Una interrogante

Cuando el presidente Antonio Guzmán hizo comparecer a su presencia al secretario de las Fuerzas Armadas, general Mario Imbert Macgregor, dio…

Cuando el presidente Antonio Guzmán hizo comparecer a su presencia al secretario de las Fuerzas Armadas, general Mario Imbert Macgregor, dio la impresión de que deseaba decirle algo importante, pero cuando tuvo al militar de frente no habló. Estaba desanimado. ¿Para qué hizo que viniera de Constanza? Cuando el oficial saludó a su comandante,  “tropezó con un bloque de hielo”.

Joaquín Balaguer dio la versión de que antes de los comicios de mayo de 1982, hablaron de diversos asuntos, particularmente de la situación imperante y la inminencia de la ascensión al poder de Salvador Jorge Blanco, pero no encontró la respuesta que esperaba del titular de los institutos castrenses. “Es posible que Imbert Macgregor no acertara a medir la intención del Presidente”.
Pocos minutos después de haber abandonado el despacho presidencial, Guzmán penetró en la habitación del Palacio Nacional que había adecuado para barbería y se hizo en la sien el disparo que le arrebató la vida.

“Era un hombre angustiado que temía a la llegada al poder de Jorge Blanco”. Balaguer apunta en Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo, que Guzmán temía que Jorge Blanco lo expusiera a actos de falta de compañerismo.
Nunca olvidó que en 1974 Jorge Blanco le propuso proceder contra el profesor Juan Bosch, tras una manifestación del “Acuerdo de Santiago”, acto al que no asistió Bosch.

Como fue exitosa, el abogado de Santiago pensó que se podía prescindir de Bosch. Según Balaguer: es la única explicación que encuentra el observador  menos aprensivo ante la decisión trágica que privó al país de uno de los políticos de garras más firmes  y de uno de sus hombres que reaccionó siempre con mayor entereza ante las adversidades. Durante los años que ejerció la Presidencia de la República (1978-1982) y el tormentoso período en que se negoció la crisis desencadenada por la guerra civil en 1965, demostró que no era capaz de claudicar ante las más duras contingencias del avatar político ni de rendirse a ningún obstáculo por grande que fuera o por ominoso que se presentara ante sus ojos.

Pero la perspectiva de ser perseguido injustamente, sea en si mismo o a través de algún miembro de su familia, lo hizo flaquear poniendo en sus manos el arma con que puso fin a su existencia. Era fuerte, pero le apuntaron en el patrimonio que más cuidó: “su honor”.

¿Qué esperaba Guzmán que le dijera Imbert Macgregor cuando lo vio instantes antes de dispararse a la sien? ¿Necesitaba de nuevo a Balaguer para desahogarse? Guzmán no soportaba ataques contra su honor y el de su familia.

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