Galileo

El Galileo Galilei del famoso drama de Bertold Brecht trata de enseñar a Andrea, el hijo de su ama de llaves, a observar las cosas en vez de verlas o mirarlas. El muchacho ve “que el Sol está al atardecer en un lugar muy distinto que a la mañana.&#82

El Galileo Galilei del famoso drama de Bertold Brecht trata de enseñar a Andrea, el hijo de su ama de llaves, a observar las cosas en vez de verlas o mirarlas. El muchacho ve “que el Sol está al atardecer en un lugar muy distinto que a la mañana. No puede entonces estar inmóvil. ¡Nunca! ¡Jamás!”

-¿Así que tú ves? –replica Galileo- ¿Qué es lo que ves? No ves nada. Tú miras sin observar. Mirar no es observar.

Galileo sabe que el mundo de las apariencias es engañoso: Cuando se viaja en un carruaje parece que los árboles se mueven en dirección contraria, y cuando nos hacemos a la mar parece que es la orilla la que se aleja de la embarcación.

“Durante dos mil años creyó la humanidad que el Sol y todos los astros del cielo daban vueltas a su alrededor. El Papa, los cardenales, los príncipes, los eruditos, capitanes, comerciantes, pescaderas y escolares creyeron estar sentados inmóviles…. Todo se mueve, mi amigo…”

Lo que Galileo está haciendo es jugando con fuego, rebatir creencias que sustentan el orden constituido, la ciencia, la religión, “los intereses creados”, el equilibrio de una sociedad basada, como todas las sociedades, en mentiras convencionales. Tolomeo está equivocado, nuestro sistema planetario no gira alrededor de la tierra, sino del sol, como propone Copérnico. Y la tierra no está fija. Vivimos y viajamos en una nave espacial.

Lo peor es que trata de meter sus ideas heréticas en la cabeza de un niño de doce años, y la madre se queja, protesta con razón:

“- ¿Qué hace usted por Dios con mi hijo, señor Galilei? Usted lo trastorna tanto que pronto sostendrá que dos y dos son cinco. El pequeño confunde todo lo usted le dice. ¡Fíjese que ayer me demostró que la Tierra se mueve alrededor del Sol! Y además está seguro de que un señor llamado Quipérnico lo ha calculado todo…es usted quien le dice todos esos disparates! Luego los repite como un loro en la escuela y me vienen los señores del clero a protestar porque difunde esas cosas del diablo. ¡Vergüenza debía de darle, señor Galilei!!
En el primer risueño acto de la obra que muchos consideran el más grande testamento literario de Bertold Brecht, Galileo Galilei juega con fuego, literalmente con fuego. Unos años antes de que expusiera sus teorías, había ardido Giordano Bruno en la hoguera de Campo dei Fiori, en Roma, condenado por sus ideas teológicas y sus simpatías cosmológicas copernicanas.

Galileo esta abriendo paso a la revolución científica y humanista que también protagonizan Bacon, Kepler, Descartes y tantos otros. Contribuye a la liberación de las taras metafísicas que condicionan la investigación de la naturaleza, rechaza tajantemente el “principio de autoridad”. Abre paso, en fin, a la “emancipación de la mente humana” y emplea una clave diferente para entender el mundo:

“La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero que no puede entenderse si primero no se aprende a entender la lengua y conocer los caracteres con los que está escrita. Está escrito en lenguaje matemático, y los caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender humanamente una palabra; sin ellos sería enredarse vanamente por un oscuro laberinto. Galileo Galilei”. PCS].

1
GALILEO GALILEI, MAESTRO DE MATEMÁTICAS EN PADUA, QUIERE DEMOSTRAR LA VALIDEZ DEL NUEVO SISTEMA UNIVERSAL DE COPÉRNICO. AÑO 1609.
El humilde gabinete de trabajo de Galilei en Padua. Es de mañana. Un muchacho, Andrea, hijo del ama de llaves, trae un vaso de leche y un bollo.
GALILEI (lavándose el pecho, resoplando, alegre). — Pon la leche sobre la mesa pero no cierres ningún libro.
ANDREA. — Mi madre dice que debemos pagar al lechero. Si no pronto hará un rodeo para no pasar por nuestra casa, señor Galilei.
GALILEI. — Se dice: describirá un círculo, Andrea.
ANDREA. — Como usted quiera, pero si no pagamos describirá un círculo en torno a nosotros, señor Galilei.
GALILEI. — En cambio, si el alguacil señor Cambione se dirige directamente a nuestra puerta, ¿qué distancia entre dos puntos elegirá?
ANDREA (sonríe). — La más corta.
GALILEI. — Bien. Tengo algo para ti. Mira atrás de las tablas astronómicas. (Andrea levanta detrás de las tablas astronómicas un modelo de madera de gran tamaño del sistema de Ptolomeo.)
ANDREA. — ¿Qué es esto?
GALILEI. — Es un astrolabio. El aparato muestra cómo los astros se mueven alrededor de la tierra, según la opinión de los viejos.
ANDREA — ¿Cómo?
GALILEI. — Investiguemos. Primero la descripción.
ANDREA. — En el medio hay una pequeña piedra.
GALILEI. — Es la Tierra.

ANDREA. — Alrededor de ella hay anillos, siempre uno sobre el otro.
GALILEI. — ¿Cuántos?
ANDREA. — Ocho.
GALILEI. — Son las esferas de cristal.
ANDREA. — A los anillos se han fijado bolillas.
GALILEI. — Son los astros.
ANDREA. — Y ahí hay cintas en las que se leen nombres.
GALILEI. — ¿Qué nombres?
ANDREA. — Nombres de estrellas.
GALILEI. — ¿Por ejemplo?
ANDREA. — La más baja de las bolillas es la Luna y encima de ella el Sol.
GALILEI. — Y ahora haz correr el sol.
ANDREA (mueve los anillos). — Es hermoso todo esto, pero nosotros estamos tan encerrados…
GALILEI. — Sí. (Secándose.) Es lo que también yo sentí cuando vi el armatoste por primera vez. Algunos lo sienten. (Le tira la toalla a Andrea para que le frote la espalda.) Muros, anillos e inmovilidad. Durante dos mil años creyó la humanidad que el Sol y todos los astros del cielo daban vueltas a su alrededor. El Papa, los cardenales, los príncipes, los eruditos, capitanes, comerciantes, pescaderas y escolares creyeron estar sentados inmóviles en esa esfera de cristal. Todo se mueve, mi amigo…
ANDREA. — ¡Oh temprano albor del comenzar!
¡Oh soplo del viento que viene de nuevas costas!
Pero beba su leche que ya comenzarán de nuevo las visitas.
GALILEI. — ¿Has comprendido al fin lo que te dije ayer?
ANDREA. — ¿Qué? ¿Lo del Quipérnico con sus vueltas?
GALILEI. — Sí.
ANDREA. — No. ¿Por qué se empeña en que yo lo comprenda? Es muy difícil y yo en octubre apenas cumpliré once años.
GALILEI. — Por eso mismo quiero que lo comprendas. Para ello trabajo y compro los libros en vez de pagar al lechero.
ANDREA. — Pero es que yo veo que el Sol está al atardecer en un lugar muy distinto que a la mañana. No puede entonces estar inmóvil. ¡Nunca! ¡Jamás!
GALILEI. — ¿Así que tú ves? ¿Qué es lo que ves? No ves nada. Tú miras sin observar.
Mirar no es observar. (Coloca el soporte con la palangana donde se ha lavado en el medio de la habitación). Aquí tienes el Sol. Siéntate. (Andrea se sienta en una silla. Galilei se para detrás de él.) ¿Dónde está el Sol, a la izquierda o a la derecha?
ANDREA. — A la izquierda.
GALILEI. — ¿Y cómo llegará a la derecha?
ANDREA. — Si usted lo lleva a la derecha, por supuesto.
GALILEI. — ¿Solamente así? (Carga la silla junto con Andrea y los traslada al otro lado de la palangana.) ¿Y ahora, dónde está el Sol?
ANDREA. — A la derecha.
GALILEI. — ¿Y se movió acaso el Sol?
ANDREA. — No.
GALILEI. — ¿Quién se movió?
ANDREA. — Yo.
GALILEI (ruge). — ¡Mal! ¡Alcornoque! ¡La silla!
ANDREA. — ¡Pero yo con ella!
GALILEI. — Claro… la silla es la Tierra. Y tú estás encima.
SEÑORA SARTI (que ha entrado para tender la cama y ha estado mirando la escena). — ¿Qué hace usted por Dios con mi hijo, señor Galilei?
GALILEI. — Le enseño a mirar, Sarti.
SRA. SARTI. — ¿Cómo? ¿Arrastrándolo por el cuarto?…

Nota: El texto ha sido editado para fines de publicación en este medio.

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