Cosmogonías y teogonías: Egipto (y 3)

Roland Barthes decía, en su famoso libro “Mitologías”, que “el mito es un habla”, aunque “no se trata de cualquier habla”, es más bien una forma de explicar cosas como el origen del mundo, de dar a veces un sentido a fenómenos que…

Roland Barthes decía, en su famoso libro “Mitologías”, que “el mito es un habla”, aunque “no se trata de cualquier habla”, es más bien una forma de explicar cosas como el origen del mundo, de dar a veces un sentido a fenómenos que parecen no tenerlo: la caída de un rayo, un terremoto, un volcán, el bien y el mal en su continua pugna. Lo innegable es que bajo el mito subyace a menudo o casi siempre el dato histórico. Barthes afirma “que la historia humana es la que hace pasar lo real al estado de habla, sólo ella regula la vida y la muerte del lenguaje mítico. Lejana o no, la mitología sólo puede tener fundamento histórico, pues el mito es un habla elegida por la historia: no surge de la ‘naturaleza’ de las cosas”.

El surgimiento del mito, el paso “de lo real al estado de habla”, tiene a veces consecuencias terribles. Juan Goytisolo pone el ejemplo de un dios que condena a toda la humanidad porque alguien se comió una manzana, una fruta cualquiera, pero además maldice y discrimina a la mujer, a todas las mujeres. El habla, o La Palabra, al tiempo que traduce el horror al sexo confiere un origen divino a los dolores de parto, entre otras muchas cosas.

El mito de Isis y Osiris podría “representar la “lucha entre el orden y el desorden y la interrupción de la vida por la muerte, la resurrección en una nueva dimensión”.

Las lágrimas de Isis por la muerte de Osiris remitirían al hecho que permitía la vida en esa región:

“En el Imperio Nuevo, cuando la muerte y renovación de Osiris fue asociada con la crecida anual del Nilo que fertilizaba Egipto, las aguas del Nilo fueron igualadas a las lágrimas de Isis por el duelo o con los fluidos corporales de Osiris”.

El descuartizamiento de Osiris permitió el desarrollo de “una tradición según la cual cada una de las partes desmembradas ha sido equiparada con uno de los 42 nomos o provincias en que se dividía Egipto.”

La resurrección de Osiris tuvo gran influencia en otro aspecto de la cultura egipcia, el arte de perpetuar la existencia en el más allá:

“Las diosas encontraron y restauraron el cuerpo de Osiris, con la ayuda de otras deidades, incluidos Tot, una deidad acredita con grandes poderes mágicos y curadores, y Anubis, el dios del embalsamamiento y los ritos funerarios. Sus esfuerzos son la base mitológica para las prácticas egipcias de embalsamamiento que, al momificar los cadáveres, buscaba evitar y revertir el decaimiento que sigue a la muerte”.

He aquí la última parte del relato de Francisco López basado en el tratado de Plutarco sobre Isis y Osiris:

“Más tarde Isis, que sentía gran afecto por el niño, decidió hacerlo inmortal, quemando sus partes mortales. Por la noche ponía grandes troncos en el fuego y arrojaba al niño a las llamas; después se convertía en una golondrina y emitía grandes lamentos en torno al pilar en el que se encontraba Osiris. La reina preguntó a sus sirvientes si conocían qué hacía su amiga para que el niño se hubiese restablecido de esa forma, pero nadie conocía el secreto de la diosa, por eso una noche, ávida de curiosidad acudió a espiar a Isis y cuando vio que su hijo era arrojado al fuego fue a rescatarlo, privándole de la inmortalidad. Isis entonces pronunció las siguientes palabras: ‘¡Oh madre imprudente! ¿Por qué has cogido al niño?, sólo unos días más y todas sus partes mortales habrían sido destruidas por el fuego y, como los dioses, habría sido inmortal y joven por siempre’. En ese instante Isis adoptó su verdadera forma y la reina advirtió que se encontraba ante una diosa. Los reyes ofrecieron a Isis los mejores regalos que podía imaginar, pero ella sólo pidió una cosa: el gran pilar de tamarisco que sujetaba el palacio y todo lo que en él estuviese contenido. Cuando se lo ofrecieron Isis lo abrió, sin ningún esfuerzo, y tomó el cofre, devolviendo el pilar al Rey cubierto por una fina tela ungida en esencias y flores. Este trozo de madera se mantuvo en Byblos como el pilar que una vez albergó el cuerpo de un dios, y como tal, fue largamente venerado. Cuando Isis recogió el cofre que contenía el cuerpo difunto de su marido, se estremeció, dejándose caer sobre él y de ella emergió un lamento tan profundamente agudo que el más pequeño de los hijos del rey quedó como muerto en ese mismo instante. Isis cargó el cofre en un barco ofrecido por el rey y partió hacia Egipto en compañía del mayor de los hijos del rey. En la travesía a lo largo del río Fedros (Ouadi-Fedar actualmente) soplaba un viento extremadamente fuerte y violento. Isis, en un momento de irritación, desecó el curso. Cuando Isis se creía segura y sola decidió abrir el cofre que contenía el cuerpo de su marido, a quien besó. Pero el príncipe se encontraba cerca observándola. Isis le descubrió y fue tal la mirada que surgió de sus ojos que el hijo del rey falleció en el momento. A su llegada a Egipto, Isis escondió el cofre en los pantanos del Delta y acudió a Buto en busca de Horus. Seth, que se encontraba cazando jabalíes una noche, encontró, por la luz de la luna, el cofre y lo reconoció. Encolerizado por el hallazgo lo abrió, tomó el cuerpo de Osiris y lo despedazó en catorce trozos que esparció a lo largo del Nilo para que sirviese de alimento a los cocodrilos. ‘¿No es posible destruir el cuerpo de un dios?’. ¡‘Yo lo he hecho – porque yo he destruido a Osiris’! dijo Seth riendo, y su risa se oyó en todos los rincones de la Tierra, y todos aquellos quienes la percibieron temblaron, estremeciéndose de terror.

Isis debía empezar de nuevo su búsqueda, pero esta vez no se encontraba sola, contaba con su hermana Neftis, esposa de Seth, con quien estaba enfrentada en su rivalidad con Osiris y con Anubis, hijo de Osiris y Neftis. En su búsqueda iba acompañada y protegida por siete escorpiones, viajando por el Nilo en una barca de papiro, y los cocodrilos en reverencia a la diosa ni tocaron los trozos de Osiris ni a ella. Por eso en épocas posteriores cuando alguien navegaba por el Nilo en un barco de papiro se creía a salvo de los cocodrilos, pues se pensaba que estos todavía creían que era la diosa en busca de los trozos del cuerpo de su marido. Poco a poco Isis fue recuperando cada uno de los trozos del cuerpo, envolviéndolos en cera aromatizada, y en cada lugar donde apareció un trozo, Isis entregó a los sacerdotes la figura, obligándoles a jurar que le darían sepultura y venerarían, además de consagrarle el animal que ellos mismos decidiesen al que venerarían con los mismos honores en vida, cuando muriese y tras su muerte. Sólo un pedazo quedó por recuperar, el miembro viril, comido por el lepidoto, el pagro y el oxirrinco, especies que quedaron malditas a partir de ese momento, y nunca más ningún egipcio tocaría o comería pez de esta clase (estas especies inspiraban terror a los egipcios). Isis reconstruyó el cuerpo y con su magia asemejó el miembro perdido, consagrando así el falo, cuya fiesta celebrarían mas tarde los egipcios. Gracias a Anubis lo embalsamó, convirtiéndose en la primera momia de Egipto, y lo escondió en un lugar que sólo ella conocía y que permanece oculto y secreto hasta este día.

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