Más que un día

El próximo domingo el calendario indica que se celebra el Día del Padre Dominicano. Ya es tradición que el último domingo de julio, los dominicanos agasajen al hombre que, junto a su madre, es el responsable de su existencia.Aunque…

El próximo domingo el calendario indica que se celebra el Día del Padre Dominicano. Ya es tradición que el último domingo de julio, los dominicanos agasajen al hombre que, junto a su madre, es el responsable de su existencia.

Aunque muchos se quejan de que la celebración no es igual para los padres que para las madres, otros, cuyos hijos saben valorar en su justa medida la labor, amor, dedicación y responsabilidad de su papá, sienten, no sólo un día, sino toda la vida, el agradecimiento eterno de sus hijos, en constantes manifestaciones de amor, respeto y ternura.

En mi caso particular, siempre he sostenido que los hijos nunca terminan de retribuirles a sus padres todo lo que les dan. Pues el solo hecho de darles la vida los convierte en sagrados y a los hijos, los compromete a mostrar un mínimo de respeto y consideración, sin que esto sea visto como una obligación, sino más bien como un deber.

Por eso, aunque entiendo que no debe existir un día para honrar, agradecer y regalar amor, ni al padre ni a la madre, este día, más que unirme a la corriente de aquellos que los olvidan todo el año y hoy salen apresurados a la tienda más cercana a comprarle algún presente, con el cual pretenderán expresarle su amor incondicional, quiero felicitar de todo corazón a los hijos e hijas que los valoran cada día.

A aquellos que luchan por devolverles con cuidados, atenciones, comprensión y paciencia, un poco de su inagotable ternura, desvelos, sacrificios y amor sin límites ni condiciones, sin los cuales, difícilmente, un recién nacido habría sobrevivido más de 48 horas.

Por eso, hoy y todos los días del año, deseo expresar mi más profundo sentimiento de respeto y admiración para los hijos a quienes no les alcanza la vida para amar a sus padres, para aquel que se olvida de las altas posiciones que ha alcanzado en la vida para convertirse simplemente en el hijo de la anciana que ahora no puede valerse por sí misma y necesita de su presencia para asearse, comer, tomar sus medicinas y sentirse protegida a la hora de dormir.

Y es que un día, cuando el inexorable paso de los años separe a hijos y padres, en medio del dolor les quedará la inmensa satisfacción de haber estado en el momento indicado, leales y conscientes de nunca haremos lo suficiente por aquellos a quienes les debemos todo. l

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