El perfume de Dios

INTRODUCCIÓN D e nuevo el Centro Bellarmino “Cultura y Fe” de la Compañía de Jesús en Santiago nos convocó para su Tertulia Literaria “Una Poesía para Dios”. Fue su sexta tertulia anual consecutiva. La primera…

INTRODUCCIÓN

D e nuevo el Centro Bellarmino “Cultura y Fe” de la Compañía de Jesús en Santiago nos convocó para su Tertulia Literaria “Una Poesía para Dios”. Fue su sexta tertulia anual consecutiva. La primera la realizó en el 2006. En este octubre 2014, el tema específico fue el “Perfume de Dios”. Un tema fuera de la reflexión común sobre Dios, tema novedoso que invitaba también a estudiar mejor esta dimensión de Dios, a proclamarla en versos o prosa poética. Participó un grupo notable de poetas, venidos de Santiago y de otras ciudades del Cibao, entre ellos grupos literarios, como el “Círculo Literario de la Montaña” de Jarabacoa. También un servidor participó y escribí dos poemas para la ocasión.
Los declamé en dicha Tertulia y ahora me parece oportuno compartirlos con ustedes. Considero que debo presentarlos con algunas ideas previas para una mejor comprensión de ellos y para que se conozcan, igualmente mejor, mis puntos de partida.

1. La creación trae perfumes
 Cuanto existe, para nosotros los que hemos descubierto a Dios, es reflejo de El. Si el mundo canta es porque El canta; y la música y el canto, en las manos y cuerdas vocales humanas o en las estrellas y astros del espacio, son reflejo, imagen del Dios vivo.

Y la belleza y las artes son su reflejo, porque El es bello y artista; y si el mundo está lleno de perfumes en las flores, en las plantas, en las cosas, en las gentes, y de ellas se extraen y se concentran en frascos pequeños y grandes, y si hay perfumes para mujeres y perfumes para hombres, es porque Dios es perfume, porque está perfumado con infinitos perfumes.

Dios es olido en los perfumes de su creación. Pero a veces se deja oler El mismo, en los santos, en sus vidas y a veces en sus muertes. “Murió en olor de santidad”, decimos, cuando toda una vida, que cierra sus ojos a este mundo, ha reflejado verdad, bondad y bellas virtudes. En verdad, el olfato no ha percibido ese olor físicamente, a no ser en algunos casos, en los que del cuerpo yerto emana un perfume, que inunda la estancia, identificable, conocido, al que se le puede dar su nombre propio.

1. Virtudes de monseñor Pepén.
Perfume de Dios

Cuando Mons. Pepén murió en la habitación de su casa familiar en Santo Domingo, de su cuerpo, enseguida después de expirar, inundó la alcoba un olor de rosas y los presentes lo inhalaron, se convirtieron en testigos y lo proclamaron: -¡Huele a Rosas! ¡Huele a Rosas! ¡De su cuerpo sale un perfume de rosas! La noticia llegó a mis oídos. Me la dieron los mismos presentes y testigos.

Cuando se celebraban sus solemnes funerales en la Catedral de Santo Domingo, donde fue Obispo Auxiliar, al momento de la oración de despedida, antes de trasladarlo a Higüey, pronunciada por el Cardenal López Rodríguez junto a su féretro, dije al Señor: ¿Darás ahora el perfume de rosas, el mismo de su alcoba en el día de su muerte? De pronto, un olor a rosas inundó la nave de la centenaria Catedral. Religiosas presentes lo inhalaron, se convirtieron en testigos y lo proclamaron: -¡Huele a Rosas! ¡Huele a Rosas! ¡De su cuerpo sale un perfume de rosas! La noticia llego a mis oídos. Me la dieron las mismas religiosas presentes y testigos.

Cuando los higüeyanos velaban su cuerpo inerte, en la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia, Catedral de su Diócesis como primer Obispo de ella, la noche víspera de su entierro en el sarcófago labrado para él en la Cripta de los Obispos en ese Santuario Nacional, en medio de la paz y silencio de la noche, un olor a rosas inundó la Basílica, Laicos y laicas presentes lo inhalaron, se convirtieron en testigos y lo proclamaron: ¡Huele a rosas! ¡Huele a rosas! ¡De su cuerpo sale un perfume de rosas! Y una mujer gritó:- ¡Nunca había visto a un muerto oler tan bien! La noticia llegó a mis oídos. Me la dio Mons. Nicanor Peña, cuarto Obispo de Nuestra Señora de la Altagracia, a quien a su vez se la dieron los mismos presentes y testigos.

II
Testigo fuiste, Pepén
de justicia y de verdad.
Tu escudo episcopal
lo señaló y señala:

Virtudes propias de Dios,
las asume tu vida
y lo sabemos todos.

Conocimos tus virtudes,
No así su perfume.
Viviste en santidad,
moriste en santidad,
en olor de santidad,
en perfume de rosas:
perfume de justicia
y perfume de verdad,
salido de tu espíritu,
salido de tu cuerpo,
salido de Dios, tu Dios.

Buen perfume de Cristo,
perfume de una vida
es el perfume de rosas
aquel de las virtudes
el perfume de Dios
en una alma santa
y en su cuerpo muerto.

Testigo soy, Pepén:
la justicia huele a rosas
y la verdad también,
virtudes propias de Dios,
con olor propio suyo,
y el olor propio tuyo
el olor de tu vida:
el perfume de rosas,
perfume de virtudes,
de los santos y santas,
estén vivos o muertos.

1.La Biblia trae perfumes
Me puse a buscar perfumes entre las páginas bíblicas. Encontré unos treinta, identificados con sus nombres. Todos ellos, sin lugar a dudas, son perfumes de Dios, porque por su Palabra fueron hechas todas las cosas, también los perfumes.

De esa treintena de perfumes, citados en el Antiguo Testamento, el Nuevo menciona el loe, la canela, el incienso, la mirra, el nardo, relacionados todos, de alguna manera, con Cristo.

Ellos, los perfumes, eran indispensables en Israel, igual que en todo el Oriente antiguo, para la vida social y religiosa. Elaborados con resinas importadas, sobre todo de Arabia y del África oriental, eran simples, como los llamados aromas, o mezclados con aceite.

Perfumar la cabeza de un huésped, en esos tiempos lejanos, era un gesto tradicional de acogida, y en los entierros, la unción, un homenaje rendido al cuerpo muerto. Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, recibió ambos gestos y fue así perfumado en vida y muerte.

En el culto, el perfume que se exhala al quemarlo, simboliza la oración. De ahí la milenaria expresión “sacrificio de agradable olor”, para designar la oblación de Cristo o la generosidad del creyente. De ahí, también, que el bautizado ha de irradiar en su vida el buen perfume de Cristo. Por eso se le ungió en la frente con aceite perfumado.

Fue, sobre todo, en Belén, en el Cantar de los Cantares y en los Salmos, donde descubrí perfumes atribuidos directamente a Dios, porque se los atribuían a Cristo, Hijo del Dios vivo hecho hombre, y todo lo que es de Él es de Dios y lo que es de Dios es de Él. Así el perfume de Cristo es perfume de Dios.
Sí, es cierto, proclamadlo a los cuatro vientos: todo es perfume de Dios, pero hay unos cuantos atribuidos directamente a Él.

II
Perfumes de Dios
El olor a Niño del Hijo de Dios,
lo huele su Madre, olor de humildad:
nos inunde ese olor de Cristo,
perfume de Dios.

El olor a incienso del Dios encarnado
lo huelen los Magos, María y José:
nos envuelva ese olor de Cristo:
perfume de Dios.
Los vestidos del Esposo Rey huelen
a áloe y mirra, lo cantan los salmos:
nos revista ese olor de Cristo,
perfume de Dios.

Tus labios son lirios, huelen a lirio,
dice la Novia del Cantar al Esposo:
nos penetre ese olor de Cristo
perfume de Dios.

Aroma de bálsamo hay en tu aceite,
Ungido de Dios, y él te perfuma:
nos empape ese olor de Cristo,
perfume de Dios.

Olor a agua, a vino y sangre,
hay en tu cena y cruz, es la alegría:
nos embriague ese olor de Cristo,
perfume de Dios.
 
Se pasea en tu huerto la Iglesia
y tu perfume la perfuma, Oh Jesús:
esparzamos ese olor de Cristo
perfume de Dios.

CONCLUSIÓN

CERTIFICO que mi texto poético “El PERFUME DE DIOS” lo proclamé por primera vez en la VI Tertulia Literaria “Un Poema para Dios”, auspiciada por el Centro Bellarmino “Cultura y Fe” de Santiago.

DOY FE en Santiago de los Caballeros a los veintitrés (23) días del mes de octubre del Año del Señor dos mil catorce (2014).

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