Las palabras desatadas

En su tesis de grado (“La poesía bisoña: poesía dominicana 1960-1975. Reseña y antología”. Tesis para optar por el título de Licenciado en Letras. Profesor Consejero: Juan Bosch. UASD, 1975) el poeta Enriquillo Sánchez revela creencias…

En su tesis de grado (“La poesía bisoña: poesía dominicana 1960-1975. Reseña y antología”. Tesis para optar por el título de Licenciado en Letras. Profesor Consejero: Juan Bosch. UASD, 1975) el poeta Enriquillo Sánchez revela creencias y opiniones a la vez que emite veredictos un tanto insólitos acerca de los poetas dominicanos jóvenes, esto es, de aquellos nacidos después de 1937 y con una obra expuesta luego de la muerte de Rafael Trujillo en 1961.

La idea central de este ensayo, que aquellos días circuló en aulas y corrillos intelectuales, de mano en mano, de encono en encono, en copias rústicas impresas con mimeógrafo, finalmente, como la presumible Comedia de Aristóteles, se desvaneció sin dejar rastro tangible. Hasta que hoy, por iniciativa de la Biblioteca Nacional y de su Director, Diómedes Núñez Polanco, la crónica del nacimiento, pasión y muerte de la ‘poesía bisoña’ adquiere corporeidad libresca.

En primer término, acepto que el título de la tesis de Enriquillo Sánchez es inteligentemente vago y enigmático. Con la palabra bisoño él nos sitúa frente a un dilema de turbadora sinonimia. La duda, en tal caso, es obvia: ¿alude Enriquillo a una poesía bisoña, incipiente y cruda, si bien embrionariamente promisoria, o se refiere, en cambio, a bisoños poetas, verdes principiantes que zozobran sin redención posible en el océano infinito de la Gaya Ciencia? Tiempo hará que los mexicanos se plantearon un acertijo similar. Decían ellos: no hay escritores pobres; tan sólo hay pobres escritores. La conclusión de Enriquillo se arrima a la respuesta mexicana para aquel rompecabezas. Pensará él, entonces: no hay poesía bisoña; tan sólo bisoños poetas.

Por diferentes vías, y con distintos argumentos, ésta será la demoledora proposición explícita en la investigación académica del poeta Sánchez: la poesía bisoña nació muerta:

“Todo lo que se espera es una contribución gentil a darle el tiro de gracia porque de todos modos, a pesar de los esfuerzos, no vamos a cometer el homicidio. Ella nació muerta. Sólo espera el tiro de gracia. Gracias”. (Párrafo final de la tesis)

Parecería, así, con esta mención terrible, que pocos argumentos cruzan indemnes el firmamento de la apocalíptica verbalidad de Enriquillo. Esta primera sensación, créanme, resultará absolutamente ineficaz para el leedor. Porque, a fin de cuentas, el incendio no habrá de ser sino una implacable exigencia, el más recio e inquebrantable apremio que un miembro de la tribu será capaz de lanzar hacia sí mismo y hacia sus compañeros, poetas bisoños y jóvenes poetas.

Reconozco que el punto cenital de este ensayo es una profunda queja dirigida a sus coetáneos. Disgusto por la incomprensión de nuestra historia:

“Ahora mal, los bisoños no conocen su propia historia, ni la dominicana ni la que ellos protagonizaron. El mayor drama, que por solucionable no llega a tragedia, es el desconocimiento de la historia nacional. El poeta puede desconocer su poesía, y pasa. Puede desconocer su lengua, y todavía, porque gesticula. Un poeta puede desconocer su historia, y murió en la portada” .

Reproche por la ignorancia esencial acerca de nuestros poetas mayores y de la poesía universal:

“La herencia poética de los poetas bisoños es una ausencia, una permanente ausencia, una ausencia honda… Los bisoños son los desheredados de Moreno”.
“Se ha hablado de Moreno, de los Sorprendidos, de Franklin Mieses Burgos, de Manuel del Cabral, de Héctor Incháustegui Cabral, de Tomás Hernández Franco. Hemos hablado de ellos para establecer lo que de ellos ha heredado la bisoñada, es decir, nada”.

“Tenemos una conclusión. Las avanzadas poéticas dominicanas del decenio del 60 estuvieron desvinculadas de sus precedentes culturales mediatos e inmediatos”.

Reparos por la altanera ausencia de rigor en el lenguaje; censura por la imperativa ineptitud para avistar propósitos esenciales de la existencia:
“Se quería hacer una poesía política, se quería participar en la lucha que el hombre realiza sobre la tierra; pero no se sabía cómo decirlo; la voz resultaba más que pequeña; resultaba inaudible en aquella situación. Se hizo una poesía quejumbrosa”.

El acento de Enriquillo Sánchez, empero, tras los violentos puñetazos de estos párrafos, revela una honda e intensa ternura: manchada, tiznada del más contrito sentimiento de infortunio generacional. Le duele que su cuadrilla no pudiese encontrar las palabras exactas para sembrar en nuestra conciencia el germen de una elocuente estrofa cotidiana. Lo hiere el que confundieran la noción de pueblo con el postizo espejismo de un público. Lo agobia que el prematuro término de su grupo no fuese sino la premonición de un ensueño resuelto en trivialidades y minucias de pregones y carteles y folletos prescindibles.

Conocer estas ideas, las notas cabales de este exorcismo auto infligido; poder asomarse a las llanuras y a los riscos del culto pensamiento de un Enriquillo Sánchez de tan sólo 28 años, ha de ser, sin asomo de duda, estimulante y útil.

En su existencia, relativamente corta, él nos brindó algunas de las páginas más hermosas y lúcidas y atrevidas de la literatura dominicana. Confío que la divulgación de estos juicios juveniles contribuirá, así lo habría deseado el Poeta, a que comprendamos de mejor manera nuestra savia, nuestras raíces, nuestra literatura, nuestros sueños.

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