Introducción

Voy a recoger ahora en esta columna dos temas, que nos interesan a todos y que muestran el interés de la Iglesia sobre ellos a nivel mundial. Consideré que era bueno y oportuno darles amplia difusión. Se trata, en primer lugar, de una intervención del Arzobispo Silvano M. Tomasi, Observador Permanente de la Santa Sede (se puede decir del Papa) ante la Oficina de las Naciones Unidas e Instituciones especializadas en Ginebra, sobre la violencia femenina y los derechos de la mujer, tenida el 26 de junio 2012,en el marco de la XX sesión del Consejo de Derechos Humanos. El segundo tema está recogido en un Mensaje del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, que preside el Cardenal Jean Louis Tauran, dado a conocer el 3 de agosto 2012, en ocasión del fin del Ramadán, sobre la educación de los jóvenes cristianos y musulmanes para la paz. Helos aquí:

I. VIOLENCIA FEMENINA Y DERECHOS DE LA MUJER

“La violencia contra las mujeres sigue siendo una realidad inevitable en muchos lugares. Estructuras y comportamientos de discriminación justifican la violencia contra las mujeres; y muy a menudo la impunidad de los abusos hacia ellas perpetúa el problema. El miedo diario de la violencia vinculada con el ir a la escuela, la violación de una joven con discapacidad y el matrimonio forzado de una chica violentada son ejemplos recientes que reflejan prácticas, leyes y condicionamientos culturales, y son manifestaciones institucionalizadas y toleradas de discriminación y de violencia hacia las mujeres.

La delegación de la Santa Sede agradece al relator especial sus esfuerzos por promover el progreso de los derechos de las mujeres. Es muy importante que los Estados establezcan mecanismos para la protección de las mujeres contra prácticas y representaciones discriminatorias en las leyes y en la praxis, con el fin de defender los derechos humanos.

La Santa Sede reconoce la triste realidad de la discriminación y de la violencia contra las mujeres y recuerda las palabras del Papa Benedicto XVI: “Hay lugares y culturas donde la mujer es discriminada y subestimada por el solo hecho de ser mujer (…), donde se perpetran actos de violencia contra la mujer (…). Ante fenómenos tan graves y persistentes, es más urgente aún el compromiso de los cristianos de hacerse por doquier promotores de una cultura que reconozca a la mujer, en el derecho y en la realidad de los hechos, la dignidad que le compete”. (Discurso a los participantes en un congreso internacional para conmemorar el XX aniversario de la carta apostólica “Mulieris dignitatem”, 9 de febrero de 2008).

Señora presidenta, los tiempos de transición política son oportunidades óptimas para estudiar las condiciones deiure y de facto de las mujeres. Como hemos visto en el curso de toda la historia, y más recientemente en la primavera árabe en Oriente Medio y en África del norte, estos tiempos se caracterizan por la violencia y la inestabilidad.

Teniendo en cuenta la naturaleza desestabilizadora de los desórdenes políticos, la Santa Sede subraya la importancia del papel de la mujer en la familia. “La familia es la célula vital de la sociedad” y las mujeres, como participantes en igualdad del matrimonio como esposas y madres, son fundamentales para preservar la institución de la familia y, por tanto, la sociedad. “Todo modelo social que pretenda servir al bien del hombre no puede prescindir de la centralidad y de la responsabilidad social de la familia”, que comprende a todas las sociedades comprometidas en la promoción y en la realización de los derechos humanos.

No se puede prescindir de una consideración de la mujer en la familia, puesto que integra cualquier estudio atento a las mejoras de los derechos de las mujeres en la esfera política, pública, legal y social. Es esencial eliminar la discriminación y la violencia a través de estructuras eficaces para la tutela de los derechos de las mujeres y su implicación en todo contexto de transición política, de crisis económica u otros. Estas estructuras deben responder a la naturaleza transversal de la discriminación sexual contra las mujeres, incluidas las que poseen una discapacidad y una religión particular. Señora presidenta, las situaciones inestables, caracterizadas por la violencia, presentan el peligro de comportamientos particularmente agresivos contra los grupos más indefensos de la sociedad. La Santa Sede tiene la gran preocupación de que se ofrezca a las mujeres en tales contextos la protección contra la violencia, especialmente a las mujeres que se ocupan de la defensa de los derechos humanos. La impunidad judicial, las normas culturales y sociales que toleran la discriminación y no afrontan los actos violentos como el infanticidio de las niñas o el aborto selectivo basado en el sexo, deben afrontarse y rechazarse.

Es necesario construir una realidad en la que hombres y mujeres sean tratados del mismo modo, vistos de manera igual y liberados del trato indigno de las prácticas discriminatorias. La dignidad de todas las personas, mujeres y hombres, exige la existencia de instituciones justas y de sociedades correctas que las fomenten.

Señora presidenta, teniendo en cuenta «la enraizada y profunda diversidad entre lo masculino y lo femenino, y su vocación a la reciprocidad y a la complementariedad, a la colaboración y a la comunión», la delegación de la Santa Sede reafirma la verdad intrínseca de la igual dignidad entre hombres y mujeres y, por tanto, la necesidad de eliminar toda discriminación y violencia hacia las mujeres”.

II. JÓVENES CRISTIANOS Y MUSULMANES

“1. La celebración del ‘Id al-Fitr, que concluye el mes del Ramadán, nos brinda la alegría de presentaros los cordiales augurios del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso.

Nos alegramos con vosotros por este tiempo privilegiado que os ha permitido, mediante el ayuno y otras prácticas de piedad, profundizar en la obediencia a Dios, un valor también fundamental para nosotros. Por eso, este año nos ha parecido oportuno centrar nuestra común reflexión sobre el tema de la educación de los jóvenes cristianos y musulmanes en la justicia y la paz, que son inseparables de la verdad y de la libertad.

2. Como sabéis, aunque la tarea de la educación está encomendada a toda la sociedad, corresponde principalmente y de manera particular a los padres y, con ellos, a las familias, a las escuelas y a las universidades, sin olvidar a los responsables de la vida religiosa, cultural, social, económica, y al mundo de la comunicación. Se trata de una empresa bella y al mismo tiempo difícil: ayudar a los muchachos y a los jóvenes a descubrir y desarrollar los recursos que el Creador les ha confiado y a establecer relaciones humanas responsables.

Refiriéndose a la tarea de los educadores, Su Santidad el Papa Benedicto XVI afirmó recientemente: «Por eso, los testigos auténticos, y no simples dispensadores de reglas o informaciones, son más necesarios que nunca… El testigo es el primero en vivir el camino que propone» (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2012).  Recordemos, asimismo, que también los jóvenes son responsables de su propia educación, así como de su propia formación en la justicia y la paz.

3. La justicia es determinada sobre todo por la identidad de la persona humana, considerada en su integridad; no puede reducirse a su dimensión conmutativa y distributiva. No olvidemos que el bien común no puede obtenerse sin solidaridad y amor fraterno. Para los creyentes, la justicia auténtica vivida en la amistad con Dios profundiza las relaciones consigo mismos, con los demás y con toda la creación. Además, los creyentes profesan que la justicia tiene origen en el hecho de que todos los hombres son creados por Dios y están llamados a formar una sola y única familia. Esta visión de las cosas, en el pleno respeto de la razón y abierta a la trascendencia, interpela también a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, permitiendo conjugar armoniosamente derechos y deberes.

4. En el mundo atormentado en que vivimos, se vuelve cada vez más urgente la educación de los jóvenes en la paz. Para comprometerse de forma adecuada, se debe comprender la verdadera naturaleza de la paz, que no se limita a la ausencia de la guerra, ni al equilibrio de las fuerzas contrapuestas, sino que es al mismo tiempo don de Dios y obra humana, que se debe construir sin cesar. Es fruto de la justicia y un efecto de la caridad. Es importante que los creyentes estén siempre activos en el seno de las comunidades de las que son miembros: practicando la compasión, la solidaridad, la colaboración y la fraternidad, pueden contribuir eficazmente a afrontar los grandes desafíos de nuestro tiempo: crecimiento armonioso, desarrollo integral, prevención y resolución de conflictos, por citar sólo algunos.

5. Para concluir, deseamos alentar a los jóvenes musulmanes y cristianos que quieran leer este mensaje, a cultivar siempre la verdad y la libertad, para ser auténticos heraldos de justicia y de paz, y constructores de una cultura respetuosa de los derechos y de la dignidad de todo ciudadano. Los invitamos a tener la paciencia y la tenacidad necesarias para realizar estos ideales, sin recurrir jamás a componendas ambiguas, a atajos engañosos o a medios poco respetuosos de la persona humana. Sólo hombres y mujeres sinceramente convencidos de estas exigencias podrán construir sociedades en lasque la justicia y la paz se hagan realidad. ¡Quiera Dios colmar de serenidad y de esperanza los corazones, las familias y las comunidades de aquellos que albergan el deseo de ser «instrumentos de paz»!

CONCLUSIÓN

CERTIFICO: que los dos textos arriba citados han sido tomados literalmente de L’OSSERVATORE ROMANO, Ciudad del Vaticano, Edición Semanal en Lengua Española del 12 de agosto 2012.

DOY FE, en Santiago de los Caballeros, a los cinco (05) días del mes de  septiembre del año del Señor dos mil doce (2012).l

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