El Pacto de París

Después de un largo peregrinar de la humanidad, sus gobernantes, y sus organizaciones civiles en la búsqueda de un consenso para establecer políticas amigables con el medio ambiente, que permitan prolongar en términos sostenibles la vida sobre…

Después de un largo peregrinar de la humanidad, sus gobernantes, y sus organizaciones civiles en la búsqueda de un consenso para establecer políticas amigables con el medio ambiente, que permitan prolongar en términos sostenibles la vida sobre la Tierra, los más de 200 países reunidos en París durante once días encontraron puntos de avenencia que comprometen a todos a promover e implantar planes, políticas y acciones dirigidas a reducir las emisiones de gases contaminantes que nunca jamás sean mayores de 1.5 grados.

Era tiempo. Los grandes y más desarrollados países necesariamente tenían que jugar su papel. Los ultra desarrollados y los intermedios tenían necesariamente que aunar voluntades para alcanzar el singular acuerdo de París, un paso gigantesco para detener la tendencia a la destrucción que acusa el planeta si no se adoptaban políticas compromisarias, no obligatorias, sino flexibles, responsables, en la comprensión de que ya resulta impostergable seguir emitiendo gases de efecto invernadero.

La decisión consensuada, que el presidente Barack Obama la atribuyó al fuerte liderazgo de su país, por cierto, renuente durante años a someterse a los acuerdos de Kyoto, tiene una importancia capital para toda la tierra, dramáticamente para países isleños como República Dominicana, que sufren los embates del aumento de los niveles del mar y la pérdida de tierra y deterioro de sus litorales, clave en nuestro caso, que vivimos en gran medida de la industria turística.

Pasivos como habíamos estado al fenómeno del efecto invernadero, hasta los estremecimientos más recientes como la crecida del lago Enriquillo, la prolongada sequía, el aumento del nivel del mar, la desagradable presencia de los sargazos, ahora debemos estar entre los primeros países que habrán de ratificar los acuerdos de París.

Nuestra simbólica iniciativa, porque somos una diminuta nación, podría servir de ejemplo a los 55 grandes países mayores emisores globales de gases contaminantes, para que prontamente conviertan sus palabras y promesas en realidad.

Celebremos la cumbre de París como un paso mayor en la larga marcha por salvar al planeta de sus grandes depredadores, que esta vez se comprometieron a ayudar a los países menos desarrollados a cambiar las matrices de generación energética contaminantes y adoptar prácticas productivas autosustentables.

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