Alemania: Entre modernidad y tradición

A mediados de los años ochenta, visitamos Bonn, la agradable capital de la entonces dividida Alemania.

A mediados de los años ochenta, visitamos Bonn, la agradable capital de la entonces dividida Alemania. Regresamos de esta  primera visita impresionados por la diferencia entre las sociedades latinoamericanas, llenas de espejismos, donde las cosas y las personas no resultan ser como aparentan o dicen ser; y la sociedad alemana donde con mayor frecuencia las cosas son como aparentan ser, debido a que la mayoría de los alemanes obedecen rigurosamente las reglas establecidas, o convenciones sociales para cada aspecto de la vida.

Recientemente intentamos dividir la cuenta al final de un almuerzo y chocamos con la oposición de la mesera, quien argumentó que debimos  anunciarlo al comienzo, una regla que nos resultó irritante. Pero cuando este comportamiento tan rígido se aplica al mantenimiento de la turbina de un avión, o del tren Trans-rapid de Shanghái que desarrolla 433 kilómetros por hora, la irritación se convierte en alivio y admiración.

Los jóvenes alemanes son entrenados a trabajar practicando con rigor los procedimientos y métodos de cada oficio. Resulta interesante que la enseñanza de un oficio se haga mediante el sistema de aprendices, adaptado a la industria moderna, pero con raíces en la Edad Media.

Este saber hacer de acuerdo a los procedimientos explica en buena medida la afamada calidad de los productos alemanes, cuya reputación ha ayudado a la permanencia de muchas empresas. Así se puede almorzar en un restaurant establecido en 1811; adquirir bufandas de Fraas, casa fundada en 1880; vajillas de Villeroy & Boch, que datan de  1748; o lentes de Carl Zeiss, que opera desde 1846, etc. Esto también ocurre con los gigantes industriales como Siemens, fundada en 1847 y Daimler, en 1883. Esta continuidad de las instituciones no se limita a la industria. La señora Meckel ha obtenido una resonante victoria electoral apoyada en los democristianos y los social cristianos bávaros. Esta realidad difiere de la Italia de los papas, donde la democracia cristiana ha desaparecido, como resultado del maquiavelismo de dirigentes como Giulio Andreotti, quien iba a misa al amanecer y pactaba con la mafia siciliana al anochecer; quien le rezaba a Dios, pero sacrificaba cualquier principio en el altar del poder. Trabajar con rigor de acuerdo a las reglas para cada oficio y actuar con seriedad de acuerdo a las convenciones sociales, explica el éxito de la economía y la continuidad de las instituciones alemanas. Una lección que debemos aprender los latinoamericanos, quienes vivimos en un mundo macondiano, donde lo real y lo ilusoriamente falso se entremezclan demasiado frecuentemente.

Esta prevaleciente falsedad finalmente corroe nuestras instituciones, públicas y privadas. Los alemanes son profundamente humanos, y por ende, capaces de grandes logros y de grandes errores.

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