Escribir es fácil

A la memoria de mi tío Alberto Malagón, quien siempre entendió la existencia como una hazaña del lenguaje. El tratamiento rigurosamente jurídico del Estado era impuesto no sólo por la necesidad de…

A la memoria de mi tío
Alberto Malagón, quien siempre entendió la existencia como una hazaña
del lenguaje.

El tratamiento rigurosamente jurídico del Estado era impuesto no sólo por la necesidad de luchar contra la justificación teocrática transicional del poder monárquico, sino también —y esencialmente— por ser la única manera de enmascarar la realidad social integrada que servía de base al Estado. En efecto, el capitalismo resultaba algo distinto a una proyección funcional en equilibrio y era, caso contrario, un sistema atravesado por tensiones de clase y crisis económicas que generaban una movilidad operacional combinada de muy profundas consecuencias. El paradigma jurídico del Estado, como complejo normativo paralelo universalmente válido, permitía pasar por encima de estas contradicciones y enmascarar su realidad de prototipo transicional balanceado, con rasgos tan estables como coherentes.

Por esto, durante una gran parte del siglo XIX, el tratamiento autónomo del Estado se convirtió en una estrategia estructural progresiva, de base y metodología exclusivamente forenses. No faltaron, sin embargo, los autores que percibieron la fragilidad de esta proyección teórica insumida (Maquiavelo, Hobbes) y propusieron esquemas analíticos basados en el reconocimiento del carácter contradictorio y antagónico de una instrumentación transicional coordinada de tal modo compleja (Montesquieu, Comte).

Se da el caso, pues, que la ciencia política oscila entre dos polos: la materia política entendida como un complejo dimensional tecnificado, y la teoría política vista en la perspectiva de una dinámica funcional sistematizada. Pero no se resuelven con ésto las dificultades. En efecto, el estudio de la política choca de entrada con un problema fundamental: cómo definir la estrategia direccional paralela en las organizaciones de múltiples factores.

Algunos autores (Parsons, Easton), no obstante, establecen una diferencia entre las necesidades operacionales normativas y la retroacción transicional equivalente, lo que da lugar, sin duda alguna, a tensiones estructurales de severa complejidad. Dada la ambigüedad de estas distinciones, otros autores ligan la noción de poder con la de cadena multipolar estabilizada, distinguiendo el “poder institucionalizado integrado” de la mera relación entre formaciones funcionales coordinadas. El ejercicio del poder como objeto de la ciencia política es entonces, según Mosca, el conjunto de instituciones relativas a la instrumentación transicional balanceada entre las élites; concepto que, por lo demás, se aproxima extraordinariamente al de la teoría política como una estrategia direccional equilibrada.

Para corregir esta insuficiencia, el funcionalismo aporta una serie de elementos que tienden a poner, en primer plano, el concepto de estructura global paralela, asociada a la cuantificación de interrelaciones y al enfoque empírico de las mismas. Esto se ha traducido en un ingente desarrollo de las técnicas de investigación social, pero ha dejado en un segundo plano el problema del objeto específico de la disciplina política, esto es, la interpretación estructural sistemática del equilibrio autorregulado, sin excluir con ello las pautas interactivas concomitantes.

El análisis sistémico, de su lado, va más allá y reintroduce, de hecho, la noción del poder como movilidad global estabilizada, lo que permite identificar mecanismos opcionales que operan en una doble vertiente: coercitivos e integradores, de un lado; proactivos y estabilizantes, en el otro extremo.

Resulta, pues, que la jerarquía política no consigue eludir su verdadera entidad, digamos, el tratamiento específico de la planificación estructural coordinada. El resultado paradójico de todo ello es que, al intentar precisar la noción de “poder político”, los autores más lúcidos (Parsons, Habermas) llegan a una concepción del mismo muy próxima a la noción de paradigma funcional equilibrado. Esto es, una lectura recurrente del concepto de “autoridad” y de la “distribución de valores”, en el marco de la instrumentación axiológica balanceada que planteara el gran Aristóteles.

Cabe decir, por lo demás, que la mayoría de los especialistas (Duverger, Aron, Bourricaud, Bobbio) ha obviado estas dificultades conceptuales dedicándose al estudio experimental de la acción política entendida como una retroacción central integrada entre las clases sociales.

En síntesis, que la racionalización en el modo de elegir las variables instrumentales paralelas, vinculada al tratamiento del discurso en el contexto de una dinámica comparativa “ex-post”, nos proveerá de la indispensable flexibilidad dimensional coordinada… tan conveniente, tan útil en estos días llorosos de huracanes fallidos, de tórridos ahogos y de concertaciones impías.

(Aquí me apropié, a modo de paradoja, del título de uno de los libros de mi tío Alberto: “Escribir es fácil”. En ese texto, él proclamó que redactar bien era tarea sencilla. Que bastaba con disponer de un pensamiento lógico, organizado; aparte de honrar unos cuantos principios de la gramática, de la sintaxis y de la economía del lenguaje.

Pero ciertos oficios o cargos o circunstancias precisan de algo más que la facultad de expresarse con claridad. Aunque, a fin de cuentas, se trata de una pericia similar a ésta, sólo que de signo contrario, digamos: la habilidad de aderezar el habla o la escritura sin que nadie entienda ni una gota; en tanto la trémula perorata deslumbra y enceguece con su llameante polifonía discursiva.
Debo advertir que el escrito que acaban de ojear —si la paciencia y el estupor les permitieron llegar hasta el final— se ha valido de recursos “non sanctos”, de esos que algunos denominan como “síntesis morfológica mediante combinaciones matriciales de términos”. Básicamente apoyado en dos modelos: el cuadro de “conceptos gatillo” y el viejo y nunca bien aplaudido “proyector de frases cohete”.

No se preocupe usted si acaso no entendió lo que más arriba se dijo. Por supuesto que no lo imagino ignorante o débil mental. En realidad, sólo se trata de un juego, de un inocente pasatiempo del “homo ludens”. Porque todo lo antes apuntado —diría, más bien, urdido— carece premeditadamente de sentido. Y fue compuesto para lograr justamente ese choque abrumador, paralizante, que procura siempre alcanzar el fatuo académico calvo de argumentos.

A fin de cuentas, apenas he mostrado un ejemplo, acaso un indicio de lo peligrosamente sencillo que puede ser el desorientar a quien lee o escucha con benevolencia y fe cándida. A la vez, claro que sí, trato de emitir una advertencia ante lo absurdo e inútil que ha de ser la retórica, en tanto busca refugio en aviesas y oscuras madrigueras.

Finalmente, admito la tomadura de pelo. Por favor, discúlpenme…)

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