Taberna y otros lugares (5 de 6)

Esta vez el motivo erótico terminará uncido al signo metafísico de un Dios que, una vez más, demuestra su existencia permanente entre los motivos esenciales de la obra de Dalton. Un Dios al cual, como de costumbre, se le recrimina un poco por…

Esta vez el motivo erótico terminará uncido al signo metafísico de un Dios que, una vez más, demuestra su existencia permanente entre los motivos esenciales de la obra de Dalton. Un Dios al cual, como de costumbre, se le recrimina un poco por su actitud contemplativa, apolítica, y se le exige en primer lugar una concreta y oportuna intervención en los asuntos terráqueos:
Oh, Dios mío, Dios mío / Por qué no tomas por tu cuenta la Revolución Mundial? /
Excepto los obispos polacos, todo el mundo / te lo vería muy bien.
Fallida la plegaria, y en un brillante resumen final de las motivaciones del poema, el desamparado portavoz (también desafortunado pretendiente al sexo de Lucy), se contentará con proponerle a Dios, no ya su participación en la dirección del movimiento revolucionario, sino en el terrenal y humano goce de los sentidos, dando lugar a una nueva variante blasfema de orden teo-sexual en que la alternativa se plantea entre la necesidad de hacer la revolución o (por lo menos) hacer el amor (único paliativo del derrumbe de aspiraciones):
Lucy, me has partido el corazón /, me has dejado para siempre la cara entre las manos./
Oh país en pañales! / Oh hijos del hombre, uncidos a la noria, / sonrientes y sonrosados! /
Apenas alcanza el dinero / para la última ronda de cerveza… / Oh, Dios mío, Dios mío /, podrías ser tú quien pasara la noche con ella?
Es probable que el recurso irónico de Dios y del sexo sea, en cierto sentido, la contrapartida de la falta de fe del poeta en una escala de valores y actitudes sociales deteriorados por el uso y la incuria, y ya parte de la ideología dominante. Hay que notar, en primer lugar, que el poema “Taberna” arranca ironizando (y cínico) sobre la posible función “social” de los poetas, en cuya capacidad de incidencia social, como tales, no parece depositar excesiva confianza:

Los antiguos poetas y los nuevos poetas / han envejecido mucho en el último año: /es que los crepúsculos son ahora aburridísimos / y las catástrofes harina de otro costal
La ironía dirigida contra los poetas no es casual ni gratuita, sino reiterada y justificada en numerosos pasajes donde la intención mordaz y corrosiva se hace evidente y alevosa:
Los poetas comen mucho ángel en mal estado, / y si me alejo de ellos algún día alguien me dará la razón
Aún más amarga y corrosiva es la hiel que el poeta derrama sobre sus congéneres en estos versos terribles:
Los poetas son cobardes cuando no son idiotas, / no depende de mi / Ahora todos ellos escriben novelas / porque ya nadie traga los sonetos, / escriben sobre la mariguana /y otros equívocos menos brumosos / porque ya nadie quiere saber nada del futuro. /
Y que maleables son: / si comenzáramos a cortarnos los dedos ,/ miles de narices poéticas / iban a quedarse sin su vieja caricia íntima.

Más adelante, y en consonancia con el mismo argumento, Dalton incursiona por un camino que lo conduce a un nuevo abismo de soledad y angustia, cuando la reflexión amarga sobre la inutilidad de los poetas se traduce, por efecto boomerang, en una especie de conciencia dolorosa de la inutilidad de la literatura:

Toda la literatura del siglo pasado es literatura inútil: /Dostoievsky es una especie de Walt Disney / que solamente contó con un espejo: / No lo puso en un camino /sino ante la boca abierta / de quienes recién vomitaron su alma. / Ahora sería coleccionista de sellos y de gatos/ y en Vietnam seguiría lloviendo / sobre las grandes piras de napalm …

La situación se presenta ahora como un callejón sin salida. Acorralado por sus propios razonamientos, el poeta se cuestiona y se exige una respuesta que sea por lo menos paliativo de sus temores. Pero, en apariencia, la solución adecuada no existe.

Y la respuesta que se da es frágil, tan frágil que (en virtud del supremo recurso de la ironía) se destruye a sí misma en segundos:

quieres obligar a decir que la literatura no sirve para nada?/
Idiota: es acaso una leyenda eso de que / las Biblias forradas de acero detienen las balas 45?

Es claro que, siguiendo el curso de estos pensamientos, el poeta llegará en breve a otra conclusión derrotista. Roque Dalton avanza ahora -para usar su misma terminología- destruyendo sin piedad su propio horizonte, aun a riesgo de quedarse sin un soporte en la vida. Así, de la conciencia de la inutilidad de los poetas a la conciencia de la inutilidad de la literatura solo puede esperarse (en dos cortos pasos) la conciencia de la inutilidad del arte, o por lo menos del arte anquilosado en la vieja fórmula:

Arte es lo que nos produce placer:/ cuando Otelo estrangula a Desdémona / nos da placer, se da placer y da placer a Desdémona./ Además los actores ganan un espléndido sueldo / y es fama que Shakespeare no sufrió mientras escribía la escena./ No, no: el arte es un lenguaje / (el realismo socialista quiso ser su esperanto: / cosas del mundo de Madame Trepat, Berthe Trepat)./Lo clásico es una dictadura imbecil: / tantos siglos para desembocar en el violín de Ingres / (la técnica, que nos ha regalado la adorable bomba atómica /, no se quedó enredada en la escopeta de Ambrosio, que aprenda el arte).

En el mismo orden de ideas, el próximo paso del poeta se produce en la dirección del planteo de un anejo problema existencia!: la soledad del ser humano, de su propia condición de ser humano. Aislado, sin patria, abrumado por la oscura intuición de la inutilidad práctica de su oficio, siente perder el contacto de sus raíces con la tierra. ¿Qué le queda al poeta en este trance? Nada de nada, excepto la consolación por la filosofía. De ahí que ahora el poeta, con mayor desparpajo que nunca, hace el papel del filósofo que encuentra refugio en el juego ingenioso de palabras y se rescata de su modorra negando la gravedad de la situación, o por lo menos asimilándola en términos tragicómicos:
LA SOLEDAD ES LA MÁS REFINADA TÉCNICA DEL INSTINTO

Que va, la soledad es cuando se termina / el barril de amontillado ./
La soledad es cuando uno vive en Tegucigalpa./ La soledad es cuando oyes cantar a los compañeros de horda./ La soledad es, pues, una mentira muy útil. He dicho.

A partir de aquí, solo el supremo recurso del cinismo parecería quedar en pie como opción valedera para sobrevivir a la muerte de los ideales y hasta a la muerte de la esperanza. Todo lo demás se ha derrumbado o amenaza con derrumbarse.

¿Por qué afanarse entonces buscándole salida a un callejón que no la tiene?
No busques otro camino, loco / cuando ha pasado la época heróica en un país que hizo su revolucion, / la conducta revolucionaria / está cerca de este lindo cinismo / de bases tan exquisitas:/ palabras, palabras, palabras. / Excluida toda posibilidad de terminar con las manos callosas, / o el corazon calloso, o el cerebro.

El mismo concepto viene fijado y redefinido más adelante, e incluso ampliado en sentido ético y moral:

No hay duda: es un cobarde: / sólo el cinismo nos hará libres, repito, / citando ideas vuestras ./ Esta conversación podría recogerse como un poema./ Será que asustarías a alguien? / No. Las únicas personas que todavía se asustan / son los organizadores de los boy-scouts / y con respecto a unas culebras centroamericanas / llamadas tepelcuas. / Yo lo decía porque / cualquier blasfemia / revela su elevado sentido moral / si le construyen una estética de respaldo./

Y luego: / Hay que tener un poco de moral, / ni quien lo ponga en duda. / La moral es algo estupendo / cuando uno no tiene ganas de nada.

En el plano político, tales planteamientos (que en el fondo son síntomas de un profundo desgarramiento interior), obedecen a la falta de fe del poeta en los intelectuales marxistas vociferantes que encuentra y escucha a cada momento. Contra ellos, “BRUTALES MUCHACHITOS DE ILUSTRE DICCIÓN”, va dirigido el ataque. Son ellos, inequívocamente el blanco pertinente y pertinaz de su ira. Es decir, los fingidos portavoces del raciocinio estático y la teoría muerta, cuyos alardes eruditos Dalton define como “MEADAS DEL BÚHO DOCTORAL EN LOS HON/GOS DE LA BORRACHERA”. A ellos, precisamente, contrapone Dalton el pensamiento fresco y creativo del joven Marx:

Cualquiera puede hacer de los libros del joven Marx / un liviano pule de berenjenas, / lo difícil es conservarlos como son, / es decir, / como alarmantes hormigueros.

Contra ellos, probablemente, va dirigida una especie de manifiestos terroristas en Los cuales es transparente el deseo de pasar de lo dicho a lo hecho:
Poner bombas en la noche de los imbéciles, /ocupación de out-siders, / seguros dueños del Reino de los cielos.

A ellos mismos dirige otra invectiva mordaz en una fórmula que es clara expresión de su idea respecto a la militancia política (y existencial):
No exagero: el coraje es la mitad de la vida. / La otra mitad es la táctica.

La formula se complementa posteriormente con una expresa sentencia que lleva implícita una declaración de principios:

La prudencia no te hará inmortal, camarada, /Y se sabe que el suicidio sana al suicida …

El próximo eslabón de la cadena de razonamiento que nos ha traído hasta aquí se cierra con cuatro versos letales que constituyen un monumento de sarcasmo contra las posiciones acomodaticias y burocratizantes:
Los comunistas deberíamos conocer de finanzas: / hacer proselitismo entre los millonarios / haría por lo menos que cada célula de barrio tuviera / piano, litografía de Dresden, aspiradora eléctrica.

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