¿Día de la Independencia? Algunas películas para ver

Lincoln. Abraham Lincoln es considerado por muchos como el «presidente norteamericano más famoso del siglo XIX». Una de las figuras políticas de Estados Unidos a las que Hollywood admira y respeta, como todo mártir, personaje…

Lincoln. Abraham Lincoln es considerado por muchos como el «presidente norteamericano más famoso del siglo XIX». Una de las figuras políticas de Estados Unidos a las que Hollywood admira y respeta, como todo mártir, personaje preciado que en los albores del séptimo arte, en 1924, sirvió al director Phil Rosen para La vida dramática de Abraham Lincoln.

Otros realizadores de la estatura de D.W. Griffith y John Ford se habían decantado por el enigmático presidente, pero faltaba esa súper producción a cargo de un director consagrado como Steven Spielberg, que se demoró 12 años para llevar a cabo el Lincoln que interpreta de manera admirable el inglés Daniel Day-Lewis.

Como toda adaptación cinematográfica, con esas licencias inevitables y subjetivas que salpican un proyecto biográfico, la producción de Spielberg se erige como un proyecto serio, aún cuando algunos académicos la criticaron por sus «errores históricos», esta es una película con voz propia, que glorifica a un presidente que apeló a métodos moralmente cuestionables para lograr el voto mayoritario para abolir la esclavitud que todavía imperaba durante la Guerra Civil en el 1865.

Si Rosen, en su película de 1924, «vuelve la vista con nostalgia a un mundo anticuado, más sencillo, más inmediato, y donde presuntamente nada separaba a los gobernantes de los gobernados», según escribió Shlomo Sand en su ensayo El siglo XX en pantalla, Spielberg retrata al Lincoln más humano, en una época en que ciertamente los presidentes se movían por las calles con libertad, sin la necesidad de un séquito de guardaespaldas, hablaban con facilidad con los ciudadanos y recibían en la Casa Blanca a cualquier interesado en acercarse al mandatario.

Este es, sin duda, un filme de marca mayor, de esos que terminan como documento histórico en las bóvedas del Congreso de los Estados Unidos: una vista panorámica a los deseos personales del Lincoln que puso todo a su alcance para que se incluyera en la Constitución la 13ª. enmienda que prohibía la esclavitud. Un logro trascendental que le dio estatura y el liderazgo que cobró la dimensión legendaria que alcanzan los de su estirpe cuando se es asesinado, como fue su caso.

No habrá premio para galardonar en su justa dimensión el estremecedor trabajo de Daniel Day-Lewis, quien junto a otros grandes actores, como Tommy Lee Jones, subrayan el peso artístico e histórico de esta producción. Si Spielberg coqueteó con el tema de la esclavitud en El color púrpura y Amistad, es con Lincoln que asume a plenitud un tópico que tenía dividido al poder del stablishment de la época.

A Lincoln, el presidente, según opina Spielberg, Estados Unidos le debe «su amor por la justicia». Dijo el célebre realizador: «Esas triquiñuelas son parte del sistema democrático. Las intrigas forman parte del juego, Lincoln no hizo nada ilegal, y ahora han sido asimiladas por el sistema. En la democracia estadounidense hay mucho movimiento y trato a espaldas del público, de negociaciones entre bambalinas. Y la política estadounidense de finales del siglo XIX prologa la política estadounidense del siglo XX» (Gregorio Belinchón, El País, 17 de enero de 2013). Moraleja para entender la política, una película para apreciar el cine con mayúsculas.

Director: Steven Spielberg. Guionista: Tony Kushner. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Sally Field, David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, James Spader, Hal Holbrook y Tommy Lee Jones. Año: 2012. Duración: 150 minutos. País: Estados Unidos.

Argo. Cinco años y tres películas fueron suficientes para que Ben Affleck se revelara como un realizador con una mirada inquietante, que a través de su visión particular ha podido tratar –y de qué manera– problemas generales. Con Gone Baby Gone (2007) debutó con majestuosidad detrás de las cámaras, y en ese entonces muchos pensaban en eso que llaman «suerte de principiantes», teoría que el talentoso actor se encargó de menospreciar cuando en el 2010 se fue a lo grande con The Town, el drama de una banda de Boston que asaltaba bancos en la ciudad que le vio crecer.

Affleck (California, 1972), definitivamente, no se anda por las ramas. El drama es género, el agua donde puede nadar a sus anchas. Mastica con parsimonia de rumiante cada encuadre, y hurga en la psicología de sus personajes. Es su batalla interminable cada vez que se para detrás de sus tropas haciendo de director, aderezando su cambiante filmografía con una actuación que le acredita como uno de los disfrutables de su generación.

Argo es su tercera película como director. Un drama meticulosamente estructurado para incitar el desasociego, la desdicha de una historia –a momentos muy inflada– basada en eventos reales sucedidos durante 1979, cuando la revolución iraní alcanzaba su punto máximo de manifestación popular y una discreta operación orquestada por la Agencia de Inteligencia Americana (CIA) se debatía entre el suicidio y la vida el rescate de seis ciudadanos estadounidenses escondidos en la embajada de Canadá.

Estos seis diplomáticos, según los hechos ocurridos en la embajada de Estados Unidos en Teherán, donde los revolucionarios iraníes mantuvieron como rehenes a 52 americanos, lograron abandonar el edificio, trasladándose hasta la embajada canadiense que les acogió hasta que el agente de la CIA, Tony Méndez, encabezó una misión arriesgadísima que tuvo un espectacular y hollywoodense final feliz, donde se hacen inevitables estas escenas sensacionalistas en las que se termina uno preguntando si momentos así eran necesarios.

Pero, afortunadamente, Affleck sabe administrar esa dosis que películas como Argo necesitan para potencializar sus posibilidades de éxito. Su tercera realización apuesta a otros elementos que enriquecen su producción, tomando en cuenta las excelentes actuaciones de todo el elenco. Un capítulo en la siempre interesante historia de la CIA y sus agentes, que sirve de acaparate para exhibir, una vez más, el buen tacto cinematográfico de Ben Affleck, esa gran revelación que en los últimos años estamos disfrutando más cuando se viste de director, porque Argo vale su metraje (casi) de principio a fin.

Director: Ben Affleck. Intérpretes: Ben Affleck, Bryan Cranston, Alan Arkin, John Goodman, Víctor Garber, Tate Donovan, Clea DuVall, Scoot McNairy, Rory Cochrane. Año: 2012. Género: Drama. País:Estados Unidos.

La candidata. El escritor R. A. Font-Bernard una vez dijo que Joaquín Balaguer era un político que podía «comerse un tiburón podrido sin eructar». La frase podría tener diferentes significados, pero al final, la conclusión es la misma: detrás, el poder de la política es muy distinto al que puede percibir la gente. Es el trasfondo, el mensaje imperceptible –pero latente– en este drama con reminiscencia de thriller en el que juegan roles antagónicos actores probados y una actriz que se erige como la candidata: Joan Allen.

Detrás del maquiavélico argumento de The Contender, que no podía ser menos político, se tejen intereses del stablishment que de manera arbitraria dejan fuera los valores morales del individuo. Es a todo ello que la senadora demócrata Laine Hanson (Joan Allen) debe enfrentarse cuando el presidente la escoge para ocupar la vacante de la vicepresidencia, y así convertirse en la primera mujer en jurar el cargo.

Con las envidias de todo un batallón persiguiéndola como tiburones hambrientos, la codicia de un cargo históricamente reservado para hombres y las ambiciones revelándose en su contra, la candidata es sometida a un escrutino implacable que pone en tela de juicio un episodio sexual de la senadora, que amenaza con imposibilitarla para alcanzar la vicepresidencia, aún cuando todos los que la juzgan tienen un pasado más oscuro que el suyo propio.

Es la carne que cubre el esqueleto de un guión jugoso, materia de estudio para estructurar discursos emotivos, que va zigzagueando entre la ficción y la realidad política que se respira en Washington, para no circunscribir la tesis solo a la Casa Blanca.

Un texto que va soltando citas citables como cuando la carne en la parrilla va goteando sus mejores caldos: «Todos queremos tomar atajos para llegar a la gloria», le consuela el presidente Jackson Evans (Jeff Bridges) al gobernador Jack Hathaway (William Petersen) cuando sobre él el poder descarga –con justicia, en este caso– todo el peso de la ley divina que trae consigo estar sentado en el Despacho Oval.

The Contender significó el debut como director del israelí Rod Lurie (1962), venido de la crítica de cine con la que se ganó un buen puesto en el entorno cinematográfico. Con esta realización, Lurie, también autor de The Last Castle, Straw Dogs y Nothing but the Truth, se paró en el centro con elegancia, alcanzando un debut que logró la atención de muchos en el negocio.

Una película para entender el cómo y no el por qué de cómo muchos políticos se van quedando en el camino, sobre todo cuando tratan de llegar por el camino más corto, no siempre el más efectivo cuando todos observan.

Título original: The Contender. Director y guionista: Rod Lurie. Intérpretes: Gary Oldman, Joan Allen, Jeff Bridges, Christian Slater, Sam Elliott, William Petersen, Saul Rubinek. Año: 2000. Duración: 126 minutos. Países: Estados Unidos, Alemania y Reino Unido.

 

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