La tragedia fiscal

El sistema fiscal dominicano es altamente defectuoso. Por el lado de los ingresos recauda poco porque grava poco a quienes más tienen, con frecuencia…

El sistema fiscal dominicano es altamente defectuoso. Por el lado de los ingresos recauda poco porque grava poco a quienes más tienen, con frecuencia penaliza la producción, deja escapar muchos ingresos e incentiva demasiado la evasión porque distribuye la carga de forma desigual. Por el lado del gasto, con lo poco que se recauda, no pone énfasis en las prioridades de la gente y en el fortalecimiento de sus capacidades, otorga poder a unos pocos para que decidan cómo gastar y en qué gastar, y contribuye a que algunos se alcen con el santo y la limosna. Además, aunque no sea su responsabilidad, financia un subsidio al sector eléctrico que ha llevado las finanzas públicas a la bancarrota y no resuelve el problema.

Los ingresos insuficientes se derivan de que el país no se ha abocado a una reforma tributaria de largo alcance que logre gradualmente financiar al Estado de forma adecuada y que distribuya la carga de forma más equitativa.

Paradójicamente, hemos tenido cuatro reformas tributarias en los últimos ocho años. Aunque los debates públicos han sido intensos, éstas no han hecho una diferencia importante más allá de reemplazar las pérdidas de ingresos aduaneros como consecuencia de los acuerdos de libre comercio. Han sido reformas superficiales hechas “a la carrera” y que han buscado resolver problemas fiscales inmediatos antes que transformar el sistema pensando en el desarrollo de largo plazo. Estos son los conocidos “parches tributarios”.

El lado del gasto es quizás el peor. En años recientes el país se dotó de un conjunto de importantes leyes que debieron haber servido de base para un saneamiento del gasto público. También se han dado cambios positivos en la gestión financiera. Sin embargo, esto ha sido palpablemente insuficiente. La opacidad, la discrecionalidad y la inefectividad del gasto para causar impactos perceptibles en la vida de las personas y en las capacidades productivas de las empresas siguen siendo la norma. Eso refleja en parte la falta de compromiso con las leyes de quienes las han promovido.

A lo anterior se suma el hecho de que con frecuencia el gasto se incrementa por encima de las capacidades de recaudación. Unas veces esto se ha debido a las vulnerabilidades propias de una economía pequeña como la dominicana a la que los shocks externos le golpean duro; otras ha tenido que ver con nuestras miserias institucionales; a veces ambas cosas al mismo tiempo.

La consecuencia de lo descrito ha sido que, de manera recurrente, las finanzas públicas se ven en aprietos. Los ajustes tributarios, además de haber sido insustanciales, han generado aumentos apenas temporales en los ingresos públicos, los cuales en poco tiempo vuelven a reducirse en términos relativos, en parte porque los contribuyentes encuentran formas para burlar al fisco por uno de los numerosos hoyos que la legislación han dejado para beneficiar a grupos privilegiados, o que las debilidades institucionales y técnicas todavía no han cerrado.

Los déficits no fueran un problema si se tratase de situaciones deliberadas que resultasen de un activismo del gasto en procura de empujar la economía en tiempos difíciles. Pero esta parece ser la excepción antes que la regla. Lo que ha predominado es una situación de fondo que se origina en una falta de determinación de quienes detentan el poder económico y político por construir un sistema fiscal sostenible y para el desarrollo.

Los ricos no quieren pagar la cuenta de serlo, los gobiernos se han conformado con lo mínimo para hacer clientelismo y sostener precariamente al Estado, y los pobres no tienen la fuerza para hacerse sentir y reclamar sus derechos. De allí que el grueso de la carga recaiga sobre los sectores medios. Al final, casi todo el mundo está insatisfecho, especialmente por lo que el Estado termina devolviendo.

Es tiempo de romper con esa historia y empezar a construir un sistema fiscal sostenible y equitativo. De lo contrario continuaremos repitiendo esta tragedia fiscal. La coyuntura actual ofrece una oportunidad única. Al gobierno le urgen recursos, la sociedad quiere justicia tributaria y un gasto público de calidad. La transacción está clara.

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