Los olvidados

La sociedad tiene tantos grandes problemas que no se preocupa por los pequeños, que están entre nosotros, y se vuelven tan comunes que no los tomamos en cuenta. Vivimos de espaldas de ellos.

La sociedad tiene tantos grandes problemas que no se preocupa por los pequeños, que están entre nosotros, y se vuelven tan comunes que no los tomamos en cuenta. Vivimos de espaldas de ellos.Hay que tener cierta sensibilidad para verlos. María Teresa Morel, una de las periodistas de este diario, no se conformó con percibir uno de ellos. Se sintió compelida a describir uno de esos que constituyen un drama desgarrador. Hablamos de las tristes condiciones en que trabajan los recolectores de desperdicios, la basura.

Generalmente, trabajan sin los instrumentos mínimos requeridos, a “mano pelá”, sin guantes, sin uniformes. A veces en chancletas, botas o zapatos destartalados, expuestos a toda clase de contaminantes. Y tocan, a veces auxiliados con placas viejas, desde la basura orgánica común, desechos diversos, como los hospitalarios, hasta compuestos químicos peligrosos, persistentes, de casi imposible degradación.

Perciben ingresos por debajo del salario mínimo que apenas se aproxima a los once mil pesos, fuera de los sistemas de seguridad, sin seguros médicos, y menos cobertura de riesgos laborales. ¿Y retiro? Esa es una mala palabra. Es decir, en ciudades como Santo Domingo o Santiago, los recolectores de basura trabajan al margen de la ley 87-01 de la Seguridad Social, sin que nadie haga nada. Ni siquiera las centrales sindicales los privilegian en sus programas de incorporación para la acción reivindicativa.

Son hijos del abandono total. De todos. Y con la frecuencia que ordenan los cabildos o las compañías recolectoras, los vemos trabajar con ahínco en la cola del camión, a veces a la espera de la piedad de una dama de un residencial que no sabe de cuánto sirve cualquier propina para estos desheredados de la sociedad. Ignorados por todos.

En el caso de los municipios pequeños, donde trabajan directamente para las alcaldías, el drama es igual o peor.

Esta pobre gente requiere un mínimo de solidaridad. Del municipio que la debe reclamar ante sus contratistas o de las compañías. Los pequeños municipios, que se reservan privilegios y ventajas para los regidores y las botellas, deben también humanizar el trabajo de estos sobre explotados servidores.

Hagan algo por ellos.

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