El papa Francisco y el apóstol Martí

Hace días el papa Francisco, a través de su perfil oficial en la red social de Twitter, dijo que la vanidad no solo nos aleja de Dios, sino que nos hace ridículos. La vanidad es uno de los pecados capitales. Cuentan que Lucifer, el ángel caído,&#8230

Hace días el papa Francisco, a través de su perfil oficial en la red social de Twitter, dijo que la vanidad no solo nos aleja de Dios, sino que nos hace ridículos. La vanidad es uno de los pecados capitales. Cuentan que Lucifer, el ángel caído, era hermoso y sabio, pero a la vez soberbio, por lo que terminó en los infiernos convertido en Satanás.

La vanidad también se asocia con la arrogancia. El vanidoso se siente superior a los demás, le fascina ser admirado y aplaudido, considera que todo le luce, hace alardes de lo que entiende son sus genialidades… Y muchas veces todo va de la mano de un narcisismo de marca mayor, pues los vanidosos se gustan a sí mismos, disfrutan contemplándose en el espejo, juran que todo les queda bien.

Para seguir con la idea, alguien publicó este extracto de la carta de José Martí a su hija María Mantilla, escrita en Cabo Haitiano en abril de 1895. Ese Martí a quien nuestro Pedro Henríquez Ureña llamó “el fascinador, el deslumbrante”.
Habla de la real belleza, de la humildad… Todo de manera magistral, por algo la prosa del apóstol cubano es considerada como una de las mejores de la literatura española.

“Es como la elegancia, mi María, que está en el buen gusto, y no en el costo. La elegancia del vestido,-la grande y verdadera,-está en la altivez y fortaleza del alma. Un alma honrada, inteligente y libre, da al cuerpo más elegancia, y más poderío a la mujer, que las modas más ricas de las tiendas. Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro, y quiere disimular lo poco. Quien siente su belleza, la belleza interior, no busca afuera belleza prestada: se sabe hermosa, y la belleza hecha luz.

Procurará mostrarse alegre, y agradable a los ojos, porque es deber humano causar placer en vez de pena, y quien conoce la belleza la respeta y cuida en los demás y en sí.

Pero no pondrá en un jarrón de China un jazmín: pondrá el jazmín, solo y ligero, en un cristal de agua clara. Esa es la elegancia verdadera: que el vaso no sea más que la flor. (…) -Y esa naturalidad, y verdadero modo de vivir, con piedad para los vanos y pomposos, se aprende con encanto en la historia de las criaturas de la tierra. (…)Tu alma es tu seda…”.

El vanidoso es ridículo, y la ridiculez provoca risas, burlas. ¡Qué agradable es encontrarnos con alguien sencillo, llano, transparente, que no viva de las apariencias y que actúe pensando en el bien del prójimo!

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