Una milenaria pobreza

Durante años erradamente pensé que la airada  reacción de Cristo contra los mercaderes del Templo de Jerusalén obedecía a que eran unos profanadores intrusos. Nada más alejado de la realidad. La milenaria pobreza de la humanidad hizo de la…

Durante años erradamente pensé que la airada  reacción de Cristo contra los mercaderes del Templo de Jerusalén obedecía a que eran unos profanadores intrusos. Nada más alejado de la realidad. La milenaria pobreza de la humanidad hizo de la carne una digna ofrenda de los israelitas a su Dios. Los peregrinos debían adquirir los animales aptos para ser sacrificados en el Templo. La aversión divina a consumir carne hacía posible que los sacerdotes retuvieran las mejores partes y que el resto de alguna manera llegara al pueblo, por lo que esas festividades  religiosas brindaban la oportunidad de consumir carne a una empobrecida humanidad.

Hasta tal punto la pobreza marcó la historia de la humanidad durante siglos, que la creación de la riqueza se apoyó en la miseria humana. La posibilidad de crear riqueza elevando el nivel de vida de los trabajadores es un fenómeno  históricamente reciente, consecuencia de la Revolución Industrial, que permitió una mayor producción por hora trabajada, y de la Revolución Francesa, que convirtió a súbditos en ciudadanos con derechos.

Aun así, en los Estados Unidos, durante buena parte del siglo XIX, los hacendados sureños acumularon riqueza produciendo algodón con esclavos. Este sistema económico resultó incompatible con la acelerada industrialización que ocurría en los estados del norte y con un 50 % de analfabetos, resultó contrario al desarrollo intelectual y tecnológico de la población. El liberal Henry W. Seward afirmó que ambos sistemas “antagónicos” terminarían en un “inevitable conflicto”, que resultó ser una cruenta “guerra total”, formulada por Sherman, para destruir el sistema económico y social del Sur.

Es por esto que consideramos anacrónico el argumento sobre la necesidad de bajar costos utilizando a los inmigrantes haitianos, que sufren de esa pobreza milenaria en pleno siglo XXI. Que semejante sistema laboral se haya enraizado bajo los gobiernos de dos partidos cuyo primer apellido es “Revolucionario” y de la “Liberación” demuestra el grado de incoherencia intelectual en que debatimos. Salta a la vista la incongruencia de un discurso progresista, mientras una buena parte de la estructura económica y social del país está siendo condicionada a la de un país muy atrasado. Y llama la atención la falta de rigor analítico para plantear el aumento del salario mínimo como respuesta al declive del salario real de los trabajadores, cuando, en realidad, incentivará aun más el uso de esa mano de obra empobrecida. El capitalismo tecnológico e industrial es incompatible con un sistema de creación de riqueza en base a una mano de obra miserable, y aquellos quienes defienden la inmigración fundamentados en el principio de la solidaridad o en la necesidad de bajar costos, lejos de ser progresistas, solo contribuyen a la pobreza y al  atraso del pueblo dominicano.

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