Piky

ºAlgunos compañeros tenían los clavos de las botas enterrados en la planta de los pies. Polo estaba enfermo y aunque, en general, la moral era altísima, las fuerzas físicas estaban totalmente agotadas. Había que descansar a toda costa.

ºAlgunos compañeros tenían los clavos de las botas enterrados en la planta de los pies. Polo estaba enfermo y aunque, en general, la moral era altísima, las fuerzas físicas estaban totalmente agotadas. Había que descansar a toda costa.

Se nos fue Piky Lora: silenciosa, imperturbable, en brazos de una tenue paz.
Ella expresó con su biografía las palabras apremiantes de un poema. Como quien dice: escribo para que la muerte no tenga la última palabra.

Íbamos por un trillo dentro de un cafetal, con una oscuridad tan tremenda que casi no nos veíamos los unos a los otros. El frío era intenso. Yo iba adelante porque conocía el camino de día, y les aseguré a los compañeros que podía conducirles con la mayor rapidez posible.

Porque nadie podía decir la última palabra de esta mujer apasionada y tierna, de esta muchacha indomable y piadosa, de esta dominicana sin límites en su pasión por la vida.

De pronto siento el ruido de las bridas de una montura y nos detenemos en el momento en que ya yo he tropezado con dos guardias que estaban sentados debajo de un árbol que bordeaba el sendero. Los compañeros penetran en el cafetal a ambos lados y esperan con sus armas preparadas la reacción de los militares, pero ellos, sorprendidos igual que nosotros, sólo atinan a preguntarme qué hago por ahí a esas horas. Les digo que vivo cerca y tengo una cita de amor; me sermonean simulando que han creído el cuento y me ordenan devolverme.

Ella amó mucho y amó a muchos. En alguna estación de su vida la inflamó una impetuosa vocación de abismos. Y fue entonces luchadora feroz, combatiente: urgencia viva del descontento.

Comienzo a vagar en la oscuridad, oigo un cuchicheo. Ahí están los compañeros, pienso. Me acerco al grupo silenciosamente y detrás uno muy gordo. ¡No son ellos! ¡No puedo encontrarlos! !Por aquí! Se tiran de bruces en posición de disparo y comienza el tiroteo. Ellos los encontraron. Clavan la loma de plomo de arriba abajo, y con el aliento contenido, oigo impotente aquel tableteo interminable. El tiempo que duran los disparos parece un siglo.

Después, anduvo Piky la luminosa pradera del amor. Y quiso con intensidad. Fue esposa y madre y abuela. Y ahora las porciones invisibles de su sangre están en lo más hondo de un linaje que hoy la extraña.

Mataron dos. ¿Cómo eran? Uno muy delgado, de ojos verdes, y ya muerto tiene una pistola en la mano derecha. El otro es indio, fuerte, tiene un dibujo en el pecho. Se estaban llevando un herido al hombro, muy joven, con un pie destrozado.

Amaba su tierra, su tierra madre, y era capaz de extasiarse ante la súbita dulzura de una llovizna. Veneró el suelo tibio de los antepasados, tanto como amó a sus hermanos y a sus padres y a sus hijas.

Hay otro muerto, muchacha, y es fulano, uno que vivía aquí, que la guardia lo mandó a buscar las huellas de los guerrilleros. Era colaborador del ejército y al comenzar a disparar no han tenido en cuenta que su amigo se encontraba en el medio. Cayó cosido a balazos.

Hablaba como nadie de los árboles y los animales, de sus amigos y de su infancia, del sonido y los olores de sus colinas de Samaná.

Necesito refugiarme, habrá un tiroteo con toda seguridad y casi está amaneciendo. Encuentro una cueva arriba del arroyo. Ahí debo quedarme. Luego veremos. Regresa el hombre. ¿Quieres comer? No. ¿Café? Tampoco. Me dice que sólo faltaban dos guerrilleros y yo por capturar. El comandante dice que hasta que no nos entreguemos todos no se lleva al herido.

El poeta Ernesto Cardenal sentenció: “Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la muerte / que es el vivir”.

Capturaron a los otros dos, rendidos como estaban por el cansancio. ¿Qué voy a hacer yo sola? El campesino me ha prometido sacarme a la ciudad. Rafa Pérez está herido y no se lo quieren llevar. Tengo que entregarme. Voy a esperar algún oficial al borde del camino. Viene uno, le salgo del matorral, me apunta, cruzo el arroyo y, en medio de éste, baja el capitán Calderón, quien me apresa. Le ordena al soldado: Ve dile al mayor que tengo a la muchacha; que ya puede venir con los otros.

Hoy nos damos cuenta de que su dimensión humana la alzó por encima de sus propias debilidades; por encima, acaso, de su propio infortunio.

Murieron dos de sus compañeros, me dice y se le salen las lágrimas al capitán. Traen a Rafa en un mulo y al resto de los compañeros, junto a un campesino muy joven que nos servía de guía, amarrados con sogas por las manos, todos a pie.

Ha de morir tranquilo quien tenga coronada su vocación. Mas no se vive con los muertos: se muere con ellos o se les hace revivir.

Al llegar al cuartel nos montan en un camión del ejército de esos que tienen la cama de metal. Nos ordenan sentarnos dentro para no llamar la atención cuando pasemos por los poblados. Comienza el largo viaje hacia Santo Domingo y la prisión.

Ahora, cuando vamos a guardar en la tierra el cuerpo de Piky, sólo pido que reaparezca ella en las montañas cimarronas, en los albores del Yaque, en la sombra deshojada de su viejo árbol de aguacate.

Detrás, entre los pomares cercanos al arroyo, quedan Polo y La Yerba.
Y que los hombres y mujeres de esta tierra, y sus hijos y los hijos de sus hijos veneren para siempre su memoria.

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El pasado miércoles, 13 de abril, se cumplieron diecisiete años de la muerte de Piky Lora. Pudo más que su coraje una rabiosa dolencia. Y el vigor y el aliento huyeron de su cuerpo en un aciago vuelo imperturbable.

Patricia, la hija mayor, me pidió hablar ante el féretro de Piky y darle el adiós de sus amigos. Ya garabateado el escrito fui incapaz de leerlo, y necesité de la también llorosa voz nerudiana de Hernán Vásquez Cabrera.

Aquellas palabras afligidas de 1999 reviven ahora en un contrapunto ajeno al tiempo, diacrónico, que zigzaguea dentro de la gallardía épica del “Relato de una guerrillera” escrito por Piky en 1983.

Que sea esta remembranza un tributo a su nombre intachable.

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