Valentía de A-Rod

Hay que reconocerle que por primera vez en mucho tiempo  se ha puesto los pantalones y ha dado la cara como nadie pensaba.

Hay que reconocerle que por primera vez en mucho tiempo  se ha puesto los pantalones y ha dado la cara como nadie pensaba. Álex Rodríguez dijo ayer que peleaba por su vida y tiene razón en un sentido, puede que hasta en más de uno, aunque no puedo dejar de pensar que todo el dinero que perderá si se queda de brazos cruzados es más que suficiente para enfrentar al mismo Cancerbero que fuese necesario.

¿Quién no lo haría?

Desde que empezó a sonar una posible sanción de corte mortal hacia su carrera, el tercera base de los Yankees dejó entrever que pelearía hasta las últimas consecuencias. Enfrentar a Bud Selig, el mismo que ha domado las fieras del Sindicato de Peloteros, es una osadía de niveles insospechados.

Máxime cuando es como Álex, quien no niega su culpa, sino que reclama un castigo menos duro.

Una suspensión de 211 partidos es excesiva para un muchacho que inicie su carrera. Imagínese para un caballero con 38 años de edad, que tiene mucho sin jugar y cirugías mayores a cuestas. Si se queda de brazos cruzados lo entierran antes de tiempo.

Si logra que le recorten la cantidad de juegos sale ganancioso y también le da cierto empuje al Sindicato que no ha tenido más remedio que aceptar la mano dura de Selig.

No pensé que Álex, muchas veces ambivalente, fuese tan arrojado como para hacerle saber a la plana mayor del negocio que iría hasta la corte si era necesario. Por eso no le impidieron que entrara al terreno, ya que Rodríguez estaba preparado para acudir a la justicia, donde Selig y él son iguales desde el comienzo. En las audiencias manda el juez. En los estadios controla el comisionado.

Decidirse a jugar en medio de esta vorágine no es de los trabajos que le gustaban a Martín Garata. Cada día será peor. Cuando llegue a Nueva York, este fin de semana, lo esperarán con la banda de música. Eso no es coger los mangos bajitos.

Y ni hablar de los cartelones y los abucheos que le aguardan en una ciudad difícil de jugar.

Un aplauso para su valentía.

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