El origen del recorrido artístico dominicano

No es casualidad de que al ser Santo Domingo la Ciudad Primada de América, sea también la primera en recibir las primeras influencias…

No es casualidad de que al ser Santo Domingo la Ciudad Primada de América, sea también la primera en recibir las primeras influencias artísticas de Europa, especialmente de España, país conquistador. Fue la arquitectura y el diseño urbano erigido en La Hispaniola, la principal muestra de esa expresión; a éstas le siguieron la orfebrería, platería y finalmente la pintura y la escultura.

La arquitectura colonial atravesó una enorme variedad de estilos, y en cada uno de ellos el aporte de las tierras conquistadoras es notorio. En Santo Domingo se destacan los estilos románico,  gótico, barroco y neoclásico; muestra de ello son el Alcázar de Colón, la Catedral Primada de América, el Convento de los Dominicos, la Casa del Tostado, el Museo de las Casas Reales y el Palacio de Bellas Artes, por tan sólo mencionar unos cuantos.

A mediados del siglo XIX y a raíz de la guerra de Independencia (1844), Europa hace sentir nueva vez su poderosa influencia. Es entonces cuando se comienzan a destacar los artistas dominicanos Abelardo Rodríguez Urdaneta (1870-1932), pintor académico y Leopoldo Navarro, autor de cuadros costumbristas. También juegan un papel preponderante Enrique García Godoy (1885-1941) y Celeste Woss y Gil (1891-1985), primera mujer en presentar una exposición individual (1924) y quien acercó a los dominicanos a la contemplación y apreciación de la anatomía criolla; cambio fundamental en la pintura de los años 30.

Sin embargo, es unánime la apreciación de historiadores en torno a la valiosa presencia cultural de España en el período 1939-1960 como resultado de la corriente migratoria de españoles republicanos a Santo Domingo, a raíz de la Guerra Civil Española, entre los cuales intelectuales y artistas propiciaron en el país una experiencia extraordinaria por la calidad e intensidad de su acción y aportes.

Angel Botello, Francisco Vázquez Díaz (Compostela), Josep Gausachs, Eugenio Fernández Granell, Manolo Pascual, Antonio Prats-Ventós, Alfonso Vila y José Vela Zanetti, fueron los verdaderos protagonistas de esta oleada artística. Junto a éstos también llegaron otros emigrantes europeos, pero el mayor impacto en la cultura dominicana de entonces provino de los “peninsulares” quienes se comprometieron con una labor docente y una producción artística constante, logrando consolidar en diez años un escenario de renovación en las artes plásticas, catalizador de nuevas búsquedas en los lenguajes artísticos derivados de las estéticas de vanguardia traídas por ellos.

Creador y maestro: Josep Gausachs. Es el pintor de mayor experiencia y conocimiento que llegó a la República Dominicana con el grupo de exiliados. Nacido en Sarriá, Barcelona, el 1 de mayo de 1889, parte a París tras finalizar sus estudios, donde convive con los más destacados intelectuales y artistas de la época: Modigliani, Picasso, Juan Gris, Utrillo y Bretón. A su llegada acababa de cumplir 50 años; pintaba sin cesar. Le atraía lo anecdótico, lo fantasmagórico, lo mitológico, lo teosófico. Su tendencia a pintar con frecuencia personas negras o mulatas tiene en Gausachs a uno de los primeros artistas españoles que emplearon esta temática en Santo Domingo. Las “negritas” de Gausachs, de tez oscura, de formas voluptuosas, ingenuas y provocativas al mismo tiempo, han pasado a la historia del arte dominicano como un ejemplo inspirado en los valores y en la idiosincrasia del país.

Un catalán dominicano: Antonio Prats-Ventós. Se fue de este mundo cuando todavía proyectaba realizar grandes obras. En su taller dejó iniciada una inmensa talla que prometía convertirse en una impresionante escultura. Nacido en Barcelona el 24 de junio de 1925, llegó al país siendo muy joven, el 11 de enero de 1940. El deslumbrante sol del Sur, las formas caprichosas de los troncos arrastrados por el mar, las piedras pulidas sobre la ardiente arena de la playa, la opulenta belleza de la mujer nativa, todo despertaba en él los deseos de crear, de plasmar en formas lo que veían sus ojos. Desde entonces y para siempre, la naturaleza habría de ser su maestra. En su larga trayectoria de escultor –su principal actividad- no hay desvíos ni rupturas. Coherente siempre, lo que en él marca las diferencias y establece las divisiones son los temas.

Pasión por el mural: José Vela Zanetti. Con una voz de trueno y  franco de carácter, José Vela Zanetti nace el 27 de marzo de 1913 en Milagros, un pequeño pueblo burgalés. Es uno de los muralistas más afamados del país. Entre sus producciones cabe destacar los que creó en el Consejo Administrativo, en el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, en la Ciudad Universitaria y en el Instituto Agrícola de San Cristóbal. Mención aparte exigen los murales y la cúpula de la Iglesia Parroquial de San Cristóbal. Un pintor figurativo que desde sus comienzos nunca cayó en la tentación de ensayar la abstracción. En toda su carrera, sus formas tienden a la monumentalidad y su dominio de la volumetría imprime un carácter escultórico a sus personajes.

Maestro del surrealismo: Eugenio Fernández Granell. Nacido en La Coruña el 28 de noviembre de 1912, arribó al país sin proponérselo. Granell tenía una preparación artística e intelectual muy amplia, y una mente siempre abierta a todo lo que de novedad se tratara. Desde el primer momento se inclinó hacia el surrealismo, un movimiento que procedía del mundo de las letras y que en la pintura había adquirido un notorio auge. Rechaza la razón y la sustituye por la fantasía. Este mundo es el de las visiones oníricas. El temperamento de Granell se acomoda perfectamente a esta tendencia en la que él puso de inmediato, como ingrediente personal, un sentido del humor muy próximo a la típica picardía gallega. En su obra hace converger lo real con lo imaginario, convirtiendo a sus criaturas en seres deslumbrantes en los que a veces se confunden lo humano y lo animal.

Los pingüinos: Francisco Vásquez Días. Nadie identifica a Francisco Vázquez Díaz por su nombre. Todos lo conocen como Compostela, seudónimo que evoca su lugar de origen, la ciudad del Apóstol, en el corazón de Galicia. Allí nació en 1898, y se familiarizó con la talla en piedra, la misma piedra con que el maestro Mateo creó las figuras del pórtico de la Gloria de la catedral compostelana. Llevaba en la sangre y en el corazón el arte de esculpir. Al llegar a nuestro país, haciendo uso de maderas preciosas, talla sus esculturas de animales, entre las cuales destacan los pingüinos, todos diferentes, todos deliciosos, cada uno de ellos expresando ideas, estados de ánimo, sensaciones y hasta sátiras.

Obsesión por el trópico: Ángel Botello Barros. Fue uno de los artistas españoles exiliados que menos tiempo permaneció en Santo Domingo. Y el único que escogió Haití para pasar en el país vecino una larga y fructífera temporada. En el mes de octubre de 1939 desembarcó en Puerto Plata. Pronto partiría a la capital de la República Dominicana: la Ciudad Trujillo de entonces. Su primera etapa caribeña, se caracteriza por la intensidad cromática y las figuras de gran sensualidad, así como por los paisajes de vegetación exuberante. A partir de los años cincuenta, el artista comenzó a esquematizar las figuras y a enfatizar el dibujo; y al llegar a los setenta, generó una variación en los medios: pintura, escultura en metal, litografía, serigrafía; y su producción entonces fue inmensa.

El polifacético: Alfonso Vila. Pocos, o tal vez ninguno, de los artistas españoles que llegaron al país, tienen una historia tan alucinante como la de Alfonso Vila, “Shum”. Fue un rebelde, un luchador. Un ser humano que sufría el dolor ajeno como el propio, aunque el suyo fuera más intenso, más profundo. Nació en Lérida, Cataluña, en 1897. Sus temas se orientan por el mismo espíritu de justicia de su vida. La gracia y la maestría en los dibujos, su estilo de líneas sencillas y precisas y su fina ironía caracterizan sus trabajos, los cuales revelan un formidable caricaturista que lleva al papel su vena humorística en la que refleja la cotidianidad de que es testigo y consigue captar en sus modelos el gesto esencial que los caracteriza.

Un triunfador: Manolo Pascual. Nació en Bilbao, España, en el año 1903. Su pasión por la escultura le mereció a la edad de 16 años la medalla de honor de la Academia de San Fernando, en Madrid. En su obra coinciden la rusticidad y la solidez bárbara de los primitivos con la agilidad de lo  moderno. Dominó todos los materiales: madera, mármol, terracota, bronce, hierro, estaño, plásticos y hasta inventó un procedimiento: el modelado directo en estaño con soldador. Sus preferencias, sin embargo, se inclinan por el barro. Tan diversos como los materiales utilizados por Pascual son los temas que desarrolla en sus obras. Entre ellos, y sobre todo, la figura humana, que puede ser tanto una bailarina como un guerrero. Y que al llegar al trópico se enriquece con las figuras de mulatas y de indios.


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