La idea de ver al curador con un ente legitimador como comentábamos la semana pasada, confirma la capacidad catalizadora, provocadora e intermediaria de la curaduría entre la escena artística y el público en general.
Pues la curaduría más que una cuestión de organización y divulgación, se trata de un trabajo hermenéutico muy complejo, pues existen varios tipos de curadores: algunos que están más cerca del aspecto de difusión, otros que se implican con los artistas a nivel personal y otros que no tienen un diálogo con los creadores sino sólo con las obras…
Esta categoría de “curador legitimador” que presentamos, encuentra cantera en el mundo del arte contemporáneo, altamente mercantilizado con roles y jerarquías precisas donde se cuestiona constantemente lo que es o no arte, y donde aparecen artistas que ponen al mercado en el centro de su reflexión estética como por ejemplo Damien Hirst o Jeff Koons, famosos por el valor mercantil de sus objetos convertidos en obras de arte. Pues resulta que buena parte de lo que se presenta en la actualidad está fundamentado en ideas más que en los aspectos propiamente formales, entonces es aquí donde entra en juego la visión que se pueda tener ante piezas que buscan principalmente desestabilizar el sistema lógico de las instituciones para poner en evidencia un sinnúmero de contradicciones y corsets que los caracterizan.
Entonces es cuando estamos plenamente conscientes de que el curador al tiempo de ser un generador de lenguajes que componen la escena de las artes y un mediador entre el artista y el público, es también un legitimador del hecho o acto artístico, ya que funda su identidad bajo la premisa del arte como pregunta. De esta manera se exhiben las obras como cada una de las interrogantes que a nuestro juicio interpretan una opción desde donde presentar una aproximación al arte contemporáneo, ocupándose pues de crear un perfil de curaduría que respete la multiplicidad de tendencias que componen el contexto artístico actual.