“No pagues tus deudas”

Earl Wilson decía que había tres tipos de personas: las que tienen, las que no tienen, y las que no pagan lo que tienen. Estas últimas se endeudan para sentirse más ricas, y luego no tienen como pagar. Con cada vez más frecuencia, no sólo individuos

Earl Wilson decía que había tres tipos de personas: las que tienen, las que no tienen, y las que no pagan lo que tienen. Estas últimas se endeudan para sentirse más ricas, y luego no tienen como pagar. Con cada vez más frecuencia, no sólo individuos, sino también empresas y gobiernos, caen en la misma trampa.

Antes de la crisis del 2008, por ejemplo, coger prestado se volvió tan fácil, que muchos decidieron vivir por encima de sus posibilidades: “no produzco lo suficiente para poseer una vivienda, pero como la merezco, la compro a crédito”. Los más prudentes decidieron vivir alquilados y ahorrar.

Luego vino la realidad. Y con su “crueldad”, el gran drama de pérdidas económicas y desalojos inhumanos. Oímos entonces a algunos expertos decir: “la culpa es de quienes les prestaron. No les paguen. Que no pasa nada”.

Como si la solidaridad la mereciesen exclusivamente los que se entregaron a la fiesta para vivir como no podían, y no los que utilizaron su sentido común y ahorraron. Como si fuese mejor resolver por la vía del victimismo y el impago, y no a través de la cultura financiera y el buen criterio para evaluar riesgos.

Hasta Joseph Stiglitz llegó a decir que Grecia no tendría ningún problema con una deuda igual al 130 pc del PIB. Años después, y a pesar de habérsele perdonado gran parte de esa deuda, el país colapsó.

Parece que todos aquellos que recomiendan no pagar, olvidan que la responsabilidad crediticia nunca es igual para el que presta como para el que coge prestado. Claro que el que presta de manera imprudente es también responsable y debería quebrar. Pero los gobiernos lo rescatan para que no cunda el pánico en todo el sistema.

Es el que coge prestado quien se arriesga a perderlo todo cuando se endeuda. Por eso es él quien debe evaluar con sumo cuidado donde se mete. Después de todo, es él quien ha ido a tocar las puertas del prestamista, y no al revés. Y al hacerlo, se convierte en su esclavo. Los bancos no son ni su familia ni sus amigos. No queda, pues, más remedio que pagarles.

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