Hollywood y esos estudios propiedad de canales de televisión por cable, dieron hace mucho con la producción de series que hoy son un fenómeno no sólo del entretenimiento, sino también social. El concepto de las series no es nuevo, lo que sí es relativamente reciente es el auge de estos proyectos que son concebidos al mejor estilo de Hollywood: grandes presupuestos, estrellas con salarios tan altos como los del cine y directores que, como Martin Scorsese, se han involucrado de lleno en esta industria tanto desde el punto de vista creativo como el de la inversión.
A Scorsese (esa mente brillante del séptimo arte) le vimos dirigir el primer capítulo piloto de Boardwalk Empire, un drama sobre la Ley Seca de los años 20 en los Estados Unidos en la que se retrata el mundo de Nucky Thompson, Lucky Luciano, Al Capone y muchísimos otros gángsters de la mafia estadounidense. La serie involucra al director de Hugo como productor ejecutivo y a Mark Wahlberg, un actor de nombradía probada en la industria.
Las series van y vienen. Las temporadas terminan dejando al público en vilo cuando éstas alcanzan un clímax de facturas insuperables (The Sopranos, The Wire, Boardwalk Empire) hasta que llega un nuevo comienzo, el principio de capítulos que se hacen infinitos en las adictivas entregas de estas producciones. Trata uno infructuosamente de calmar la ansiedad sumergiéndose en la lectura del libro de turno, pero al final no deja de pensar cuánto falta en el reloj para la hora señalada.
Porque el de las series es otro mundo. Otros ámbitos en los que a uno se les hace bien difícil salir después que entra. Aún cuando desconocía en gran medida esta industria, un día el crítico de cine Etzel Báez nos dejó caer en las manos The Wire (La escucha) y con una sonrisa medio en serio medio en broma, nos advirtió sobre sus (inevitables) efectos adictivos. En ese momento, no hice más que poner cara de sorpresa. Sorprendido aún estoy de las historias que el cine aún tiene por contar que ya las series de televisión nos contaron.
