta) a una fotografía torcida de Balaguer con un guardia no identificado a su espalda y hace un close up, un acercamiento, casi a manera de un disparo certero. La foto torcida, el personaje retorcido, ¡que puntería!

Luego aparece el título completo del film:

339 AMÍN ABEL HASBÚN, MEMORIA DE UN CRIMEN

Todo esta dicho y se dirá repetidamente con movimientos de cámara que conducen a Balaguer. Todos los caminos del crimen conducen a Malaguer.
A continuación se escucha otra voz en off, la voz de un posible presentimiento de Amín. Es la voz que escucha, en un magnífico encuadre, una embarazada y glamorosa Margaux Da Silva en el papel de Mirna Santos, viuda de Amín.

La viuda había sido llamada a la oficina del Procurador para ofrecer su testimonio y desde que entra al despacho se produce en el escenario una manifestación de virtuosismo escénico. Los personajes entablan una relación en la que destacan diálogos, actitudes, ideas contrapuestas. Un juego de contrastes, un carrusel de luces y sombras sicológicas que una inquieta cámara recrea.

Destaca el rostro perturbado del Procurador Mejía-Ariza (el rostro adolorido de Pericles Mejía en vísperas de una operación quirúrgica), los matices emocionales que se reflejan o refleja la pantalla de su rostro. Destaca, por supuesto la viuda Da Silva-Santos, la serenidad expresiva de su “interfaz”, la dignidad del personaje que representa. Destacan las miradas furtivas de la curiosa secretaria Espaillat-Rosa, los desvencijados archivos, otro cuadro torcido, los muchos detalles a los que presta atención el relato fílmico.

De hecho, y aunque parezca exagerado, en esta obra hay que celebrar los movimientos de cámara, la calidad y temperatura del color, la dirección, el guión, la columna sonora, la edición, la buena disposición de todo un equipo. La dirección, sobre todo, la dirección.

No pienso, ni es posible, leer uno a uno, fotograma por fotograma toda la película, pero con lo que hasta aquí se ha visto es innegable que Etzel Báez aprendió de Eisenstein o algún otro una lección fundamental: “El arte de componer bien es el arte de variar bien”.

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