Rompiendo la trampa de los bajos salarios y el desempleo

Las implicaciones de tener una economía que genere pocos empleos y en la que se perpetúan los bajos salarios son devastadoras.

Las implicaciones de tener una economía que genere pocos empleos y en la que se perpetúan los bajos salarios son devastadoras. No sólo se trata de que los bajos ingresos laborales contribuyan a sostener una alta incidencia de pobreza. También, de que como resultado de los reducidos ingresos, los hogares pobres tienen graves restricciones para adquirir las capacidades necesarias como para tener mayores oportunidades laborales.

Junto a ello, hay al menos otros tres efectos perniciosos de esta dinámica. El primero es que los bajos salarios y los pocos empleos hacen que los mercados permanezcan siendo pequeños. Una consecuencia de esto es que los sectores productivos, en especial la industria, tienden a operar con altos niveles de capacidad ociosa y por lo tanto, con costos y precios elevados. También, los mercados pequeños tienden a estar concentrados y dominados por unas pocas empresas.  Esto incrementa el riesgo de que las empresas se comporten de forma oligopólica, elevando los precios y los beneficios en base a su poder de mercado. En ambos casos, los altos precios retroalimentan la pequeñez del mercado, restringiendo el crecimiento y la creación de puestos de trabajo.

El segundo es que los bajos ingresos laborales se asocian a bajas recaudaciones tributarias porque la inmensa mayoría de los perceptores de ingresos formales no alcanzan el nivel de ingreso mínimo para ser contribuyentes del impuesto sobre la renta, y porque los bajos ingresos hacen que una proporción elevada del gasto se dedique a la compra de bienes exentos.  Esto contribuye a que el Estado tenga restricciones financieras que limitan sus posibilidades para proveer bienes públicos, incluyendo aquellos que son imprescindibles para elevar los ingresos de los hogares pobres tales como salud, educación e infraestructura básica.

El tercero es que los bajos salarios implican exiguos aportes a la seguridad social, lo que se traduce en restricciones para financiar adecuadamente los servicios de salud.  Esto obliga a los hogares a utilizar sus propios recursos en la compra de medicamentos o en pagos complementarios para servicios diagnósticos, de medicina ambulatoria u otros, reduciendo aún más la disponibilidad de ingreso para atender otras necesidades básicas.

Lo anterior describe una lógica perversa que se auto-refuerza y se auto-perpetúa, una trampa de la que sólo es posible salir con un esfuerzo deliberado y explícito de política pública.

El reto es doble. Por un lado hay que lograr masificar el empleo, reduciendo la tasa de desempleo, especialmente entre jóvenes y mujeres. Por otro lado hay que elevar la calidad del empleo, esto es, incrementar la proporción de puestos de trabajo con mayores remuneraciones, con protección legal y con mayor nivel de productividad.

Pero, ¿cómo lograr que la economía genere más empleos y de más calidad si al mismo tiempo se busca incrementar los salarios y los costos laborales? Hay al menos tres claves para ello. Una es que hay que salirse del enfoque económico tradicional que ve los salarios sólo como un costo, y entender que éstos son también fuente de demanda, y que por tanto hay al menos en parte, un elemento parcial de auto-sostenibilidad en los incrementos de salarios.

Otra es que hay que introducir políticas e incentivos dirigidos a sectores específicos que generen puestos de trabajo, especialmente en el ámbito urbano.
El empleo tiene que ser un objetivo específico y medible de política, no uno indirecto como hasta ahora, y la reestructuración de los incentivos a sectores productivos a que el país está abocado por mandato de la Estrategia Nacional de Desarrollo (END) debería darle un vuelco total a éstos. Hasta ahora los incentivos lo que han hecho es promover la inversión inflando ganancias. ¿Por qué no cambiarlos hacia unos que robustezcan el empleo en cantidad y calidad?
Por último, las políticas de empleo no pueden estar desconectadas de las de promoción del escalamiento tecnológico y el aprendizaje. Es el cambio tecnológico de amplio alcance junto con un crecimiento sostenido de la inversión lo que le da sostenibilidad al empleo abundante y de calidad, porque la productividad del trabajo es la fuente principal de creación de riqueza, y esta depende del conocimiento y de las habilidades, y del capital disponible por trabajador o trabajadora. Si no hay políticas tecnológicas, no habrá empleo de calidad y sostenible.

Ese es el doble camino que hay que recorrer. Para lograrlo hay que salirse del cajón.

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