El banquete de Trimalción

[Sólo dos libros y algunos fragmentos se han salvado de los veinte que componían “El Satiricón”, que se atribuye a Cayo o Tito Petronio Árbitro (o simplemente Petronio). Lo que queda es, sin embargo, suficiente para acreditarlo como uno de…

[Sólo dos libros y algunos fragmentos se han salvado de los veinte que componían “El Satiricón”, que se atribuye a Cayo o Tito Petronio Árbitro (o simplemente Petronio). Lo que queda es, sin embargo, suficiente para acreditarlo como uno de los textos más originales de la historia, la despiadada y risueña sátira del mundo romano en el primer siglo de nuestra era, durante el reinado de Nerón.

“Frente a las novelas griegas, ajenas a los acontecimientos políticos y sociales, ‘El Satiricón’ arremete contra los defectos de una sociedad opulenta y depravada que se basa en la hipocresía: la educación de los jóvenes en una retórica hueca y en las doctrinas de filósofos embaucadores y el contraste entre la miseria del pueblo llano frente a la frivolidad y el sibaritismo de los ricos”.

Es una obra considerada licenciosa, libertina, que muchas veces tuvo que circular clandestinamente a pesar de la admiración que le tributaban los más conspicuos hombres de letras y a pesar de ser modelo del más afinado latín de su época.
“Petronio logra una perfecta correspondencia entre la conducta y el lenguaje de sus personajes y su nivel social y cultural. En su prosa fluida se alterna la lengua literaria con la lengua coloquial, el lenguaje soez con el técnico, todo ello con una extraordinaria riqueza de vocabulario, por lo cual ‘El Satiricón’ es un documento histórico y lingüístico de primer orden”.

El episodio más famoso, sin duda, es el que tiene como protagonista al célebre Trimalción, el bien llamado banquete de Trimalción, que desborda tanto refinamiento como vulgaridad. Trimalción es un liberto, un nuevo ricachón ostentoso, descarado, prepotente, grosero, ramplón, el equivalente a nuestros políticos más desvergonzados, y en el banquete la extravagancia llega hasta los límites del absurdo con su glorificación del despilfarro que retrata la mentalidad de ciertos bípedos implumes que disfrutan de la fortuna mal habida o adquirida sin fatiga.

Trimalción, no obstante, tiene momentos de lucidez en los que toma conciencia del sentido de la vida y se eleva en su triste condición humana a nivel del filósofo que se desconsuela con la filosofía. Como cuando exclama, por ejemplo, ante una botella de vino de cien años:

“¡Oh, fatalidad! ¡Por consiguiente el vino vive más que el pobre hombre!
Mojémonos pues el gaznate. La vida es vino”.
PCS]

Petronio Árbitro: El banquete de Trimalción

CAPITULO 32
Estas magnificencias nos tenían deslumbrados. En ese momento apareció Trimalción. Se le transportaba al son de la música y fue depositado en medio de pequeñísimos cojines.

Lo imprevisto de la escena nos hizo soltar la carcajada, y no era para menos: su cráneo afeitado sobresalía de su palio escarlata. En sus hombros cargados con el vestido se había puesto una servilleta con laticlavia, llena de flecos que colgaban por todos lados. En el meñique de su izquierda tenía un gran anillo ligeramente dorado y, en la última falange del anular, otro más pequeño que, según se veía, era de oro macizo pero con una especie de estrellas de hierro engastadas. Y como no le había parecido bastante exhibir todo este lujo, mostraba desnudo su brazo derecho para lucir un brazalete de oro y una pulsera de marfil abrochada con una placa de esmalte.

CAPITULO 33

Después de mondarse los dientes con un alfiler de plata, nos dirigió estas palabras:

-No me apetecía todavía, amigos míos, venir al triclinio pero lo he hecho para no incomodaros más con mi ausencia. Por vosotros me he abstenido de todas mis diversiones. Me permitiréis, empero, terminar la partida.

El siervo lo seguía con un tablero de terebinto y unos dados de cristal. Todo traslucía un refinamiento exquisito. En lugar de peones blancos y negros, tenía monedas de oro y plata. Al jugar soltaba todo el repertorio de groserías propias de tejedores.

Todavía no habíamos acabado las entradas cuando se nos sirvió un gran repositorio con una cesta encima. En ella había una gallina de madera con las alas desplegadas en torno como suelen hacerlo las cluecas. Luego se aproximaron dos esclavos y, al son de la música, se pusieron a rebuscar en la paja, y sacaron de abajo varios huevos de pavo real que fueron distribuidos a los comensales. Trimalción, contemplando esta escenificación, nos dijo:

-Amigos, he hecho incubar huevos de pavo real por una gallina y me temo, por Hércules, que ya estén empollados. Probemos, sin embargo, si todavía están sorbibles.

Recibimos unas cucharas que por lo menos pesaban media libra, y cascamos los huevos que estaban muy bien hechos de pasta. Casi arrojé mi porción pues creí que ya estaba formado el pollo, pero oí decir a una vieja comensal:

-No sé qué delicia debe de haber aquí.

Continué, pues, descascarándolo con la mano y me encontré con un gordísimo papafigo arrebolado en salsa de yema de huevo y pimienta.

CAPITULO 34

Trimalción suspendió la partida y también se hizo servir todo lo antedicho. En voz alta nos autorizó a escanciar, si queríamos, más vino-miel.
De pronto a una señal de la orquesta, un coro de cantores retiró los platos de la entrada. En el ajetreo se cayó casualmente un azafate, y un esclavo lo recogió del suelo.

Al mirar esto, Trimalción ordenó castigar a puñetazos al muchacho y tirar otra vez al suelo el azafate. Apareció el analectario quien empezó a barrer con una escoba la vajilla de plata junto con todos los restos de comida.

Entraron después dos etíopes melenudos con unos pequeños odres, de los que se usan en el anfiteatro para esparcir arena, y vertieron vino en nuestras manos.

Agua, empero, nadie nos sirvió. Se felicitó por estos elegantes detalles al patrón, que respondió:
– Marte ama la igualdad.

Por esta razón he asignado a cada uno su mesa. Así este tropel de apestosos esclavos nos darán menos calor con su presencia.

Al punto nos trajeron unas ánforas de vidrio, cuidadosamente selladas con yeso, en cuyos cuellos estaba pegada esta etiqueta: “Falerno Opimiano de cien años.”
Mientras descifrábamos la escritura, Trimalción batiendo palmas exclamó:
– ¡Oh, fatalidad! ¡Por consiguiente el vino vive más que el pobre hombre!
Mojémonos pues el gaznate. La vida es vino. Os estoy sirviendo un legítimo Opimiano. Ayer ofrecí otro no tan bueno a pesar de que cenaban conmigo personas mucho más distinguidas.

Bebimos sin dejar de advertir todas estas demostraciones de buen gusto. En ese momento un esclavo trajo un esqueleto de plata fabricado de tal manera que, móviles, las articulaciones y vértebras se doblaban en todo sentido.

Trimalción lo arrojó varias veces sobre la mesa para que adoptase así diversas poses a causa de la movilidad de sus coyunturas.

Añadió: ¡Ay! ¡Miserables de nosotros! ¡Qué impotencia la del pobre hombre!
Todos así seremos cuando el Orco nos recoja. Vivamos, pues, en tanto que existir con salud permitido nos sea.

CAPITULO 35

A esta lamentación siguió un plato no tan grande como esperábamos, pero tan original que provocó nuestra admiración. Era un repositorio redondo con los doce signos (del Zodíaco) dispuestos alrededor. Sobre Aries, garbanzos picudos.
Sobre Tauro, un trozo de buey. Sobre Géminis, criadillas y riñones. Sobre Cáncer, una corona. Sobre Leo, un higo de África. Sobre Virgo, una vulva de marrana virgen . Sobre Libra, una balanza con un pastel en un platillo, y un bizcocho en el otro. Sobre Escorpio, un pececillo de mar. Sobre Sagitario, un caracol. Sobre Capricornio, una langosta marina . Sobre Acuario, un ganso. Sobre Piscis, dos lisas. En el centro había un terrón, extraído con césped y todo, que sostenía un panal de abeja.

Un esclavo egipcio daba vueltas sirviéndonos el pan directamente de un anafe de plata. […] y el mismo también con horrorosa voz desgarró los aires con una canción del mimo del “Mercader de laserpicio” Trimalción viendo el asco con que comíamos tan vulgares alimentos, dijo:

-¡Animo! Cenemos, que estos son los gajes de las cenas.

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